ADVERTENCIA: Esta novela contiene escenas descriptivas y explícitas de sexo y violencia. Exclusivamente para mayores de edad. Gracias por su comprensión.
A disfrutar amores, que la vida se hizo para vivirla y sonreír. Les amo.
Prefacio:
Meses
han pasado desde que la hechicera de mis sueños, Madison Alexander, accedió a
ser mi esposa. La esposa de un inmortal, los peores enemigos de la magia
L'essence. Willian Mircoff y su aquelarre de malnacidos ha quedado extinto,
pero un peligro mas grande nos acecha: Devorah Vilerious, la princesa de los
vampiros, ama y señora de nuestro mundo. Está tras los poderes de Madison,
queriendo robar el equilibrio universal para los suyos y transformarles en
entes mil veces más potentes y capaces de aniquilar a cualquier forma viviente
con mayor eficiencia. Yo ya no me puedo llamar un vampiro común. Dejé de pertenecer
a los sempiternos el día que me enamoré perdidamente de mi bruja, pero estoy
seguro de que Devorah, mi ex perversa pareja, no se quedará de brazos cruzados
viendo como su rival más acérrima y yo, somos felices en nuestra nueva vida
como marido y mujer. Mi nombre es Antoine Petrucci, eterno enamorado de la
reina de las hechiceras. Le he perdido el miedo a la noche de brujas... Ahora
toca el turno de los inmortales de hacer sus movimientos, y no será una
situación agradable. Estas son mis crónicas de sangre.
Capitulo
1: "Sucesos recientes"
Madison
y yo llevábamos tres semanas de haber retornado de nuestro viaje a Miami para
resolver una situación con un aquelarre subversivo comandado por Damien
Wallace. Fue un desastroso intento por derrocar a Devorah Vilerious, la
princesa vampira, y tomar los poderes de Madison -como si ningún inmortal
pretendiera lo mismo-. Damien engañó
a los suyos de forma vil, aunque todo se resolvió de manera positiva para los
involucrados y nosotros. Ahora, gracias al apoyo que brindamos a un grupo al
que bautizamos amablemente "aquelan",
por contener una mezcla similar a la nuestra de vampiros, una hechicera y un
humano, comandados por Dominic Lestrath, contábamos con más gente en nuestro frente
para defendernos de nuestros enemigos, que resultaban demasiados. A eso nos
dedicábamos en estos días, a combatir las fuerzas de lo obscuro.
Apoyaba
a Madison en cada paso que diera, grande o pequeño. Me había convertido en más
que su protector, ya que ella podía prescindir de esos servicios. Era su
acompañante eterno.
La
historia de lo ocurrido en Miami es bastante larga, así que la relataré lo más
resumida posible:
Dominic
Lestrath, un sempiterno al que alguna vez rescaté de la muerte a manos de un
brujo de L'essence, se enamoró de una mortal, y no de cualquier mortal: de una
prostituta por la cual nadie daba un centavo, Felinnah. La chica vivía con otra
pequeña jovencita que corría la misma pésima suerte que ella. Eran hermanas de
alma. Dominic, perteneciente al aquelarre Lestrath de Miami, Florida, y un
vampiro maquiavélico que no medía las consecuencias de sus actos, cayó dominado
por la fuerza de la personalidad de Felinnah, quedando perdidamente enamorado
de ella y ella de él. Una vez que comenzó su tormentosa relación, se desataron
eventos que resultaron en desastre. Chrystal, la compañera de Felinnah, era en
realidad una bruja de L'essence que había escapado de la muerte a manos de
Damien, líder del aquelarre Wallace de Orlando y potencial genocida de
hechiceros. El verdadero nombre de la chiquilla era Renatta Graciano y conocía
el secreto que encerraba la mirada de Felinnah, aunque nunca lo dijo hasta que
fue tarde. La aparentemente ordinaria callejera, era una mortal hija de
inmortal. Había sido concebida a causa
de un íncubo, esto quiere decir que su padre era vampiro. Obviamente ella no tenía
idea de esto.
