Dominic Lestrath es un inmortal sediento de sangre y sin ningún escrúpulo o característica que le redima. Vive en Miami, Florida con su aquelarre y su existencia carece de problemas mayores puesto que no se involucra con nadie a un nivel emocional que pudiera afectarle. Una noche de cacería conoce a una mujer de personalidad explosiva, sarcástica y en apariencia dura. Al pretender asesinarla comprende que de alguna forma están conectados por el tremendo dolor que encierran sus miradas y algo más... algo que va más allá del entendimiento de Dominic y de ella, Felinnah, la prostituta más dominante de las calles de Miami. Los próximos días después de su primer encuentro no son nada placenteros gracias a la testarudez de ambos y al no querer aceptar que ya existía un vínculo que les volvería inseparables. O tal vez no...
Felinnah se acompañaba siempre de una amiga más joven que ella a la que le había tendido la mano, protegiéndola de todo daño, pero no sabía que la chica era más poderosa de lo que se atrevía a develar. Los hechiceros de L'essence, la magia ancestral predominante en el universo, están en búsqueda de una de los suyos perdida en el tiempo y entre quienes son los enemigos más terribles de su mundo: los vampiros, y tanto Felinnah como Dominic se verán atrapados en un conflicto que va más allá de su entendimiento y que está directamente ligado a los dos de formas inesperadas. ¿Podrá su amor ayudarles a unir fuerzas y encaminarse al futuro o perecerá irremediablemente a manos de aquellos que les persiguen? Nunca se sabe qué esperar cuando la eternidad teje sus hilos en la tierra...
Les presento:
"El Ángel de Fuego"
Trilogía Espectral Vol. II
Prefacio:
“La sinceridad a veces cobra algunas lágrimas, pero la falta de ésta
destroza corazones”. La frase de Lorena Donaji turbó mi mente mientras mi
corazón inmortal se deshacía en mil piezas. Había jurado adorar a mi Felinnah y
lo estropeé. Las imágenes de su anatomía se estrellaban en mi alma muerta como
relámpagos en una noche de lluvia. Lluvia del Cielo mezclada con fuego que me
envolvía hasta desbaratarme en fragmentos que se desplomaban hacia el abismo
oscuro de la penumbra eterna. Tanto dolor no era posible, ni siquiera para un
ser tan desgraciado como yo. Mi cuerpo ardía con su sangre latiéndome en las
venas. Era culpable de su muerte inminente. Pero también lo sería ella…
Chrystal. La chica que debió protegerla y la redujo a cenizas que volaban a un
lugar incierto. ¡Cómo me hubiera gustado verlo venir! Como me hubiera gustado
no ser tan cobarde y apartarla del camino de la devastación. No obstante,
¿quién que haya amado con tal éxtasis podía dejar ir al objeto de su afecto sin
antes aferrarse a él con garras y dientes, ya fuese por el mismo amor o por
tremendo egoísmo? Cobarde, sí, lo era. Y en estos momentos lo estaba pagando
con una soledad tan absoluta que parecía absurda. Las brasas consumían todo a
su paso, dejándome únicamente el vacío estúpido de la esperanza incierta. No me
quedaba más que purgar mi condena y atenerme a las consecuencias, ya sin ella,
sin mi Felinnah. Sin la energía que logró moverme y se convertiría en algo más
poderoso e inalcanzable. La pregunta era ¿qué estaría dispuesto a hacer para
contener un poco el daño ocasionado? ¿Cuánto estaría dispuesto a arriesgar por
salvarla? Solamente el tiempo podría responderme.
Capítulo 1: “Historias de Brujas”
(Narrado por Felinnah)
Dom me tenía asida a su cuerpo. No
dejábamos de contemplarnos. Sus ojos azules líquidos no eran nada parecido a
los del asesino que contemplé unas horas antes; eran ojos de un hombre completamente
enamorado. No había rastro del vampiro en ellos.
─Eres tan hermosa ─repitió
suspirando. Pareciera que su frase abarcara más de lo que sus significantes
decían.
─Tus pupilas encierran un misterio
que no puedo descifrar por completo. Dices que soy hermosa, aunque siento que
deseas implicar más que sólo eso ─respondí.
─Así es ─rió─. No lo comprendes
porque no deseas ver, realmente ver, a lo que me refiero. Eres una bella mujer,
no solamente por fuera. Tu alma destila bondad. Sin embargo, tu coraza externa
es tan áspera que no deja ver la piedra preciosa que esconde.
─¿Y esas son las palabras de un
inmortal desalmado? ─Inquirí con un dejo de diversión.
─Lo son. Aparentemente contigo no
puedo ser más que un hombre. Odio eso de mí. Detesto que tengas ese poder sobre
mi persona, y lo amo a la vez. No sé si puedes comprenderlo.
─Lo entiendo a la perfección
─respondí con un soplido─. Me sucede lo mismo.
El vampiro me besó la cabeza y
sonrió.
─Y después del ritual, ¿qué sigue?
─Pregunté curiosa.
─Simplemente que eres mía y yo soy
tuyo ─respondió, pero parecía preocupado por algún motivo que desconocía.
Frunció un tanto el entrecejo y posó su mirada en el techo.
Me cubrí con la sábana y me senté
en el lecho.
─¿Por qué tus palabras me saben a
culpa? ─Cuestioné.
─Porque mi aquelarre no tardará en
percatarse de esto y estaremos en serios problemas ─respondió como ebrio que se
despierta de la fiesta anterior con una resaca infernal─. Inevitablemente, te
he puesto en la encrucijada más peligrosa de tu vida. Yo, el inmortal que debió
protegerte y fracasó rotundamente por caer en el hechizo de tus ojos.
Sonreí aliviada.
─Ninguna encrucijada sería más
hermosa que esta. Te lo he dicho, nadie me apartará de tu lado. Conviérteme y
vámonos de aquí. Le plantearemos esto a Chrystal y…
En ese instante recordé la pregunta
que le iba a hacer sobre la situación de mi amiga. ¿Sería conveniente
formularla? ¿Por qué no? Pensé. ¿Qué sería lo peor que podría suceder si
Dominic ya era mío?
─¿Qué ocurre? ─Inquirió.
─Tengo algo que preguntarte ─me mordí
el labio y él lo atrapó con su boca, degustándolo unos momentos.
─Dime, con gusto resolveré tus
dudas si está en mí poder hacerlo ─sonrió modestamente. Nunca le había visto
tan delicado conmigo. Me llenaba de regocijo.
─¿Existen las brujas? Quiero decir,
¿sabes algo acerca de algún grupo, o como se llame, de brujas en el mundo? ─Y
al soltar mi cuestionamiento, todo se fue por la borda.
Dominic abrió los ojos como platos
y se incorporó, tomando sus pantalones y poniéndoselos para darme su total atención
con extrema rapidez. Me extrañó sobremanera su reacción. De hecho, me asustó un
poco. Se le notaba tenso y malhumorado. ¿Qué
había dicho que estuviera tan mal?
─Sería mejor preguntar, ¿qué tienes
que ver tú con algo como eso? ─Su quijada se trabó y sus pupilas escrudiñaban
mi rostro para estudiar cada reacción.
─Nada… fue solamente una…
─No me digas que sólo fue una
cuestión al azar. Nadie inquiere cosas como esa al azar. Mencionaste a Chrystal
y esa idea llenó tu mente. ¿Por qué?
─Dom, no tienes porqué enojarte. Mi
intención no fue hacerte sentir incómodo ─me disculpé, levantándome para tomar
un vestido sin tirantes color azul de mi cajonera, y me senté. Me costaba mucho
creer que estuviera tan molesto por una simple duda. Bueno, la verdad no era
tan simple, y por sus obvias reacciones, pude conocer con certeza que la respuesta
era afirmativa. Las brujas sí existían y aparentemente no eran amigas de los
vampiros.
Dominic inhaló aire trabajosamente,
intentando contener la ola de furia que le había embargado. Sus ojos se
tornaron grises por unos instantes y los cerró. Cuando los volvió a abrir,
habían vuelto a su dulce tono natural. Quise tomarle de la mano y la apartó.
─Fels, sé que has notado la
contestación en mis gestos. Hay clanes de brujos en el mundo entero. El
universo en el que vives es un lugar muchísimo más extraño de lo que te podrías
imaginar. También existen las tribus de lycans, aunque están casi extintos y viven
sitios muy alejados de la civilización porque se niegan a asesinar a seres
humanos, así que se aíslan para no caer en tentaciones innecesarias. No todos
son así, pero la mayoría practica la abstinencia. Alguna vez me he enfrentado a
ellos y no son gran amenaza, al menos no estando separados. Los brujos de
L’essence se cuecen aparte. Pueden ser una roca en los zapatos de cualquier
vampiro. Los humanos no tienen de qué preocuparse, ya que su trabajo es
protegerlos de nuestros ataques. Sin embargo, muchos aquelarres han perecido en
sus manos. Son nuestros enemigos, nuestros asesinos ─me penetró con la mirada.
