EL ÁNGEL DE LAS SOMBRAS el la primera entrega de la Trilogía Espectral, una serie de libros que narran cómo un vampiro llamado Dominic Lestrath, desalmado, sanguinario y endemoniado, cae en el influjo del sentimiento menos esperado por la persona menos esperada: amor por una prostituta llamada Felinnah. El Ángel de las Sombras, nos abre las puertas a un mundo de oscuridad y perdición donde vemos la cara oscura del universo y la inmortalidad.
Paralela a la Saga Noche de Brujas (que llega a unirse en algún momento con ella), la Trilogía Espectral nos hace descubrir los matices de la eternidad desde la visión de "los malos", los vampiros, y nos lleva de la mano por un trayecto lleno de emociones encontradas, de terrores, de errores humanos con consecuencias trágicas y de la inmortalidad colmada de pasiones que nos atraparán desde la primera palabra.
Sinopsis:
Dominic Lestrath es un vampiro cuya vida se basa en la muerte de aquellos seres que considera completamente inferiores a él: los humanos. Su vanidad y soberbia le llevan a cazar sin medir ninguna consecuencia, hasta que un día colisiona con su más tremenda visión, una prostituta fiera y salvaje llamada Felinnah. Ambos han sufrido lo indecible por parte de las personas que alguna vez adoraron, y por tanto, no están dispuestos a sufrir de nuevo. Sin embargo, será imposible evitar que su atracción les lleve hasta la fusión de sus almas iguales, pese a que existen fuerzas que se oponen directamente a su relación. Fuerzas que les pondrán a prueba y les harán cuestionarse si en verdad vale la pena luchar e incluso morir por amor.
Prefacio:
Mi nombre es Dominic Lestrath. Hace casi ochenta y siete años que me convirtieron en hijo de la obscuridad. Soy un vampiro. Desde que fui transformado, la eternidad ha sido una inapetente rutina a la que me he acostumbrado. Alimentarme de extraños por las noches, refugiarme de la luz del sol por las mañanas para no mostrar mi verdadera naturaleza a los mortales, y proteger a mi aquelarre de cualquier posible ataque. Nunca he amado. Mi espíritu es tan frío como mi corazón y mi cuerpo. Siendo humano, fui despreciado y maltratado hasta el punto de la agonía a manos de mi propia familia. Como inmortal, lo único que realmente amo, es el poder prescindir de sentimientos terrenales y dejarme llevar por mis instintos. No tengo ningún tipo de remordimiento por las víctimas que mis manos han tocado. Carezco de cualidades que me rediman. Soy la muerte en persona y me gusta serlo. Sin embargo, el día menos pensado, las cosas cambiarían para estrellarme en el rostro la humanidad perdida. La sed de sangre se tornaría en mi contra y la pasión se convertiría en mi alimento. Sería el día en que, por fin, mi corazón en penumbra conociera la luz.
Ficha Técnica:
Como regalo especial, les dejo el primer capítulo para que lean y me dejen sus comentarios (al igual que algunas piezas de esta obra que promete ser sumamente intensa y vertiginosa para sus lectores).
Capítulo 1: “Mi Historia”
Me encontraba sentado en el techo
de la casa azul que mi aquelarre utilizaba como refugio. Observaba las
estrellas, meditando sobre la inmensidad del universo. Cada una de esas
pequeñas y distantes luces separada de la otra, sin tocarse. No afectándose con
la falta de cercanía. De vez en cuando, alguna de ellas caería y se perdería en
la nada; otras más se apagarían violentamente, transformándose en el caos de un
hoyo negro que consumiría todo a su alrededor. Me parecía sorprendente la forma
en que todas estas millones de bolas de fuego se comparaban con la vida. Yo era
una estrella solitaria, de ésas que no tocaban a ninguna otra. Cada uno de mis
compañeros de sombras lo era. A pesar de vivir juntos, no estábamos
involucrados a un nivel emocional profundo. Había una conexión, pero no sabía
si se trataba de temor a la infinita soledad o simple deseo de compañía
(parecerían cosas muy similares, aunque eran abismalmente opuestas). Jamás
sería una estrella en unión total con otra. Eso era prácticamente imposible.