Felinnah
pasó por todos los estados del ser natural y sobrenatural: la mortalidad, la
magia de L'essence, y finalmente encontró su lugar en la inmortalidad. Sucedió
de la siguiente manera…
Al
enterarse Fels que su amiga era bruja y enfrentar el abandono momentáneo de
Dominic por temor a represalias de los demás vampiros al tratar con una de sus
enemigas, Renatta la convenció de ser ascendida y así poder “salvarse” de una
muerte segura a manos de los inmortales. Aceptó y se transformó en hechicera sin
desearlo en realidad.
Dominic
entró en razón al poco tiempo de dejarla, reconociendo que no podía vivir sin
ella y luchando para que Fels aceptara que
habían nacido para estar juntos. La única diferencia entre la raza de vampiros
natos a la que pertenece Felinnah y nosotros, sempiternos comunes, es que ella
no puede ser asesinada por los medios convencionales. Solamente la puede matar
otro inmortal nacido arrancándole el corazón. Desconocemos hasta la fecha la
existencia de alguien más con esta peculiaridad, pero si ella vive, es seguro
que hay más de su raza, que lo más cercano a la raza pura de inmortales en el
universo.
Una
red de engaños se tejió alrededor de todos ellos. Fels perdonó a Dominic y lo
tomó como pareja, y otro problema se suscitó. Renatta era la única que conocía
el verdadero origen de Felinnah y, revelándole a Dominic parte de esa verdad,
decidieron ocultársela para resguardarla de más peligros. Entonces Damien la raptó
y terminó por convertirla en vampiresa, aprovechándose de su sed para ponerla
contra quienes, según él, la habían engañado. No obstante, la pasión que la
chica sentía por Dominic, la salvó de entregarse a la falta de humanidad que
nosotros vampiros solemos experimentar una vez transformados.
Dominic,
junto con Renatta y Bruno –otro vampiro joven del aquelarre Lestrath-, lucharon
valientemente contra las manipulaciones y dolor, confrontando a Damien para rescatarla. Se les unió otro
aquelarre poderoso de Florida, Los Ricci. Fue entonces que solicitaron nuestra
presencia para fungir como mediadores. La simple presencia de mi hermosa
Madison bastó para amedrentar a Damien. Por fin la verdad salió a la luz y
Felinnah supo que su padre era el mismo ser que la secuestró. En un movimiento
inesperado, le asesinó. Bruno terminó por entregar su inmortalidad para salvar
a Renatta y ahora camina por el mundo como cualquier otro humano. Sin embargo,
continúa viviendo con los Lestrath en espera de ascender algún día a L’essence
y acompañar a su amada.
Después
de todo el desafortunado incidente, Florida quedó en las buenas manos de Sony
Ricci, el inmortal mas apreciado en nuestro mundo por su reconocida justicia e
imparcialidad, y el "aquelan" Lestrath se mudó a Nueva Orleáns para
que Renatta continuara con su instrucción en la magia con nosotros, el clan
Bardo.
Esa
es la historia mínima de los nuevos miembros de nuestro bando. No obstante, de ninguna manera les obligamos a
participar activamente en nuestras empresas. Solamente se les requiere cuando
es necesario.
Mi
bruja y yo ya habíamos comenzado a recibir amenazas directas e indirectas de
Devorah. Hasta la fecha, y gracias a Renatta y a Dominic, nos enteramos de que
Devorah ya tenía conocimiento del poder absoluto de Madison. Como nos advirtió
William alguna vez, los aquelarres Adams, Drammeh y D'Lion, al mando de la
princesa, atacaban indiscriminadamente a los humanos del mundo, provocándonos
para confrontarla. Todavía no estábamos listos para una batalla frontal y abierta.
Los problemas en el mundo mágico crecían día con día, y el consejo de Mad era
requerido constantemente, lo que nos impedía concentrarnos del todo en el
peligro real que corríamos.
Últimamente,
debía confesar que me encontraba un tanto solitario, a pesar de que Ethan y
Catalina no me dejaban ni a sol ni a sombra, y que había encontrado en Dominic y
en Bruno unos buenos compañeros de charla, intentando distraerme de mis
constantes preocupaciones por la vida de mi bruja.
La
última vez que estuvimos juntos íntimamente, fue en nuestro retorno de Florida.