Mientras narraba esto, la sangre pareció escapar de mi cuerpo. L’essence. Había dicho brujos de L’essence. Mis memorias viajaron al
instante en que el libro de Chrystal cayó de su estante y lo tomé para hojearlo.
No había comprendido nada ya que estaba escrito en francés, aunque esas
palabras se encontraban grabadas por todas partes. Chrystal era entonces… no.
No era posible. Esto no podía ser cierto. Me llevé instantáneamente la mano a
la boca.
─¿Qué pasa? ─Me espetó Dom
intentando una vez más controlarse.
Dudaba en mostrarle aquel gran
libro. Había dicho que los brujos eran enemigos de los vampiros. Si Chrystal
era una bruja, no sería amigable con el sempiterno y él tampoco con ella. Mi
amiga murmuró una frase esa tarde. Dijo:
“¡Por Dios! ¡Te has enamorado! ¡Eso lo explica todo! Yo que comenzaba a
temerme lo peor, creyendo que un ser maldito se había apoderado de ti o algo
similar…”
Chrystal se refería exactamente a
lo que me temía. Conocía la existencia de los inmortales. ¡Tenía que ser eso!
No había otra explicación para su reacción exuberante. Aunque, ¿por qué jamás
dijo algo al respecto? Tal vez por la misma razón que yo.
─Felinnah, estoy haciendo todo lo
posible por ser paciente. No apeles a mi lado bueno en estas circunstancias, porque
no existe. Sólo me freno porque se trata de ti. Dime qué es lo que sucede. Es
una orden.
Yo respiraba agitadamente. De una u
otra forma se enteraría. Tenía que decirle, pero temía sobremanera por su vida
y por la de mi mejor amiga. Si mis conjeturas eran certeras, nada bueno podía venir
de esto. Mierda… tenía que soltarlo ya.
─Dominic, ¿hay alguna razón por la
cual las brujas no puedan tener poderes antes de los dieciocho años? ─Cuestioné
en un murmullo.
El vampiro se puso rígido y
entreabrió los labios.
─¿Qué edad tiene Chrystal? ─Exigió
saber. ¡Maldita sea! En verdad esto estaba muy mal.
─Ella… ella tiene…
─Tiene diecisiete malditos años ─respondió
sin permitirme hablar. Apretó uno de sus puños hasta que sus uñas quedaron
grabadas en su palma. Ahora sí estaba iracundo─. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡No! No
ahora ─clamó.
─Por favor, contéstame ─requerí lo
más tranquilamente que pude.
─Las brujas de L’essence ascienden
a la magia a los dieciocho años. Antes de eso son como cualquier ser humano
común, no existe muestra alguna de sus poderes. Créeme cuando te digo que son
tremendos ─no me miraba ya. Me había dado la espalda. Volvió a ponerse tenso. Algo
más había llamado su atención. El libro de magia que había dejado en la cómoda
del pequeño cuarto. Respiró profundamente y se acercó para tomarlo. Lo hojeó
para luego, con una mano, azotarlo contra la pared. El golpe que dio al
lanzarlo fue tal, que me hizo dar un brinco. Me encontraba asustada, muy
asustada─. “La Magie Blanche” ─murmuró como si se tratara de una maldición.
─¿Dominic?
─Es su libro de hechizos y
pociones. Es su guía. La Magia Blanca y el Ocultismo ─sí, mi vampiro lo conocía
bien─. Nacen, crecen y están dispuestos a morir por combatirnos. Nos detestan y
les devolvemos el favor. Sus habilidades principales son la levitación, la
teletransportación y la fuerza, aunque en eso les ganamos por mucho. No obstante, sus múltiples trucos son en
extremo peligrosos y los que tenemos un poco de cordura nos alejamos de ellos
como parte de nuestra ley. Al menos la ley que rige a Florida y a sus
inmortales.
Mis manos temblaban. Se detuvo un
segundo, negó con la cabeza y prosiguió.
─Existe una bruja que es la más
poderosa del universo. La hechicera suprema. Se llama Madison Alexander. Ella
es su lideresa más venerada. Se casó con un vampiro de nombre Antoine Petrucci
al que todos detestan por cometer alta traición. Yo soy de otra forma de
pensar. Cada quien hace lo que desea. Yo estoy con una simple mortal, después
de todo ─dijo ásperamente.
Sus palabras me lastimaron. El
pecho se me encogió. Tragué saliva y comprendí a lo que se refería, aunque me
parecía que Chrystal no correría con la misma suerte que yo. Volteó hacia mí,
pero no me miró a los ojos.
─La historia de nuestra rivalidad
se remonta siglos atrás. Una bruja fue violada por un hombre que no tenía idea
de lo que ella era. Su venganza fue convertirle en un ser de la noche, un asesino,
un vampiro. Denna Vitrova era su nombre, y ella es la responsable de nuestra
maldición. El hombre se vio forzado a beber la sangre que había derramado por
una eternidad. Jonas Vilerious, el primer sempiterno del mundo, nuestro padre. Él
convirtió a muchos mortales en seres no-vivos para acabar con los brujos,
aunque pereció junto con la mayor parte de su descendencia. Solamente una
sobrevivió. Su hija bastarda. Devorah Vilerious. Ella es la monarca de mi
mundo. Es la princesa de la que te hablé, la que dicta los decretos que debemos
cumplir: los amras. Tiene una
fijación enfermiza por Madison y obliga a muchos de nosotros a trabajar con
ella para acabarla. Es una larga historia.
Me incorporé y le levanté la
barbilla para hacerle saber que estaba dispuesta a escuchar todo el relato.
Aunque temblaba, no le demostré más miedo. Comprendió lo que le quería decir
con mis gestos y siguió, no sin antes terminar de acomodarse la ropa. Mis
pupilas lamentaron el hecho.
─Los vampiros comunes nos
alimentamos de la sangre de humanos, aunque cuando bebemos de ella, también
absorbemos la “energía” que les mantenía con vida. Eso nos vigoriza más que la
propia sangre. El plasma de un hechicero nos convierte en seres más letales
precisamente porque contiene sus poderes. Al tomarla, se hace parte de
nosotros. Es decir, obtenemos sus habilidades, se mezclan con las nuestras. Muchos
vampiros se han enfrentado a lo largo de los años con los brujos para obtener
tal vitalidad. Madison, siendo la más portentosa de ellos, es también la más
acechada, pero es la única presa que no se nos permite tocar porque le
pertenece a Devorah. Su clan reside en Nueva Orleáns. Nosotros, los aquelarres
de Florida, no queremos tener nada que ver con los hechiceros, por lo que
hicimos un pacto con ellos. Sin embargo, la princesa ya ha requerido nuestra
ayuda en la guerra que piensa desatar en contra de la bruja suprema, de ser
necesario.
─Tal vez no lo sea ─me aventuré a
decir.
─Créeme, lo será. Nos veremos
forzados a luchar contra la magia. De negarnos, nos mataría. Tu amiga Chrystal
es una bruja, sin duda alguna. Lo cual me coloca en un terrible predicamento.
─No puedes hacerle daño ─solté como
una orden─. Si lo haces, me perderías sin remedio.
─Morirás de todas maneras ─refutó
sarcásticamente.
Exhalé fuertemente. De nuevo era el
odioso y enervante sempiterno macho.
─Te he dicho que no me importa
morir por ti o por ella. Son lo único que tiene valor en mi vida. Y no puedo
creer que después de lo vivido, me hables con tal desdén.
─No puedo hablar de otra manera. El
problema es que Chrystal me matará al conocerme y no pienso portarme dócil. Lo
siento, no puedo dejarla vivir. Es ella o yo.
Me sobrecogía lo que escuchaba. Por
todas esas razones no había querido hablarme de su aquelarre y de sus cosas,
porque sabía que tal vez tendría que irse a pelear en una batalla que no le
pertenecía. ¿Acaso me engañó cuando dijo que escaparíamos juntos? No, él nunca
lo dijo. Esa fui yo. Él simplemente no lo negó. ¿Y ahora me daba a escoger
entre alguna de sus vidas? ¡No! Debía haber alguna forma de mantenerles a raya,
a ambos. Una bruja se había casado con su peor enemigo y eso me daba
esperanzas. Era imperativo que Dominic y Chrystal encontraran una solución a revanchas
del pasado, por mí.
─Si me amas, no la tocarás. De
hecho, si me amas, me ayudarás a salvarle la vida. Chrystal está en peligro.
─¡Claro que está en peligro! ¡Tú
también lo estás! Creí haberlo mencionado antes ─socarró.
─No me vengas con eso, Dom.