Éramos un grupo de inmortales
sanguinarios en todos los aspectos, compuesto por cuatro hijos de la noche,
incluyéndome. Donovan era mi líder. Doscientos setenta y seis años de vida
vampírica y veintiséis años de edad. Cabello negro y corto, bien acicalado.
Rostro amable, excepto cuando atacaba. Un vampiro entregado a las costumbres
del viejo mundo, hasta en su manera de vestir. Él me convirtió en el año de mil
novecientos veinticuatro cuando me descubrió muriendo de hambre en las calles
de Miami, Florida, una de las ciudades con clima más cálido y sol más brillante
del país. No resultaba muy conveniente para nosotros puesto que el sol lastimaba
nuestra visión, aunque no nos mataría. Podíamos salir durante el día. No
obstante, nuestras pupilas color azul cerúleo se aguijoneaban ante la
penetrante luz del astro rey. Estando sedientos o enojados, nuestras pupilas
cambiaban a un tono gris pálido, casi blanco. Nuestra piel se asemejaba a la
porcelana. Sumamente lisa, sedosa, traslúcida y fría como los glaciares. Lo
usual en una criatura muerta en vida.
Bruno era el más “pequeño” del
aquelarre, con sólo quince años de vida vampírica y diecisiete de edad. Chico
rubio y alto de quijada pronunciada y firme. Complexión delgada y galante.
Ninguna presa se le resistía. Y Morgana, la “princesa”, una hermosa jovencita
de cabello negro, largo hasta la espalda y rizado; ojos grandes, envueltos por
tupidas y largas pestañas. Ella tenía veinte y veinte años. Digo que era la
“princesa” porque su delicadeza al moverse y su forma sutil al manejar las
situaciones poco prácticas, siempre nos ayudaban a alimentarnos sin ser
detectados. Además, su arrebatadora belleza resultaba un deleite para la visión
de cualquiera. Cuerpo perfecto sin ser voluptuoso y las pupilas más salvajes
que había conocido. Solía llamarle “La Aprendiz del Diablo”, ya que vivía pegada
a mí. Ella era la única a la que yo había convertido. No pude resistir su
increíble faz y alguna vez pensé que… nada en realidad. Lo que pensara en el
pasado no tenía importancia alguna en mi tedioso presente.
La vampira tenía un defecto mayor:
estaba enamorada de mí de una forma poco ortodoxa, celosa e infantil. Realmente
resultaba molesta algunas veces. Sin embargo, la toleraba porque no me quedaba
más remedio. El vínculo de la creación la unía a mí.
Yo, Dominic, era un sempiterno
atrapado en el cuerpo de un joven de veintiún años. Alto, de cabello negro,
corto y ondulado, cuidadosamente revuelto; facciones marcadas y mentón afilado;
anatomía musculosa sin caer en lo grotesco. Sabía que era un ente atractivo.
Morgana me lo decía todo el tiempo. Usaba el adjetivo “exquisito” para
describirme. Mis víctimas mujeres se rendían ante mí sin ningún problema, casi
implorándome que les quitara la vida. “El ángel de las sombras”, me apodaban.
Había todo tipo de leyendas sobre mí circulando por los barrios bajos de la
ciudad. Agradecía la atención y me resultaba bastante cómica y entretenida.
Debía admitir que me consideraba un inmortal egocéntrico y soberbio. Mala
combinación cuando cuesta tanto contener los más bajos instintos. Como buen
vampiro, “apagaba” mis emociones para no tener que sufrir sus inservibles
efectos. Ya había tenido demasiado durante mi tiempo finito como ser humano.