La extrañaba sobremanera, aunque no me separara de ella. Sabía muy bien lo que
estaba haciendo al casarnos. Fue una decisión tomada con plena consciencia de
que debía compartirla con el mundo entero. No resultaba sencillo ser el esposo
de la hechicera mas poderosa; la pareja del equilibrio universal. Debía ser
paciente y elevar plegarias al Poder Divino para que pudiera seguirle el ritmo
sin flaquear. Sin embargo, estaba a un sólo paso de convertirme en la fémina de
mi relación marital.
Admiraba
a Dominic. Incluso resentía su emparejamiento con Felinnah, ya que ambos eran
inmortales y se encontraban en la misma sintonía. No asesinaban humanos, aunque
se alimentaban de sangre en los bancos de hospitales o bebían de mortales a
quienes inducían a ello.
Como
vampiro que era, mi naturaleza resultaba un gran obstáculo para ocultar mis pensamientos
o mis consternaciones, más aún con la conexión que me unía a Mad. Sentía lo que
ella sentía; lo vivía en carne propia, así como ella experimentaba mis
emociones, a lo cual respondía intentando controlar todo para no hacerla
sufrir. No necesitaba más preocupaciones, no de mi parte. La adoraba más que a
mí mismo. Seguía anteponiendo su vida a la mía, pero las constantes mofas de
Ethan no me confortaban. Los motes con los que me bautizaba -sumiso, amo de
casa, sanguijuela sin colmillos, perro faldero, entre otros muchos apelativos
degradantes-, no ayudaban a que me sintiera más hombre en mis pantalones. Sin
embargo, cada que algo me agobiaba sobremanera, lo discutía con Mad y me brindaba
confort.
No
comenzaba a imaginar lo dura que resultaba su tarea. Todos los días, sin falta,
recibía llamadas de brujos de todas partes del planeta pidiendo auxilio o guía.
Cuando soltaba el teléfono móvil y se disponía a hacer algo para ella o para
nosotros, volvía a sonar y debía dejarlo todo. Por las noches, solía ir a la
guarida del clan para rezar por fortaleza. Les pedía a los ancestros la fuerza
necesaria para no sucumbir a los ataques y oraba por la protección de las almas
terrenales. Literalmente, cargaba el mundo en sus hombros, pero jamás la vi
palidecer o titubear de nuevo. Estaba determinada a cumplir con su tarea y
hacerlo lo mejor posible.
Seguía
siendo una mujer dulce y apasionada, y su serenidad era lo más notable. Se
había vuelto más centrada que la misma Catalina. Sabía que cualquier tambaleo
bastaría para que el universo cambiara su configuración y cayera en manos de
los vampiros.
Esta
noche nos encontrábamos acostados en cama, intentando recuperar fuerzas para el
día siguiente. Al parecer, el aquelarre Drammeh estaba utilizando un tipo de
magia negra que le otorgaba el poder de hipnosis a Devorah, logrando que, tanto
humanos como vampiros, se sometieran a su voluntad. Mad temía por mí y no deseaba
que me enfrentara a Devorah porque se negaba a que cayera de nuevo en sus
redes. Por mi parte, me sentía totalmente preparado para ello. Ya había dejado
de ser un inmortal común. Al haberme casado con ella y ser parte activa del
clan o Bardo, escuchaba las voces de los ancestros y la magia fluía en mi ser,
aunque no pudiera o quisiera practicarla. El que me ascendieran estaba fuera de
discusión, no solamente porque era inapropiado -ya saben, políticas de la
empresa: no por ser el esposo de la jefa tienes derecho a privilegios
innecesarios-, sino porque yo no quería la tremenda responsabilidad de lidiar
directamente con L'essence. Damien no lo sabia, pero la misma magia que robó,
le condenó a que su propia hija le matara. Yo no deseaba tener que luchar más
contra mis instintos, que de por sí ya estaban siendo aplastados en mis
entrañas, para sobrevivir, y más que nada, no quería caer en el lado obscuro de
la magia y perder a Mad. La amaba demasiado. Mi existencia sin ella no tendría
sentido alguno, a pesar de que mi vida se limitara a aquella de un acompañante
o un espectador.