─¡Es la verdad! Más de lo que pude
haber imaginado. ¡Maldita sea! ¡Mierda! ¡¿Qué no te era suficiente ser una
prostituta para arriesgar tu existencia?! ¡Tenías que mezclarte también con un
vampiro y una bruja! ¡Tenías que actuar de manera tan irracional y estúpida! ─Bramó.
─No permitiré que me hables así ─respondí
secamente, alejándome de él para salir de la casa. Una vez llegando a umbral de
la entrada, Dominic se interpuso en mi camino y estampó una de sus palmas en la
orilla de la puerta.
─Exijo que te alejes de Chrystal.
Perecerás ─demandó.
─¡Tú lo has dicho! ¡Moriré de todas
maneras! ─Respondí plantándome ante él.
─¡No de esta forma!
─¡Por ti sí puedo darlo todo, pero
no por mi mejor amiga, mi hermana! Jamás me separarán de ella, se trate de
quien se trate.
Me tomó fuertemente del brazo y le
di la cara. No me retractaría.
─¡Eres una…!
─¡¿Una qué?! ─Reté─. ¡Yo sí puedo
decirte lo que eres! ¡Eres un egoísta! No te importó asirme a ti y a tu piel
sabiendo todo lo que ocurriría. Yo tomé parte de eso voluntariamente, pero tú
sabías a consciencia lo que causarías y aun así me tomaste. Repito, nadie me
separará de Chrystal.
─¡Me estás forzando a abandonar lo
que soy por ti y por una de mis peores enemigas! ¡¿Quién es la egoísta?! ─Aulló.
─Tú me enamoraste sin medir las
consecuencias que no eran tan inciertas como lo pensaba. Nunca consideraste
soltar algo por nuestro amor. Solamente estabas aplazando el tiempo. ¿Cómo
crees que me hace sentir eso?
─Es distinto, yo también me enamoré
de ti.
─¡Y sabías desde el principio que
tarde o temprano me dejarías, a pesar de que juraste estar conmigo para
siempre!
─No fue así ─presionó los labios en
una delgada línea.
─¿Entonces cómo fue? Explícamelo,
porque no lo comprendo.
─¿Cómo podrías comprenderlo? ─Dijo
para sí─. No puedo vivir sin ti, pero tampoco dejaré solo a mi líder.
─Supongo que ahora entiendes
perfectamente mi situación…
No pudo rebatirme más. Me miró
furioso e impotente. Soltó el marco de la puerta.
─Si te quieres ir, vete. No te
detendré. O mejor aún, me iré yo. No importa que estés atada a mí por el
ritual. Jamás volveré a verte ─agachó la cabeza como buen cobarde─. No revelaré
el secreto de tu… amiga. Sé que tú tampoco revelarás los míos.
─¡¿Qué?! ─Le inquirí. ¿En serio? ¿Prefería largarse antes de
enfrentar la situación? ¿Me abandonaría a mi suerte?
─Quédate con el único atisbo de mi alma, ya
que tú la despertaste. Te dejo mi corazón raído y mis besos en tu piel. Me voy
vacío y muerto, como nací. No será problema existir así ya que siempre lo he
hecho. Quédate con lo bueno de mí, te pertenece, así como yo te pertenezco.
Adiós, Felinnah.
Se dio la media vuelta y mis ojos
se desorbitaron. No podía perderlo. ¡Era imposible que se fuera de esta forma!
La garganta comenzó a arderme y mi alma se trastornó momentáneamente. El cielo
se cayó ante mí, abriendo el infierno y arrastrándome con él. Mi mente se
enfureció ante la devastación inevitable de mi universo. Dominic creía que me dejaba
todo de su persona, pero no comprendía que lo que hacía era arrebatarme atrozmente
lo más hermoso que había tenido. La felicidad parecía ser demasiado para mí. Su
huida confirmaba que lo era. Nunca había valido nada para él y no lo valdría
jamás. El orgullo me tomó entre sus garras e hice lo que hacía mejor…
arremeter.
─¡Eres un maldito cobarde! ─Grité
entre sollozos─. ¡Te detesto y siempre lo haré! ¡Maldita sea la hora que
llegaste a destruir la poca sanidad que me quedaba! ¡Lo que te llevarás contigo
será mi muerte, Dominic Lestrath! Te hago responsable de ella. Anda y vive tu
perdida eternidad en culpa, dolor y calvario. ¡Te odio!
Noté cómo detuvo su andar unos
instantes cuando le di a cargar el peso de mi fallecimiento en sus hombros. Sin
embargo, continuó.
Azoté la puerta para cerrarla con
el alma destruida y las pupilas llenas de lágrimas. El corazón se me hizo
pedazos en el pecho y su latido cesó de escucharse, aunque en realidad
retumbaba con más fuerza que nunca. Exclamé que me llevaran todos los demonios
del averno. Sentía en estómago hecho añicos y me doblé en el piso para intentar
reconfortar tan grande pesar. No lo logré.
Continué llorando sin detenerme por
varias horas. La imagen de su hermoso rostro me atormentaba. Todas las palabras
que me dijo se incrustaban como balas en mi pecho. Sentía su piel, su aroma, su
pasión cuando me poseyó. Todo lo vivido no podía desaparecer de esta manera.
Quise pensar que había sido una pesadilla, pero la realidad me abofeteaba el
rostro con cada respiración. La desesperación hizo presa de mi persona y me
puse de pie. Corrí hasta la cocina, sabiendo que sin él no podría existir más.
Sin embargo, también quería castigarle. Tomé un cuchillo y llegué hasta el
umbral de la puerta, empuñándolo con suma furia, deseando clavarlo en su
corazón o en el mío… Tal vez esa era la mejor opción, clavarlo en el mío. Lo
posé directo en mi pecho roto por el escozor del dolor. Mis manos temblaban sin control. Percibí la
helada y afilada hoja queriendo traspasarme. Al percatarme de lo que estaba a
punto de hacer, con la respiración alebrestada y las venas ardiendo dentro de
mí, dejé caer el cuchillo y me desplomé en el suelo, apoyando mi espalda en una
de las paredes. No podía rendirme ahora que Chrystal me necesitaba.
Observé el amanecer a través la cortina de
llanto que colmaba mis pupilas. Me pareció el amanecer más tétrico. El cielo
estaba cubierto de nubes de lluvia. De nuevo, la maldición de mi apellido había
hecho de las suyas. Caí rendida horas después de lo acontecido. Las gotas que
repiqueteaban agitadamente, haciendo contacto con el techo y las ventanas de mi
pequeña casita, me adormecieron. Acepté que mi destino sería siempre sombrío y
también acepté mi inevitable muerte. De todos modos, Dominic se había llevado
lo poco que quedaba en mí. Así que ahora me dedicaría a pelear con Chrystal por
su causa y de ahí, desaparecería de esta tierra. Ya no podía hacer nada más. Ya
no quería hacer nada más.
Desperté con los ojos hinchados y
el alma partida en dos. Lo primero que hice fue recordar el rostro de mi
inmortal dándose la media vuelta y alejándose de mí. Las lágrimas se agolparon
de nuevo en mis ojos, pero un detalle un tanto escabroso hizo que me las
limpiara. No había señal de Chrystal por ningún lado. Volteé hacia la mesita
donde siempre asentaba sus llaves. Nada. No había llegado a dormir. Me paré
céleremente, sintiendo el agudo dolor de todas mis extremidades. Busqué por
todas partes y no la encontré. Me temí lo peor. Dominic. Tal vez él la había
encontrado y asesinado.
─No, no por favor ─supliqué.
Corrí hasta el cuarto para ponerme
unos jeans y una blusa blanca sin mangas. Me percaté de que todavía no había
levantado el desastre de la noche anterior. Las sábanas permanecían
desordenadas y manchadas de sangre como recordatorio de mi masacre. Me sacudí
la cabeza para pensar claramente. Las quité y las lancé a la basura. Con el
colchón no podía hacer nada, así que se quedaría ahí, inerte, cual espectador
silencioso del amor que arrastraba mi alma. Levanté mi cabello en una coleta y
me llevé unas zapatillas deportivas a los pies. Tomé una chaqueta porque la
temperatura era un poco más baja de lo normal. Entré al baño y cuando miré al
espejo, noté una carta pegada en él. Era de Chrystal. La abrí haciéndome leves
cortadas de papel en las manos, y leí.