Recordaba aquella mortalidad
perfectamente. La llevaba clavada en la mente por voluntad, para jamás
olvidarme de quién era y por qué aborrecía a esta raza de palurdos. Mis padres
me golpeaban incesantemente desde que tuve uso de razón. Eran almas frustradas
y desgastadas por el paso de un tiempo implacable que les cobraba con pobreza
sus pésimas decisiones. Varias veces me dejaron inconsciente y repleto de
cardenales morados en el sótano de la casucha en que vivíamos, con la sangre
brotando por mis poros y el ardor recorriéndome las venas en cada palpitar de
mi cansado corazón. Carecíamos de recursos. Muchas lunas pasé sin alimento y
enfermo. Estudié, aunque nunca pasé de la secundaria. Odiaba que me dijeran qué
hacer y cuándo hacerlo. Todo lo que ahora sabía, lo había aprendido por cuenta
propia (y en verdad había aprendido mucho en estos ochenta y siete años).
Al cumplir catorce años, el abuelo
falleció y, ya que odiaba a mi madre por casarse con un muerto de hambre ebrio
como mi padre, no le dejó ni un centavo de herencia. En cambio, cedió toda su
vasta fortuna, a mí. Siendo menor de edad, no podía disponer de ella, por lo
que mi padre decidió que era hora de que yo muriera para que él se la quedara
con todo como albacea. Tal como se escucha. Resolvió asesinar a su propio hijo
por una vida cómoda. Las personas se cuestionarán ¿por qué lo hizo si él era el
apoderado de la misma y podía percibir cada centavo mientras yo llegaba a la
mayoría de edad? Esa misma pregunta me hacía, hasta que él me aclaró que
simplemente no tenía intenciones de que yo tomara nada del dinero porque
haberme mantenido durante todos estos años costaba demasiado y era momento de
pagar… con mi existencia.
La primera vez que intentó
asesinarme, fue poniéndome veneno para ratas en la comida. No le funcionó.
Estuve en el hospital por una semana, adolorido y convaleciente. No lo delaté porque
era un chico temeroso y cobarde, demasiado cobarde para mi bienestar. La
segunda vez, trató de tirarme de las escaleras del antiguo museo en la plaza
principal de Florida. Terminé con tres costillas rotas, la quijada quebrada, y
después de una terriblemente dura terapia, me recuperé. Tenía dieciséis años
para ese entonces. Mi madre nunca le recriminó sus malos tratos porque
obtendría la paliza de su vida si lo hacía, y luego desquitaría su enojo en
contra mía. Ambos eran unos malnacidos, hijos de perra. El diablo les había
engendrado para llenar mi existencia de miseria. Sentía que no había
escapatoria. Creí que moriría irremediablemente a manos de quienes se suponía
deberían cuidarme. Fue una época tormentosa, muy tormentosa, y demasiado
confusa.
La tercera y última vez que el
bastardo de mi padre intentó asesinarme, fue con un arma calibre veintiocho que
compró especialmente para la ocasión. “El instrumento de mi averno”. Cuando
escuché el ruido de la puerta abriéndose, sabiendo que llegaba a casa, me
escabullí hacia la calle por la ventana de mi habitación. Me temía mucho que mi
hora había llegado, aunque todavía faltaba bastante para su arribo; sufriría
mucha más pena, muchos más calvarios. Al percatarse de que había huido, mi
padre me persiguió por varias cuadras con el arma en la mano, completamente
alcoholizado. El pánico me ayudó a correr y perderme entre los vagos que
habitaban las cercanías. Intenté pedir auxilio a un policía con el que me topé.
No obstante, fui despreciado y entregado a mi asesino. ¿Qué oportunidad tendría
un enclenque como yo ante un experto en infligir dolor? Un maldito sádico como
él. Mi padre me tomó del hombro, obligándome a regresar a casa. Me explicó cómo
inventaría su coartada para que no le culparan de mi muerte. Mirándome con ojos
vacíos y profundamente oscuros, dijo que contaría a las autoridades que yo me
había robado su arma. Que entre juegos de niño bruto, se había disparado,
hiriéndome fatalmente en la cabeza. Fue entonces que me encañonó. Sentí con
claridad inolvidable la frialdad del arma en mi frente, dejándome una marca
visible que dudaba podría darle razón de ser una vez que me acabara. Siempre
fue un estúpido, aunque un estúpido persistente. Era ahora o nunca. Si iba a
defenderme, tenía que hacerlo ya. Levanté la rodilla, golpeándole la
entrepierna y dejándole incapacitado momentáneamente. Salí corriendo por la
puerta principal mientras escuchaba los disparos volando detrás de mí. Supe que
jamás regresaría, al menos no para un buen propósito.