Por
otra parte, Ethan y Catalina ya tenían planes de matrimonio. Siendo su mejor
amigo, me había enterado de su acuerdo de "no sexo hasta estar unidos para
siempre". Si bien esa no fue la razón principal del brujo para pedirle que
se casaran, fue una de las más importantes y poderosas. Su libido se encontraba
al máximo. Citando sus palabras: "Me resulta imposible sentarme con las
piernas juntas. He tratado de deshacerme del "problema" solo, pero ya
se volvió una situación poco manejable. ¡Me he convertido en un chiquillo de
secundaria! ¡Voy a estallar!"
No
pude evitar caerme de la silla por la risa. La verdad es que le comprendía. Yo
estaba a punto de hacer lo mismo, aunque la idea me desagradara más de lo que
pudiera soportar. Ser hombre en un clan de brujas era un constante recordatorio
de que, prácticamente, te habían cortado los genitales… Y yo era un vampiro con
las venas ardiendo y la mujer mas divina del mundo para dimitir el fuego
abrasador que me envolvía, pero no podía brincarle encima así como así después
de observar cómo caía rendida entre mis brazos apenas tocaba la cama. Se me hacia vil. Debía
dejarla descansar. Ni hablar de hijos. El Poder Divino le dijo a Madison cuando
me rescató de la muerte y me trajo de vuelta al mundo de los vivos, que
seríamos capaces de concebir a una nueva y portentosa raza: los Damphirs. Una
extraña mezcla de inmortales y brujos. Ellos serían el balance universal una
vez que ella diera a luz. Sus obligaciones pasarían a mis hijos… gemelos.
Incluso eso fue predicho. Dos varones que serían mi orgullo. Algunas veces
soñaba con ellos, generalmente cuando me sentía más bajo en ánimo. Les veía
correr entre los helechos que rodeaban el bosque de la casa de Pont, nuestra
guarida. Era algo simplemente maravilloso. Decían que no podían esperar a verme
y yo les respondía con una sonrisa enorme. Corrían a mis brazos y les cargaba.
Lo extraño de todo esto era que Madison no se encontraba por ninguna parte… eso
no podía ser bueno. No le di importancia al asunto. Sabría esperar. Mis hijos
llegarían cuando tuvieran que llegar. En sus ojos podía ver el esplendor del
infinito. Ojos azules, puros… pero se enfrentarían a grandes obstáculos. No
importaba, todos estaríamos siempre a su alrededor para guiarles y cuidarles.
Ethan
y Cat seguían estudiando en Pontchartrain Hall, viviendo en habitaciones
separadas. Eran muy felices y, a pesar de las "dificultades",
disfrutaban el uno del otro el mayor tiempo posible. Nos ayudaban en todo lo
que respectaba a L'essence y asistían a las Eistedwood a prepararse para la
lucha. Ya se habían enfrentado con Herbert y Etienne D'Lion. Fue algo espeluznante.
Son vampiros muy fuertes y su maldad no conoce límites. Catalina tuvo que
cuidar a Ethan de una herida bastante importante en la pierna. Estuvo fuera de
combate por tres días, bajo la influencia de pociones y hechizos. Cat, la
segunda chica que más quería en este mundo por haberme tendido la mano cuando
Mad se fue de mi lado y tuvimos que buscarla por toda Nueva Orleáns, era ahora
mas valiente que el mismo Eth y tomaba las riendas en las situaciones difíciles,
lo que le causaba un conflicto tremendo con él
después de... No obstante, se olvidaba de inmediato le soltaba un beso o
le acariciaba. Dicho y repetido, el requisito principal para ser la pareja de
una bruja era carecer de pelotas… Reí ante mi sarcasmo. ¡Oh, bendito sarcasmo! Mi eterno compañero. ¿Qué más me quedaba
ahora que reírme de mí mismo y de las circunstancias?
Mi
amada estaba envuelta en mis brazos, apoyando la cabeza en mi pecho desnudo.