Sky, he ido a buscar a mis padres. No podía exigirte más de lo que me
has dado. Has sido mi madre, mi padre, mi hermana, mi todo. Prometo que
retornaré para que este calvario se acabe y vengas con nosotros donde podamos
protegerte. Haré todo lo que esté en mi poder para que conserves la vida que
tanto amo. Sé de Dominic, aunque tal vez tú no sepas quién es en realidad. Te
vi con él en la playa esta noche. Prometo rescatarte de sus malditas garras. Debo
decirte la verdad, porque de otra manera no sobrevivirás. Él es un vampiro. Un
asesino despiadado, parte del aquelarre Lestrath, uno de los más mortíferos de
Florida. ¿Que cómo lo sé? Porque yo soy una bruja. Mi verdadero nombre es
Renatta Graciano. Pertenezco al clan Graciano de Orlando. Un inmortal llamado
Damien Wallace asesinó a mi hermano Sebastian. También intentó matarme, y ahora
espera que me convierta en una verdadera bruja para terminar con mi existencia
que pone en riesgo la suya. Él sabe que sobreviví a su ataque y culpó a su
hermana Tabatha y a los demás miembros de su aquelarre de nuestra supuesta
muerte, ya que mis padres movieron cielo, mar y tierra para encontrarnos.
Incluso llamaron al clan guerrero de hechiceros, los Killian, para asesinar a
los aquelarres de Florida y cobrar las vidas de mi hermano y la mía. Por tal
razón, el líder del aquelarre Ricci exigió una respuesta y Damien se la
proporcionó erróneamente. No sé qué es lo que planea, pero es sumamente fuerte.
Cada vez que te decía que iba con un cliente, desde que escapamos de las manos
de Flavio, mentía. Me dediqué a buscar respuestas a mis preguntas. Seguía a los
Wallace. Tuve demasiada suerte de que no me capturaran. El dinero lo obtenía
robando a mis “clientes”. Si te mantuve a raya de todo esto era porque deseaba
que estuvieras a salvo, aunque Dominic te encontró de alguna manera. Supongo
que también sabía de mí y te utilizó. Seguramente deseaba tanto mis poderes
como el mismo Damien. A eso se dedican esos seres sin alma, a la devastación.
Son sanguijuelas, carroñeros que viven de energías robadas. No regresé con mi
familia cuando murió Sebastian porque les perseguirían por mí causa. Jamás
hallaron mi cuerpo, por supuesto, aunque supusieron lo peor ya que Damien dejó
piezas de mi ropa y mi sangre regadas en la escena. He ahí la razón por la cual
hui y llegué hasta ti, mi salvación. Debes encontrar consuelo en saber que,
aunque sí sufrí vejaciones en mi cuerpo, lo hice voluntariamente para no
permitir que los míos padecieran. Ahora todo ha caído en su lugar. Ascenderé
mañana y mis poderes surgirán. Nunca fui débil en realidad. Perdóname por todas
las mentiras. Perdóname por no haberte alejado antes de la basura en que
estuvimos inmersas. Tampoco yo podía hacerlo, no todavía. Perdóname, te lo
ruego. Ya nada será igual después de mañana. Les contaré a mis padres de tu
valía y haré que te asciendan también. Me niego a permitir que un “perverso” te
arrebate de mi lado. Te proporcionaré las armas para luchar con todo. No estoy
bromeando. Nunca me mofaría de ti con tanta vileza. Aléjate de Dominic.
Resguárdate hasta que regrese. Espérame y no hagas algo estúpido, te lo ruego.
Tienes la valía para soportar L’essence, sólo necesitas la guía. Aunque debo
advertirte que deberás deshacerte de todo impulso nocivo. Eso solamente tornaría
las cosas en tu contra. Es imperativo. Te amo, Sky. Espera mi regreso, hermana.
Arrugué la nota con el corazón
acelerado. ¿Yo, una bruja? No sabía si sería capaz de asimilar tal cosa. No
había nacido para ello. Una voz muy dentro de mí repetía que eso no era lo que
deseaba. Mi ser entero gritaba que ese no era el camino. Si ascendía como
Chrystal, o Renatta, quería, Dominic
se convertiría en mi enemigo. Esto era muy extremo para digerirlo en tan poco
tiempo. No importaba que ya le hubiese perdido, enfrentarme a él era una idea
repulsiva. No obstante, la familia de Chrystal buscaría al tal Damien Wallace y
probablemente también el aquelarre Lestrath una vez que supieran de lo ocurrido
con su hija. Si le advertía a Dom del ataque, entonces los brujos correrían
peligro. Negué con la cabeza. Después de
todo, sí tienes que elegir, idiota.
Me dije. Unirme a mi amiga o arriesgarla por el vampiro que me había abandonado.
No me sentía tan compasiva con él ahora, y la bruja, tan extrañamente como
sonara, había sufrido conmigo todo. Contrario a lo que pensaba, me cuidaba más
de lo que yo alguna vez la cuidé. Si era mi deber, escogería a mi amiga.
Dominic ya no estaba conmigo. Convencería a Chrystal de que dejaran en paz a
los Lestrath y contaría mi versión de la historia. No podía ser cierto que me
hubiese utilizado para llegar a ella. Yo fui testigo de la sorpresa en su
mirada cuando él mismo descubrió quién era Chrystal. Amaba al vampiro y siempre
lo haría. Tenía razón, las cosas eran sumamente complicadas, pero arriesgaría
todo en esta empresa. Iría a buscar a Chrys inmediatamente.
Tomé el dinero que guardaba en un
frasco dentro de uno de mis cajones y salí de la casa, echándole un último
vistazo, sabiendo que probablemente sería la última vez que estuviera ahí, y me
dispuse a ir a Orlando para enfrentar mi destino.
Capítulo 2: “Adiós”
(Narrado por Dominic)
Llegué a la guarida de mi aquelarre
sin siquiera haber levantado la mirada del suelo para encontrarla. No había
palabra alguna que describiera la profundidad de mi vacuidad. Había mandado al
diablo lo único valioso para mí. Lo único. Me sentía como el peor de los
imbéciles, con las manos huecas y un calvario sin fin que apenas comenzaba.
A-penas. ¿Quién utilizaba palabras como esas en estas situaciones? ¿Penas? No,
más bien, pasión consumidora.
Al penetrar la puerta, vi que
Morgana estaba esperándome. Me desquició la idea de tener que tratar con ella.
Quise darme la vuelta de inmediato, pero en este estado, no solamente los
humanos se encontraban vulnerables.
─¡¿Dónde diablos te has metido?!
¡He esperado días a que te dignes a mirarme y ni siquiera has estado presente
para hacerlo! ¡Estoy cansada de esto, Dominic! Si la situación continúa así, me
largaré con Damien. Lo juro.
No levanté la vista. Estaba
demasiado metido en mi sopor como para prestar atención a las niñerías de la
vampiresa. Me dirigí hacia mi habitación.
─¡No estoy bromeando! ─Me tomó del
brazo para detenerme.
─Yo que tú no haría eso, Morg
─advirtió Bruno notando que mis pupilas se clavaron en las de mi compañera, exigiendo
que me dejara ir porque le iría muy, muy mal si no lo hacía.
─Suéltame ─comandé en un tono muy
bajo y ronco, impregnado de peligro.
─¡No! ─Exclamó retadoramente.
Inhalé aire e intente con todas mis
fuerzas resistir para no arrancarle la cabeza de un zarpazo.
─He dicho, suéltame ─mascullé.
─Morgana ─Bruno intervino de
nuevo─. Por favor…
─Dije NO ─irguió la cabeza y el
pecho. La cordura se escapó de mi cuerpo y arremetí contra ella con los
colmillos hacia afuera y toda la rabia que había contenido, que era, por mucho,
extrema. Presioné mi mano derecha en su cuello, estrujándolo hasta el punto en
que sus huesos se quejaron, chillando. La estrellé contra una pared, dejando
grabada su figura en ella. Gruñí endiabladamente e inserté los incisivos en la
carne suave de su pecho. Morgana pegó un alarido ensordecedor que hizo eco en
el recinto. Bruno intentó intervenir, pero mi bramido salvaje le detuvo. Sabía
que le mataría sin titubear si se metía. Corrió en búsqueda de Donovan para que
intentara hacerme entrar en razón. Morgana me arañaba el brazo y lanzaba
patadas a diestra y siniestra. Ni así logró separarme. La detesté por atreverse
a deshacer con su esencia la sapiencia de Felinnah que había grabado en mi
paladar como un tesoro de infinitas proporciones. Volqué en ella toda la ira y
frustración que sentía hacia mí por haberme atrevido a abandonar a mi mujer.
Lancé a la vampira al piso. Las
losetas se despedazaron, provocando un estruendo que hirió mis oídos, volando
en miles de piezas que golpearon mi cuerpo. Con la mano que tenía libre, arranqué
una de la patas de la mesa de madera del centro, derrumbándola, y con todas mis
fuerzas y el brillo maldito en mis ojos, se la clavé en las costillas.
─¡Aghh! ─Gritó. Sus pupilas se
desdibujaron en un terror que jamás había visto en ellas. Nunca fui un ser
pacífico y en estos instantes no había más que guerra en mi cabeza.