Vagué por las calles por años sin
un centavo, comiendo de los basureros. Nadie me tendió la mano. Nadie se fijó
en el insignificante muchachito de ojos cafés, sucio y harapiento, que luchaba
desesperadamente por su vida. Robé, aunque jamás hice daño a alguien. No podía.
Varias veces deseé que aquél desalmado me hubiera exterminado. El hambre y la
desazón combinadas con el odio, son las peores torturas que una persona podría
pasar, además del terror continuo de ser atrapado. Mi único refugio era la
biblioteca pública. El guardia de seguridad nocturno era un hombre rudo, pero
amable. A pesar de que nunca me ofreció alimento ni cobijo, me brindó algo
mejor. El manjar del alma. Historias en papel que me ayudaban a ahuyentar mis
tormentos. Leí cientos de libros. Me pedía que no los ensuciara. Yo cumplía al
pie de la letra. Antes de tocar uno, me lavaba las manos en la fuente más
cercana y los devolvía impecables. Cada palabra que leía me transportaba a un
lugar distinto donde no había apetencia ni dolor. Todo era hermoso. Mis historias
favoritas eran “El Conde de Montecristo” de Alejandro Dumas, y “El Príncipe” de
Maquiavelo. Adoraba los relatos de ficción donde el personaje principal salía
adelante por su valía, furor e inteligencia. Me ayudaban infinitamente a enfrentar
mis miedos, lo que me volvía más fuerte de carácter, aunque también provocaba
que una inmensa rabia creciera contra mis agresores. Quería ser como esos
personajes para vengarme de quienes me habían herido tanto. Tener el poder de
quitar una vida sin remordimientos hasta lograr un propósito. “Ten cuidado con
lo que deseas”… un consejo que debí tomar en cuenta. No obstante, era una criatura
endeble. Estaba tan escuálido que el aire parecía doblarme en dos como una paja.
Una vez cumplidos los veintiún
años, toqué el punto de la agonía verdadera. Aquella que sobrepasa los límites
de la cordura. No había nada que pudiera hacer. Estaba muriendo. Contraje
ictericia. Al no haber alimento real en mi sistema, las encías se me
inflamaron. Poco a poco, la piel se me fue desgarrando hasta que los pellejos
se me caían en trozos cual leproso. Mi rostro, que solía ser atractivo, se
desfiguró por completo. Terminé viviendo en un callejón obscuro, sin ganas de
existir. No soportaba el suplicio. Me pudría y mi alma se negaba a perecer. Varios
meses pasé por este castigo… hasta que el dulce aliento de la muerte me halló.
El aroma de mi carne pútrida llamó
la atención de Donovan, mi líder, quien estaba de cacería aquella noche. Cuando
me halló escondido entre los botes de basura y le miré a los ojos, conocí lo
que era el verdadero horror. Pensé que Lucifer había venido por mí para hacerme
pagar por el odio que albergaba. Sus pupilas grises destellaban a la luz de la
luna insípida. Él decía que a pesar de mi piel desfigurada y el hedor de mi
cuerpo en descomposición, había algo en mí que se aferraba a la vida. Todavía
existía un propósito en aquellos huesos frágiles. Mi hermano vampiro se
encontraba solo en el mundo. Nunca pensó en tener compañía. Era algo absurdo
para él. No obstante, mi voluntad de vivir tuvo su recompensa y mi verdadera
historia dio inicio.