Inhalaba aire suavemente y soltaba un leve zumbido al exhalarlo. La humedad de
los alrededores había provocado que unas gotas minúsculas de sudor se
acumularan en el nacimiento de sus rosados senos. Una de ellas, la más traviesa,
se atrevió a caer en el vacío que les dividía, provocando mi envidia y
excitación tremenda. Mi cuerpo comenzó a reaccionar de manera esperada. Entre
las piernas, el bulto desazonado se notaba, firme, ardiente, lleno de ansias
por que las caderas de Mad le aprisionaran con vehemencia. Recordaba a la
perfección su entrepierna envolviéndome. Pensarlo me hacía salivar. La ansiaba
con fuerza bruta, animal. Intenté calmarme y contenerme. Me giré hasta ponerla
a mi costado y no reaccionó para nada. Incluso respiraba más fuertemente. La
observé. Seguía siendo por siempre bellísima. De piel pálida como la porcelana
y pestañas tupidas cubriendo esos ojos color azul extremo. Sus labios
enrojecidos y voluminosos me provocaban besarle, así que me acerqué y presioné suavemente
mis labios en los suyos. Ella gimió entrecortadamente. Me alejé de nuevo y su
cuerpo semi desnudo provocó que la fuerza de mi rigidez tornara mis ojos en
gris. La garganta me ardió, queriendo hundir mis colmillos en su muslo terso.
Se encontraba de lado, extendida en todo su esplendor, con la tela de encaje
negro pegada a su piel. Deseaba intensamente arrancarla, despegar sus piernas
con celeridad y adentrarme en su delicioso calor, pero no lo haría. Le hice a
un lado el cabello ébano y acaricie su mejilla.
-Antoine
–susurró sin abrir los ojos. No pude evitar sonreír con ternura y devoción. El
saber que hasta sus sueños me pertenecían, me hacía sentir el inmortal más
afortunado del universo. No importaba que no pudiera poseerla cuando me
placiera. Ella seguía siendo mía y eso nadie lo cambiaria mientras viviera.
A
la mañana siguiente, el sonido de una risilla traviesa me despertó. No dormí
bien, así que estaba un poco atolondrado. Percibí el peso de su cuerpo sobre el
mío y eso terminó por avivar mi espíritu. Descubrí las pupilas y me encontré
con su precioso rostro de blanco de porcelana.
-Buenos
días, mi bello durmiente -murmuró deslizando cada palabra en la lengua de modo
sensual.
-Bello
durmiente es mejor que sanguijuela sin colmillos -bostecé y la atraje a mi
pecho en un santiamén-. Es un deleite que el primer paisaje que vean mis ojos
al abrirse sea tu hermosa sonrisa –acaricié sus labios con un dedo-, sin dejar
de lado tus deliciosos senos –esbocé una sonrisa completa, rozando delicadamente
la tela que cubría sus pechos.
-Parece
de muy buen humor este día, Monsieur Petrucci -rió mientras olisqueaba mi
aroma-. Creo que sabe que esta mañana tendrá suerte -me guiñó el ojo.
-¿Qué
hora es? -Inquirí abriendo los ojos desmesuradamente. Parecería extraño
preguntar esto, pero había un poderoso motivo.
-¿Te
digo que me hagas el amor y tú preguntas la hora? -Levantó la ceja en señal de
reprensión.
-Sí,
porque si son menos de las ocho, es posible que te haga el amor sin ser
interrumpido por el incesante pitido del móvil. Pero si ya pasan de las ocho,
estoy en problemas -presioné los labios en una línea delgada.
Mad
alargó el brazo y miró la hora en el despertador. Sus pupilas parecieron
entristecerse. ¡Oh mierda! Pensé. No otro día más sin tenerla.
-Son
las seis treinta -aguantó la risa y yo no pude reaccionar más céleremente. La
levanté como pluma con una mano, mientras desarraigaba mis pantalones de
franela con la otra. Le quité la fina y minúscula bata de encaje, lanzándola a
un costado. Mad reía con suficiencia y mi cuerpo no aguantaba la ansiedad de penetrarla.
Al ver que sus pequeñas bragas habían desaparecido, fruncí el ceño a modo de
pregunta. ¿Dónde fueron a parar y en qué momento las removí?
-Pensé
que un poco de ayuda no te vendría mal –se mordió el labio y ya no pude más.
Caí destrozado bajo su encanto. La besé con pasión y necesidad imperiosa. Su
lengua se entrelazó con la mía, cubriéndome con su calor y humedad. Mi fragor
rozó su entrepierna y ella jadeó visiblemente agitada. Se encontraba tan ávida
de mí como yo de ella. Comenzó moverse de arriba a abajo, sentada a horcajadas
sobre mis caderas, sin dejar que me adentrara en su ser todavía. Me estaba
matando, literalmente. Jadeé. El aroma que desprendía su sexo resultaba
exquisito. Mojaba todo a su paso. Me empapaba. Mis pupilas de un tono gris
pálido y fiero, se dejaron ver.