─¡Te atreves a meterte conmigo una
vez más! ¡No te das cuenta de que no somos iguales! ¡Estás amenazando a tu
padre, a tu creador! ¡No dudaré en mover esta estaca un poco más arriba para
terminarte! ─Mis aullidos sonaban irreconocibles hasta para mí. No sabía quién
era este vampiro que se empeñaba en despojar de la vitalidad a su propia hija. Quería
matarla. Jamás había querido matarla tanto como ahora. Saqué el artefacto lleno
de plasma y, estando a punto de estamparlo en medio de su pecho, Donovan entró
a la casa.
Al percatarse de la situación, se
movió con agilidad propia de un león y me retiró del camino con un solo golpe.
Era un vampiro bastante antiguo, por tanto, poseía más fuerza que yo. Bruno me
arrebató la estaca improvisada de las manos y trató de aprisionarme entre sus
brazos. El jovencito era valiente, debía concederle eso, porque jamás lograría
contener mi descomunal furia. Le empujé con facilidad y corrí de nuevo hacia
Morgana que se escondía tras Donovan, sosteniéndose de él. Lancé el mueble de
la sala hacia el otro lado de la casa y salté hacia ambos. Mi líder interpuso
un brazo entre él y yo, por lo que al colisionar brutalmente, quedé
momentáneamente paralizado. Me incorporé adolorido y me agazapé cual bestia
enajenada. Salivaba profusamente y mis colmillos se insertaban en mis labios,
cortándolos por la fuerza con que gruñía. Toda mi camisa estaba bañada en
sangre.
─Si tocas a Morgana, perderás mi
respeto ─advirtió Donovan firmemente. Su voz me pareció un trueno que se
estrella contra el suelo y obliga a detener tu andar, reconsiderando seriamente
si deberías continuar…
─Quítate de mi camino o el que te
perderá el respeto seré yo ─bramé. Algo terrible se había metido en mí,
agitando los cimientos de la tierra que pisaba.
─No me vencerás, Dominic. Puedo
hacerte mucho daño. Exijo que te alejes de ella ─comandó mi líder
consistentemente, desnudando sus incisivos y decolorando sus pupilas a un gris
pálido colérico. Me aplastaría si lo decidía. Todas las veces que me había
atrevido a enfrentarme a él, perdía inevitablemente. No sólo era más poderoso,
sino más sabio, contenido y perspicaz. Medía los movimientos de su adversario,
los analizaba en un segundo y atacaba con la certeza de aniquilar. Estaba
seguro de que no me asesinaría. Era una lástima. Prefería morir por su mano que
por la de cualquier otro inmortal. Ya no quería existir. Felinnah tenía toda la
razón, era un maldito cobarde y no merecía la vida que ella me había dado. Se
lo dije. Le dije que no la meritaba y ella no quiso creerlo. Ahora ya no podía
hacer nada para regresar el tiempo y enmendar el daño. La conocía. Esto era
irreparable.
─Puedo hacer lo que desee con Morgana.
¡Yo la creé! ─Contesté dando un paso, tomando de la camisa a mi líder y
levantándolo a varios centímetros del piso. En el acto, Morgana cayó por la
falta de fuerza.
─Te lo advertí ─siseó Donovan.
Metió ambos brazos entre los míos,
desatándose y tomándome del cuello para después lanzarme en dirección a la
chimenea. Caí de espaldas en ella y las brasas encendieron mi piel. Mi carne
empezó a soltar el aroma de la ceniza. El ardor sólo se comparaba con el
infierno en mi ser. Me abstuve de escapar. Me hice un ovillo y me dejé morir.
─¡Sácale de ahí, Don! ¡Esto lo
matará! ─Exclamó Bruno.
Al comprender que no me movería de
la flama que me envolvía, Donovan se desplazó hacia mí de un paso y me tomó de
la cintura, arriesgando su propia vida para salvar la mía. ¡Vano intento! Me dije, percibiendo las llagas que se formaban en
toda mi espalda.
─¡¿Qué carajos estás haciendo?!
─Exigió saber─. ¿Por qué deseas perecer con tanto ahínco? ¿Qué mierda te
sucede, Dominic?
Todo quedó en silencio unos
instantes. Mi cuerpo permaneció tirado en el suelo junto con el de Morgana, que
aún no recuperaba el aliento. La piel que se me había quemado, tardó un tanto
en regenerarse. La de él también. Sus brazos y parte de sus piernas se habían
chamuscado. Mis ropas estaban raídas y pegadas a mi epidermis por la sangre que
coagulaba las llagas. Bruno tenía los ojos abiertos como platos, sin dar
crédito a todo lo que sucedía. Nadie se atrevía a hablar. Imaginaba que nadie
sabía qué decir. Como había mencionado, nunca fui pacífico, aunque tampoco
había sido tan letal con los míos como esa noche. Mi mente estaba aturdida.
Respiraba trabajosamente y todavía no comprendía el alcance de mis actos.
Morgana se sobrepuso unos minutos después, tomó los restos del sofá que había
arrojado a la nada, colocándolo junto a la chimenea, y se sentó.
─Eres un… imbécil ─susurró
dirigiéndose a mí.
─Carajo ─dijo Bruno con un hilo de
voz.
─¿Pretendes que nos acabemos entre
nosotros? ─Inquirió mi líder─. Ya tenemos suficiente con los brujos. No seas idiota.
Tanta sangre que bebes te bloquea las neuronas.
No respondí.
─¡Vaya “padre” que me tocó!
─Recriminó la vampiresa─. Lo has visto ya, Donovan. No soy más que un objeto
para él. ¡Lo detesto!
─Si me detestaras tanto, jamás te
habrías acostado conmigo… tantas miles de veces.
El cuadro que se pintaba ante mí
era bastante lúgubre. Donovan tenía los brazos caídos a los costados, erguido a
pesar de sus dolencias, con los puños de la camisa ennegrecidos y carbonizados,
así como la parte media de sus pantalones de lino beige. Morgana estaba
remojada en su propia sangre. El hueco donde había clavado la estaca rompió su
blusa Prada favorita. Bruno tenía los brazos cruzados y contemplaba el desastre
de la casa, tal vez preguntándose quién lo limpiaría. Y yo me hallaba echado en
el piso, discutiendo de sexo con la inmortal a la que había creado e intentado
matar. Mi vestimenta estaba calcinada por detrás. Solamente el destello del
fuego de la chimenea nos alumbraba. No nos gustaba mucho la electricidad, por
lo que no teníamos focos más que en sitios específicos como el sanitario y las
habitaciones, y eran de luz cálida. Nuestros únicos televisores se ubicaban en
las habitaciones de Morgana y Bruno, a quienes les agradaban los artefactos
modernos: celulares, iPods, iPads, computadoras finísimas, sonidos digitales y
esas cosas. Donovan y yo preferíamos los discos de acetato (aunque yo sí tenía
un iPod con canciones clásicas de todas épocas desde mi conversión), los libros
y una que otra película en formato DVD. Los días solían ser más sencillos de
esa manera. Solían serlo.
─Cállate, Dominic ─dijo Morgana
enervada.
─No eres pieza para mí. Que no te
quiera ni te desee, es lo que te pudre las entrañas. No eres mejor que Tabatha
Wallace ─desdeñé.
Donovan quiso intervenir de nuevo,
aunque se percató de que esa no era su pelea. Pude notar en su rostro que
estaba harto de discusiones de secundaria.
─¡Malnacido!
─Lo que sea ─solté. No podía
respirar y eso que no me hacía la menor falta.
─No te comprendo, Dom ─los ojos de
Morgana estaban desorbitados y sus pupilas destilaban furia (con toda razón).
─Lo único que debes comprender es
que no te pertenezco ─respondí incorporándome para sentarme.
─Hay algo muy extraño en ti. No
eres el mismo… no lo eres. ¡Donovan! ─Clamó─. ¡Tienes que detener esta actitud!
¡Haz algo!
─Tú lo has dicho ─musitó el vampiro
para mi sorpresa─. Él es tu creador. No hay mucho que pueda hacer, más que
observar. Ya te salvado de una inminente muerte. Agradécelo y guarda silencio.
─¡No lo puedo creer! ─Morgana
gesticuló exageradamente.
─Con una mierda, calla ─desprecié
sin ganas, poniéndome de pie para cambiarme la ropa. Donovan soltó una risotada
inesperada al voltearme.
─¡Qué! ─Grité dándole la cara.
Frunció los labios para contener la risa.
─Tu trasero luce bastante… bien
proporcionado, dado a que puedo contemplarle en todo su esplendor ─¡Mierda! Las
brasas habían consumido casi completamente la parte posterior de mis jeans.
─Púdrete ─bufé y continué caminando
hacia mi cuarto.