El inmortal encajó sus dientes
filosos en mi cuello para drenarme, pero se detuvo antes de que la última gota
de sangre escapara de mis arterias. Se cortó la muñeca tan céleremente que
apenas lo noté y la colocó en mis labios para hacerme beber de ella. Su plasma
me sabía a miel mezclada con óxido, y pese a esto, era sublime. Me colgué de su
brazo con frenesí. Bebí y bebí hasta que Don me lo arrebató, susurrando las
palabras: “insaciable criatura”. Segundos después, una corriente de lava
hirviendo comenzó a recorrerme las venas. Donovan observó con paciencia
absoluta. Cuando los alaridos comenzaron a escapar de mi boca, me levantó y me
llevó consigo, amordazándome para que nadie se percatara de mi sopor. No supe
qué sucedió después de eso. El ardor y la quemazón turbaron mis sentidos. Pensé
que había pasado horas en ese estado, rogándole a Belcebú que me sustrajera de
la tierra porque Dios me había abandonado desde el momento en que nací. Todo el
proceso me pareció una eternidad. Claro que en esos días desconocía el
verdadero significado del vocablo. Lentamente, el resquemor se fue esparciendo
en toda mi anatomía, desde mis labios partidos, bajando por el pecho, hasta
encender mis extremidades. Los latidos de mi corazón se tornaron violentos al
principio y luego dimitieron su furor, como el sonido de una percusión que se
aleja. Mi reacción fue esbozar una mueca de terror y las palpitaciones se
detuvieron, por fin. Mi cuerpo humano había muerto. Le tocaba regenerarse para
convertirse en algo infinito. Con la misma vehemencia con la que morí, renací.
Un estallido tuvo lugar en mi tórax, estómago y cabeza, poniendo a funcionar
todos mis órganos de nuevo. En cuestión de un instante, mi piel caucásica se
volvió traslúcida. Mi cabello se tornó sedoso, formando ondulaciones muy
sutiles en donde antes había maltrechos mechones de mugre. Mi estructura ósea
se ensanchó y mis músculos, antes flácidos, se fortalecieron a un punto exorbitante,
volviéndose voluptuosos y duros, como el acero. Percibí claramente la
restructuración de mi rostro y dolió como los mil demonios. Cambió de ovalado a
perfectamente cuadrado. Quijada afilada, nariz respingada y labios abultados.
Lo que me despertó al final del proceso, fue el cambio en la tonalidad de mis
ojos. Solían ser cafés oscuros. Al percibir la quemazón horrorosa en las
pupilas, las abrí rápidamente, gritando y restregándomelas. Quería arrancarlas
de sus cuencas. El veneno inmortal consiguió transformarme en una gloriosa
criatura, más gloriosa de lo que alguna vez imaginé. Días después de mi
renacimiento, me enteraría de que la agonía que pensé que había durado más de
una semana, tomó solamente quince minutos… Quince minutos de tribulación y era
ahora un vampiro, un exterminador de vidas con el alma plena y encendida de
rencor. Un no-vivo cuya eternidad comenzaba.
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"EL ÁNGEL DE LAS SOMBRAS" TRILOGÍA ESPECTRAL VOL. 1
"─¡¿No te gusta la verdad?! Definitivamente no. A pocas personas les atrae la idea de que sus fantasías se vean violadas con una realidad ensombrecedora. Pero es la realidad al fin y al cabo. Era momento de que dejaras de crear castillos en... el aire con alguien que no merece la pena. Soy un maldito, un vampiro, y me alimento de sangre humana. Mato para sobrevivir y tú estás en peligro a mi lado. No puedo ser la pareja que mereces. Y esa, mi querida Sky, es la verdad".
"Prefería cien mil veces el infierno en sus manos que el cielo en mi nombre. Él era el único que podía frenar la lluvia en mi corazón, ya fuese con su abrasadora pasión, con más dolor o con la muerte".