-Dime
cuánto me amas –susurró a mi oído. No estaba jugando limpio. Sabía que ya no
podía resistir más.
-¿Acaso
no puedes sentirlo? -Logré articular con demasiado esfuerzo, hundido entre
gemidos y ardor. Mi piel pálida y marmórea se tornó roja debido a la presión de
la sangre que circulaba idiotizada por mi torrente. Mordí sus labios, bajando
hasta su cuello, y con mis manos cubrí sus senos enteramente, presionándolos en
círculos hasta oírla quejarse por lo alto. Yo también podía jugar sucio. Me
llevé uno de sus pezones a la boca, lamiendo retorcidamente su contorno. El
sabor me deleitaba profundamente. Madison se movía entre mis manos, pero la
forzaba a mantenerse quieta.
-Entra
ya -me ordenó en un murmullo. No pude más que cumplir con mis obligaciones de
buen y amante esposo.
Justo
cuando levitó despacio y hacia arriba para dejarse caer en mí con potencia (que era lo que más me prendía) el
maldito móvil sonó, haciéndole perder la concentración y obligándola a caer,
pero a mi lado.
-¡Mierda!
–Exclamé fúrico-. ¡Son las seis treinta de la mañana! ¡¿Qué la gente no tiene
vida privada ya?!
-Lo
siento, mi amor. Hay demasiadas cosas por cubrir y muy poco tiempo para
hacerlo. Es de Beijing, debe ser el clan Yun-tuen, lidiando con el aquelarre
Kiotan.
Tomó
las sábanas y se cubrió para luego presionar el botón verde de
"responder", que se había convertido en mi peor y más duradera
pesadilla.
Me
levanté enfurruñado de la cama, mientras ella hablaba en un mandarín perfecto
con la lideresa del clan Yun-tuen, y comencé a vestirme. Al percatarse de que
me alejaba de su ella, extendió la palma y me atrajo hasta con sus poderes para
darme un rápido beso en el pecho.
-Te
amo, mi príncipe obscuro -sus ojos se derretían en disculpas. Solté un bufido y
me reprendí al verla tan triste. Esto tampoco era fácil para ella. Le devolví
el beso, posándolo en su frente.
-Todo
está bien, amor. Yo también te amo -susurré soltándola y poniéndome una
sudadera y pants. Me preparé para salir a correr a los alrededores de la casa
de Pont, que eran mis límites permitidos para no toparme con Devorah o sus
secuaces. Jamás, en mis casi cien años de vida vampírica, había hecho tanto
ejercicio como ahora. Mitigaba un poco el sopor de no tener a Madison en la
intimidad. Así que me acomodé los zapatos deportivos y salí sin ver atrás, dejándola
con sus múltiples labores diarias.
Una
vez que terminé, regresé a la casa y me senté frente a la chimenea para beber
una copa de coñac, a sabiendas que pasaría otro día lejos de su piel. La idea
me causó un malestar inigualable en la garganta, a pesar de que en mi corta
carrera había cazado. Tome la botella y la empiné para beber un sorbo grande.
Al ver mi reflejo en ella, me percaté de que mis pupilas estaban grises. Esto
era señal de que todavía estaba molesto. Mis ánimos se encontraban alterados y
ahora sucedía con más frecuencia. Madison lo sentiría.
El
ruido de un golpe fuerte en la puerta me sacó de mis pensamientos. Asenté la
botella y fui a abrir. No había una sola alma en el enorme jardín delantero,
aunque la silueta negra con destellos rojos que se encontraba tirada a mis
pies, llamó mi atención. Era un cuervo muerto. No, despedazado era una mejor definición.
Tenía una nota amarrada a la pata resquebrajada. La abrí asombrado y al leer, mis
ojos se desorbitaron. Devorah...
"Te
ves tan solo, mi querido demonio. Parece que te hace falta una buena dosis de
tu princesa. Mándale mi cariño a Mad. Pronto nos encontraremos. Con pasión, tu
princesa obscura."
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