─¡De nada! Fue un placer rescatarte
de tu estupidez ─soltó mientras yo cerraba la puerta detrás de mí. Así
funcionábamos. Uno deshacía y el otro componía el desastre. Donovan era un
líder magnífico. Estricto, pero magnífico. No había pregunta a la cual no
tuviera respuesta. Era raro que titubeara cuando se trataba de auxiliarnos. Sin
duda estaba muy consternado por mi actitud, pero me daría mi espacio como
siempre lo hacía. De alguna imbécil manera, agradecía todo lo acontecido,
porque me había distraído momentáneamente de mi tormento. Ahora que estaba solo
de nuevo, el furor en mi pecho se expandió hacia mis extremidades,
convirtiéndome en impotente en mi propia estructura.
Encendí la luz de mi cuarto y me
desnudé. Contemplé mis brazos enrojecidos y la marca casi invisible de la
mordida de Felinnah cuando se entregó a mí. La toqué y la calidez de su
recuerdo me perturbó. Tenerla envolviéndome, besándome, dejándome penetrarla
con fuerza y vigor, con ternura y apasionamiento, con demencia y fuego. Sus
piernas apretando mis caderas y su embriagador aroma introduciéndose en mis
fosas nasales. Mi miembro se endureció. Parecía doler, palpitar por la falta de
su pelvis. Mentí cuando dije que podría continuar con mi vida como siempre
había sido… No existía si no era por ella. Me llevé la mano a la erección y la
envolví, experimentando una sensación de excitación. Jamás había sentido la
imperiosa necesidad de masturbarme para complacerme. Para eso tenía a mis
mujeres, humanas, brujas o vampiras, ¡que carajos daba! Pero esa noche precisaba
expulsar mi candor por ella. La visualicé completamente descubierta. Sus
delicados senos blancuzcos descansando en mi boca que jugueteaba con sus
pezones duros, ávidos de mí. Su vagina violentamente humectada cuando la
penetré con la lengua, los dedos y el pene, guardando su textura en mí. Sus
frondosas piernas entrelazadas con las mías. Mi anatomía tembló y continué
estrujando mi miembro de arriba abajo. ¡Ah, mi divina Venus! ¡Ah, mi Felinnah!
─Te amo, Dominic ─su voz se dejó escuchar en mis memorias, sensual y
exquisita.
Toda la potencia de mi fragor se
concentró en mi erección y en mis testículos, y estallé en un clímax asombroso
con el rostro de mi Cielo gimiéndome salvajemente al oído.
Entré a la ducha, cansado y entumecido por las
vastas experiencias de aquella noche que había durado mucho más de lo
necesario. Abrí la regadera y remojé el cuerpo, removiendo el resto de los
pellejos muertos que quedaban en mi espalda, glúteos y piernas. Me coloqué unos jeans raídos de mezclilla,
una camisa negra, unas botas Steampunk Demonia Disorder, y otra de mis tantas
chaquetas negras de cuero, tipo motociclista. Subí al techo para despejar la
mente o para aturdirla más, no sabía. La
agonía a la que me estaba sometiendo era terrible. Imaginé que este era el
averno. Jamás en la vida, humana o inmortal, había sufrido la pérdida de
alguien porque simplemente nadie más que yo me había importado en el universo.
El pecho se me comprimió de nuevo, pero esta vez con mayor potencia. Tuve que
agacharme momentáneamente para poder sobreponerme. Sentía un enorme pesar en la
garganta y no era por la falta de alimento. Era algo muchísimo más intenso que
eso. Era el dolor. La verdadera pena de la muerte en vida. Me reproché a mí
mismo haber caído en mi propio juego. Haberme enamorado de una mortal y
entregarle mi todo, pese a que fuera nada. El lazo que creamos Felinnah y yo al
realizar el ritual era indisoluble, al menos para mí como vampiro. Cometí la
peor idiotez de todas. Darme a una mujer fascinante. Cederme por completo a una
prostituta. ¡¿Qué diablos estaba
pensado?! ¡¿Cómo carajos creí que eso resultaría?! Ningún autor de los que
conocía, de ficción o realidad, se había atrevido a darle un final feliz a un
par tan impar.
Me llevé la palma a la frente,
irguiéndome. Entonces, algo increíble sucedió. Un líquido caliente comenzó a
brotar por mis ojos y descendía por mis mejillas. Cuando me lo quité y me
percaté de lo que era, realmente me asombré. Era sangre. Lágrimas de sangre.
Había escuchado que los inmortales podíamos llorar. Tal vez en algún momento
esas mismas lágrimas se habían juntado en mis ojos por situaciones
inexplicables, pero de eso a derramarlas, había un larguísimo trecho. Ni siendo
mortal cuando me herían con total potencia, derramé una sola gota de agua de
mis pupilas. Todo lo que me había sucedido me convirtió en el ser más falto de
sentimientos que jamás conocí. “Sentir” cualquier
cosa era una tremenda molestia y Felinnah me había regalado el poder de hacerlo.
Yo era el causante de mi pesar, pero ella era la causal de mi vida. La amaba
más que nunca ahora que la sabía perdida. Sin embargo, el conflicto de
intereses permanecía. Chrystal era bruja y no sabía de qué clan provenía.
Podría ser de cualquiera. Mi aquelarre se enteraría tarde o temprano de mi
unión con Fels porque era algo que no se podía esconder, y eso la convertiría
en un blanco automático. Podía hablar con Donovan. No obstante, le conocía muy
bien. La clandestinidad de mi romance no le daría confianza. Y si algo no le
daba confianza, sería despreciado y aniquilado. Todo me preocupaba. Al abrirle
paso al amor, mi corazón muerto también descubrió otras emociones…
remordimiento, culpa, aprecio hacia mi líder, tristeza, y miles de otras cosas
que no sabía nombrar porque simplemente jamás existieron en mi vocabulario.
Lloraba silenciosamente, cuan hijo
de la luna que contempla toda la extensión de su ruina, hasta que escuché unos
pasos detrás de mí. Rogaba que no se tratara de Morgana, puesto que no podía
mirarla después de lo que intenté hacer, y lo peor era que sí me molestaba el
daño que le había causado. El caudal de sensaciones en mí era incontenible.
─Dom, ¿estás bien? ─Era Bruno. A
diferencia de los demás miembros del aquelarre, Bruno conservaba intacta una
buena parte de su humanidad. En cierta ocasión mencionó que le hubiese gustado
enamorarse de alguien y ser una persona distinta a la que era. Crecer y formar
una familia. En ese entonces le taché de imbécil y me burlé. Ahora, le
consideraba el mejor de nosotros. Realmente deseaba un destino diferente para
él.
─Digamos que estoy, nada más ─respondí
secamente, enjugando el llanto por completo. Aunque mis ropas eran negras, el
plasma vampírico tenía un aroma muy distintivo y Bruno lo percibiría, estaba
seguro de ello. Además, ¿qué tanto podía esconder semejante torrente?
─¿Lloras hermano? ─Cuestionó con
delicadeza. Se notaba que no deseaba hacerme enojar una vez más.
─Siempre he odiado que las personas
respondan a una pregunta con otra, pero ¿acaso no es obvio el olor de mis
lágrimas? Aprende a cuestionar lo que tenga un propósito real, Bruno.
─Lo siento, Dom. No es mi intención
entrometerme, es sólo que… ─prosiguió.
─Te suplico que me dejes en paz. No
estoy de humor. Lo pudiste notar hace unas horas. No podría soportar hacerte
daño.
Lo que dije había sido lo más
genuino que jamás confesé a alguien de mi aquelarre.
─No deseo importunar. Sólo quiero
saber si podría hablarte… Se trata de algo de suma importancia.
─Nada me interesa ahora.
─Estoy seguro de que esto sí ─se
puso firme.
─¡No! ─Exclamé exhalando
fuertemente.
Se armó de coraje y habló por fin
sin importarle mi negativa tan rotunda.
─Dom… ─titubeó─. Dominic, sé lo que
escondes. Sé la causa de tu sufrimiento.
─Lo dudo mucho ─reí
sarcásticamente.
Al no emitir palabra alguna, me puso
en alerta. Esperé unos segundos para escuchar lo que diría después.
─No te enojes, Dom, te lo ruego.
Pero, lo sé. Lo sé todo ─susurró. La tonalidad de su voz era casi insonora.
Cuando dijo esto, mi cerebro caviló
de inmediato y supe que sí se refería a Felinnah. No obstante, no lo revelaría
hasta estar completamente seguro de ello.
─¿Qué diantres quieres decir? Habla
claro. Te he dicho que no estoy de humor.
─Conozco tu secreto. He visto a
Felinnah y me parece la mujer perfecta para ti ─aventuró entrecerrando los ojos
con terror. Le tomé de la camisa y lo acerqué mucho a mí. A pesar de que el
chico estaba horrorizado, no mostraba señal de retractarse.