"-¿Qué piensas, Dom? –Inquirió la chica, mirándome con curiosidad. Nos encontrábamos en el techo de su pequeña casa observando los patrones que dibujaban las nubes en el plano celestial, escuchando el canto del mar que ella tanto amaba-. Has estado bastante silencioso desde aquél día que te fuiste. ¿Por qué no me has hablado de tu aquelarre?
-Es un tema que prefiero evitar, si no te molesta –fruncí el entrecejo.
-De hecho, sí me molesta. No comprendo por qué no me tienes conf...ianza. Te he demostrado que no sería capaz de traicionarte –su tono sonaba un tanto iracundo, aunque parecía tranquila… incluso un tanto entristecida.
-Felinnah, si evito decirte cosas sobre los míos es por protección. Saber demás solamente provocaría tu muerte. Te pondría en riesgo. Es preciso conservar el secreto de nuestra existencia –expliqué.
-Como si no viviera en riesgo todos los días –bufó.
-Esto es diferente. No discutas conmigo, no estoy de humor.
Cruzó los brazos e hizo un mohín.
-¿De qué me sirve ser tu amiga, entonces? ¿Se supone que debo decirte todo sobre mí y tú no puedes soltar absolutamente nada? ¡Qué mierda! –Refunfuñó.
-No seas vulgar –refuté, aunque no puede evitar esbozar una pequeña sonrisa. Adoraba esa fuerza bruta con la que solía explotar. Era infantil sin duda, pero me recordaba muchísimo a mí.
-¡Eres un idiota! –Se puso de pie e intentó bajar, aunque no podía porque habíamos subido gracias a mi fortaleza. Al verse impotente se volvió a sentar, solamente que al otro lado. Puse los ojos en blanco, sabiendo que no podía hacer otra cosa que seguirla y sentarme junto a ella. ¡Carajo! ¡En serio aborrecía tener que estar detrás de ella! No obstante, me atontaba la manera en que sus pupilas destellaban cuando estaban llenas de coraje. Sin duda se veía sumamente hermosa."
-Es un tema que prefiero evitar, si no te molesta –fruncí el entrecejo.
-De hecho, sí me molesta. No comprendo por qué no me tienes conf...ianza. Te he demostrado que no sería capaz de traicionarte –su tono sonaba un tanto iracundo, aunque parecía tranquila… incluso un tanto entristecida.
-Felinnah, si evito decirte cosas sobre los míos es por protección. Saber demás solamente provocaría tu muerte. Te pondría en riesgo. Es preciso conservar el secreto de nuestra existencia –expliqué.
-Como si no viviera en riesgo todos los días –bufó.
-Esto es diferente. No discutas conmigo, no estoy de humor.
Cruzó los brazos e hizo un mohín.
-¿De qué me sirve ser tu amiga, entonces? ¿Se supone que debo decirte todo sobre mí y tú no puedes soltar absolutamente nada? ¡Qué mierda! –Refunfuñó.
-No seas vulgar –refuté, aunque no puede evitar esbozar una pequeña sonrisa. Adoraba esa fuerza bruta con la que solía explotar. Era infantil sin duda, pero me recordaba muchísimo a mí.
-¡Eres un idiota! –Se puso de pie e intentó bajar, aunque no podía porque habíamos subido gracias a mi fortaleza. Al verse impotente se volvió a sentar, solamente que al otro lado. Puse los ojos en blanco, sabiendo que no podía hacer otra cosa que seguirla y sentarme junto a ella. ¡Carajo! ¡En serio aborrecía tener que estar detrás de ella! No obstante, me atontaba la manera en que sus pupilas destellaban cuando estaban llenas de coraje. Sin duda se veía sumamente hermosa."
MARIELA VILLEGAS R.
TODOS LOS DERECHO RESERVADOS.
ABRIL 2014 INDAUTOR Y SAFECREATIVE
¡NO PUEDEN PERDÉRSELA!
Muy. Bueno me a encantado y lo he terminado para cuando el prximo ,deseando poder leer los siguientes por favor dime algo en cuando puedas.
ResponderEliminarMe alegra mucho que te guste, Ruth. Un gran beso, preciosa!
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