─No… no me malinterpretes. Lo digo
en serio, hermano.
Escruté su mirada para saber si
había algún dejo de mentira en ella. No parecía ser así. Aunque debía ser
precavido.
─¿Cómo sabes de ella? ─Le espeté
dejando ver mis colmillos.
─Por favor, no te enfurezcas. Te
seguí ─se cubrió el rostro con una mano.
─¡¿Me seguiste?! ─Mi volatilidad me
impedía ser benévolo. Por todos los infiernos que le acabaría ahí mismo si no
se explicaba correctamente.
─¡Dom, no lo hice con mala
intención!
─No puedo pensar en otra intención
que no sea mala. ¿Quién te envió a seguirme? ¿Donovan o Morgana? ─Le espeté.
─Ninguno de los dos, lo juro. Yo lo
hice voluntariamente.
─¡¿Sabías a lo que te exponías
conmigo y aun así me espiaste?! ¡Puedo ser mil veces peor que Donovan! ¡Lo
sabes! ¿Quieres morir, bruto? ─Clavé mi mirada gris en él, amenazadoramente.
─Lo sé. Lo sé. Lo hice porque sabía
que tú eras distinto a ellos. Siempre lo supe. Tú no eres como los otros
vampiros. Tú tienes la verdadera esencia de la inmortalidad.
─Soy peor que todos, chiquillo y,
¿a qué diablos te refieres con la verdadera esencia de la inmortalidad? ─Le
elevé más entre mis manos.
─No. Dom, tú no eres como ellos
─repitió─. Hay algo en ti que me ha hecho tenerte más confianza que al mismo
Donovan. Te he admirado desde siempre. Eres mi mentor. Te admiro, te admiro ─su
boca decía las palabras y me sonaban completamente honestas. Le fui soltando
lentamente, aunque con suspicacia.
Solté un bufido.
─¡Vaya mentor el que has escogido!
Eso demuestra una vez más tu falta de experiencia. No podrás aprender nada
bueno de alguien como yo.
El chico metió las manos a sus
bolsillos y frunció los labios.
─Te equivocas. Me enseñaste a creer
que mi naturaleza vampírica podía ser mejor que la humana ─dijo mirándome a los
ojos.
─¡¿Qué?! Soy el vampiro menos
humano que existe ─arrugué el entrecejo.
─No me has entendido.
─Explícate, carajo.
Su rostro dibujó una diminuta
sonrisa.
─El ser vampiro es algo relativo,
como el ser humano. Tengo una teoría en la que creo firmemente. La maldición
fue lanzada para el vampiro original, Jonas y su descendencia. Nosotros fuimos
transformados, no nacimos de él ─aclaró.
─Sigo sin comprender una sola
palabra ─negué con la cabeza. El chico estaba loco─. Somos descendientes de
Jonas por asociación. Hay una línea sanguínea en todos nosotros que se une
hasta llegar a él.
─Tal vez, pero date cuenta de que
algo ha cambiado durante nuestro tiempo. Los inmortales somos capaces de sentir
todas las emociones con mayor potencia. Por eso es que apagamos la mal llamada
“humanidad” para no resultar afectados. Eso nos convierte en algo similar a los
sociópatas y narcisistas. Es lo que nos hace actuar como asesinos despiadados.
Consideramos inferiores a todas las razas, sobre todo a la humana que nos
concibió, porque nos alimentamos de ellas. Sin embargo, la realidad es otra.
Una vez que comenzamos a “sentir” algo tan imponente como el amor, no hay
vuelta atrás. No existe tal cosa como deshacerse de esa emoción. Podrías
intentar apagarla, pero tarde o temprano regresaría a ti porque fuimos hechos
para sentir ─¡pff! Cuando comenzaba a dar sus discursos de niño sabelotodo me
enfermaba.
─Ajá. ¿Y qué más? ─Le espeté
bostezando.
─Hablo muy en serio. Como creador
del cosmos, si tú le dieras al árbol de manzanas el poder de dar peras, ¿crees
que solo daría manzanas para no cargar con más peso en sus ramas? ¡Por supuesto
que no! Pasa exactamente lo mismo con nosotros.
O yo estaba muy entumecido, o de
hecho, el muchacho comenzaba a hablar con sentido. Continuó.
─El creador o como quieras
llamarle, nos dio esa fuerza para experimentar emociones intensas. Para
llevarlas hasta el punto máximo, aunque también para aprender a hallar un
balance en ellas. También los mortales asesinan, incluso a veces peor que
nosotros. ¿Nunca has escuchado hablar de Calígula, el emperador romano?
─De hecho me ha servido como
inspiración en muchas de mis… cacerías ─respondí.
─Ves, tú igual lo sabes y no
quieres aceptarlo. Eso a lo que nosotros llamamos la “humanidad” perdida radica
en nuestras almas, cuerpos, mentes. Nunca se fue al convertirnos. Se
potencializó y la desechamos porque siempre nos enseñaron que éramos los malos
del cuento. No digo que no lo seamos. Hemos actuado como bárbaros. Sin embargo,
podemos elegir ser algo más.
─¿Y qué sucede si yo no quiero
elegir ser alguien más?
─Entonces la perderás para siempre.
Sus palabras me llenaron de
consternación y de alivio a la vez. Bruno estaba diciendo que ser vampiro se
trataba de abrazar cada impresión al máximo, aunque tratando de hallar un
balance en ellas. Era algo ambiguo. No obstante, tenía cierto valor. ¿Para qué
hacer inmortales con sentimientos si no se nos permitía usarlos?
¿Para qué? El Dios de los humanos es un viejo bastardo que juega con
nosotros como le place. Te preguntas para qué, cuando deberías estar diciendo,
al carajo con todo esto. Siempre has sido un ente sanguinario y ni ella podrá
transformarlo. Es como querer que un demonio ascienda a los cielos por méritos.
Las cosas no funcionan de esa manera, idiota.
Mi subconsciente como siempre tan
alentador. Estaba dividido en dos. Bruno me había confundido más de lo
necesario. Tal vez tenía razón. Tal vez no. El punto era que mi mente estaba
más concentrada en la última frase que había dicho. “Entonces la perderás para
siempre”.
─Te he observado ─murmuró─. La
forma en la que miras las estrellas casi cada noche. La manera en la que te
diriges a Morgana, aunque la quieras matar, como hoy. El impulso que te llevó a
convertirla fue el mismo que me animó a mantenerme lo más sensible posible. Ciertamente
tienes ese distintivo psicopático en tu fuero interno y eres muy bueno en lo
que haces, aunque para mí siempre has sido más leal que cualquiera. Tienes
convicciones y las respetas. Cuando decidiste transformar a Morg, observé en
tus pupilas la necesidad de compañía. Supe que la querías realmente, pero
también comprendí tu decepción cuando ella se tornó en la asesina que es ahora.
Tenías la esperanza de que ella fuera quien te enseñara a adorar esa parte de
tu naturaleza que te empuja hacia el amor. Sin embargo, sucedió lo contrario,
se unió a tu muerte. No la culpo, te idolatra y te quiere a su manera. La única
manera que conoce. El apego hacia su creador.
Jamás quise aceptar ese lado de mí,
el lado “vulnerable”. ¿Podría ser real? Guardé silencio unos instantes y luego
me senté al borde de la azotea. Bruno me acompañó.
─Interesante punto de vista ─esbocé
un conato de risa─. ¿Cómo pudiste llegar a esas conclusiones? ¿Te dedicas a
armar teorías vampíricas para resolver crisis existenciales en tu tiempo libre?
Rió y encogió los hombros.
─Tu coraza es tan áspera que es
difícil ver a través de ella. No obstante, si te fijas bien, hallarás dentro una
piedra preciosa ─respondió repitiendo las palabras que le había dicho a
Felinnah hacía tan sólo unas horas─. Tienes razón en estar enamorado de ella.
Es una mujer fenomenal. Es fuerte, valiente y muy hermosa. Juzgarla mal sería
erróneo. Nosotros hemos acabado con miles de vidas de distintas formas. Ella lo
que ha hecho es intentar sobrevivir. Nunca dudé que era tu par para toda la
eternidad.
─¿Cómo puedes saberlo si no la
conoces? ─Le miré desafiante.
─Sé que te ama y con eso me basta.
No la abandones, te necesita. Si la adoras como creo que lo haces, la seguirás
hasta el fin del mundo. Se ha ido a Orlando a buscar a su amiga, Chrystal, la
bruja.
Sentí claramente que la sangre, ya
helada, se me congelaba en las venas.
─¡¿Cómo?! ─Exclamé.
─Antes de que llegaras a la
guarida, fui a buscarte a su casa. Sé que no debí, lo lamento. Donovan no
dejaba de preguntar por ti y temía por tu vida y la de ella. Morgana y él iban
a salir a registrar todo Miami para hallarte, y si les encontraban juntos, ella
pagaría los platos rotos…
─¿Arriesgaste tu vida por… mí? ¿Y
por ella? ─Estúpido chico.
─Eres mi mentor y mi hermano,
repito. No permitiría que te hicieran daño. En realidad te estimo, Dominic.
Al escuchar sus palabras, algo se
encendió en mí. Comprendí lo que Felinnah sentía por Chrystal y el porqué de su
testarudez al aferrarse a ella. Era su familia. Su única familia. Debía ir a
buscarla de inmediato. Al dejarla sola la exponía más de lo que jamás la
hubiese expuesto estando a su lado. Estábamos en esto juntos. Tenía que
aventurarme y de verdad dejarlo todo por ella, por su sonrisa, por los latidos
de su corazón. Me ganaría su voluntad tanto como pudiera dentro de mis
circunstancias.
─No hay nada aquí que valga la pena
la pérdida de tiempo. Donovan y Morgana estarán bien ─continuó.
─¿Y qué hay de ti? ─Cuestioné.
─Yo te sigo donde sea que vayas.
Tampoco hay algo aquí para mí. Por años he vivido una existencia que no me
place y que me mata cada día más. Quiero estar contigo y aprender a ser un
verdadero inmortal.
─No puedo cuidarte. Tampoco termino
de darle crédito a tus hipótesis extrañas, chico. Debo cuidarla a ella. Vamos a
enfrentarnos a los brujos de L’essence. No quiero verte morir ─negué con la
cabeza.
─No tendrás que cuidarme. Permíteme
tomar mis decisiones. Tómame en serio, ya que nadie lo ha hecho jamás.
¿Cómo decirle que no cuando en
realidad jamás había vivido? ¡Ah! Algo me
dice que este camino no va a ser nada sencillo con un perrito faldero
arrastrándose detrás de mí. En fin, ¿qué cosa que alguna vez hiciera fuera
sencilla? ─Bufé.
─De acuerdo, me acompañarás. No
obstante, tienes que saber que si nos vamos, no habrá retorno. Donovan no nos
recibirá con los brazos abiertos. Los vampiros de Florida nos desterrarán como
traidores. Esta es la expulsión y es voluntaria. Una vez que pongamos un pie
fuera de esta casa seremos fugitivos y, si nos ven, nos matarán. ¿Estás
dispuesto a eso?
─Nunca he estado más dispuesto a
algo en mi relativamente corta vida ─respondió con toda seguridad.
Le observé y asentí, comprendiendo
que Bruno merecía la oportunidad de una realidad nueva, aunque yo no pudiera
tenerla porque seguramente Felinnah no me perdonaría.
─Lo hará ─dijo─. Ella te perdonará
porque te adora más que a nada en su mundo.
─Gracias, chico ─respondí─. Tienes
agallas y eres un maldito lunático, pero te lo agradezco ─dije sabiendo que
después de esa noche jamás sería el vampiro que alguna vez fui. Esa estrella
que nunca chocaba con otras. De ahora en adelante, sería una estrella fundida
con la más esplendorosa de todas. Sería el Dominic de Felinnah. Y solamente
hizo falta atravesar el infierno de su partida para percatarme de ese detalle…
Brincamos del techo y dijimos adiós
a nuestras antiguas existencias. A las noches acompañados de la soledad de los
demás. Al ver hacia atrás, me di cuenta de que lo que Bruno dijo había sido
cierto. No extrañaría nada de Dominic Lestrath en ese aquelarre ni en Miami.
Poco a poco comprendía que el vampiro en mí no tenía tantas razones para odiar
como las tenía para amar. Y con esa noción, partí para luchar por mi verdadera
vida.
Capítulo 3: “Orlando”
(Narrado por Felinnah)
A pesar de tener el corazón
destrozado, llegué a Orlando en unas cuantas horas. Era de tarde y no tenía ni
idea de dónde comenzar mi búsqueda, lo cual resultaba frustrante. No obstante,
recorrería la ciudad entera de ser necesario.
Las personas se paseaban al
derredor como si la vida no tuviese importancia. Orlando, Miami y otros lugares
de Florida, eran terrenos de apariencias, y solamente los que habíamos nacido
aquí conocíamos la verdad de las circunstancias que rodeaban al valle de las
siliconas y el “esplendor soleado”: drogadicción, alcoholismo, prostitución (mi realidad), cirugías cosméticas que, si
no se llevaban tu vida, se llevaban todos tus ingresos, y sobre todo, muchísima
pobreza. Lo que los turistas veían eran los sitios creados para posar como
modelos en sus fotografías… los parques temáticos como Disney World, Sea World,
Epcot Center, Magic Kingdom Park, entre otros, sin hablar de las avenidas como
South Beach y Downtown en Miami; jamás visitarían los alrededores de Disney
World, donde unos sesenta y siete moteles alojaban a más de quinientos niños
sin vivienda ni alimento, cerca del condado Seminole. ¿Qué cómo sabía esto? El
ser prostituta no me impedía leer los periódicos o ver las noticias de vez en
cuando. Conocía bien el sentimiento de impotencia que se experimentaba cuando
las tripas rechinaban y no existía alimento ni forma para llenar el estómago.
Ni hablar de la soledad, la desolación y la desesperanza.
Alguna vez, estando en un parque al
aire libre cuando recién me había escapado de la casa hogar donde residía,
observé a un mendigo no mayor de cincuenta y tantos años. Solía visitar mucho
aquél sitio porque, admirar el cielo y escuchar el sonido de las hojas de los
arboles al chocar contra el viento, me brindaba una relativa paz. Muchas veces
vi al mendigo atrapar dos o tres tórtolas a las que, primero alimentaba con
migajas de pan duro, y luego tomaba entre sus palmas para retorcerles el cuello
hasta que la vitalidad se les escapaba. La primera vez que me percaté de este
incidente, sentí que la sangre se me convertía en fuego. Sin embargo, me
abstuve de soltar comentario alguno al respecto. No era de mi incumbencia. Para
la sexta vez que la historia se repitió, me paré de mi asiento no oficial y me
acerqué al tipo como alma que llevaba el diablo. Le tomé de la raída chaqueta y
le volteé para enfrentarle, arrebatándole el saco donde metía a sus tórtolas
recién asesinadas. El hombre no pareció sorprendido ante mi arrebato, por lo
que comprendí que no era la primera vez que alguien le encaraba.
Como toda una defensora de los
derechos de los animales ─que no era en realidad─, le dije hasta de qué color
se vería su cadáver cuando yo le pusiera las manos encima si algo así se
repetía una vez más. Se echó a reír unos instantes y luego me contempló con
suma ternura, para decir:
─¿Conoces lo que es el dolor,
verdad criatura?
Me sorprendí bastante con sus
palabras, aunque no me conmoví.
─Lo conozco bien, por tanto, no
puedo creer que un hombre mayor como usted dañe a una criatura inocente de
manera tan brutal.
Cada vez que uno de los cuellos de
las pequeñas tórtolas se retorcía, mi estómago daba un vuelco igual al que me
perseguía cuando el infeliz bastardo de mi padre abusaba de mí. No podía
permitir que alguien abusara de esa forma de animalillos que no tenían la
posibilidad de defenderse.
─Es alimento ─comentó aquél hombre
casualmente.
─No entiendo ni una palabra ─lancé
aún enfurecida.
─Es alimento para mis cinco hijos y
mi esposa.
Cerré la boca unos instantes y dejé
que se explicara. ¿Alimento? Esas
microscópicas aves con trabajo y tenían carne.
─Verás, hace algunos años trabajaba
en uno de los parques temáticos que ahora está clausurado. Era personal de
limpieza porque, no habiendo terminado mis estudios, fue la única profesión que
se me permitió ejercer. Di mis mejores años a ese lugar, pero cuando no hubo
presupuesto suficiente para mantenerlo tuvieron que cerrarlo, como lo han hecho
con tantísimos de ellos. Siendo una persona mayor, me fue imposible encontrar
consuelo a mi pesar. Todos los sitios a donde iba me cerraban las puertas
debido a mi edad y me fui a la quiebra. Mi esposa está lisiada y dos de mis
hijos quedaron ciegos a causa de enfermedades que no pudimos tratar a tiempo
por falta total de recursos. Los tres que me quedan sanos dejaron de asistir a
la escuela por un tiempo para ayudarnos haciendo uno que otro trabajo. Las
mismas ruinas de mi vida les habían cubierto y mucho me temía que mi historia
se repetiría en ellos. La única manera en la que podía tener comida en la mesa
era cuando la conseguía de aquí, de las aves que me has visto tomar, o de la
pesca, aunque practicarla me era casi imposible gracias a los costos de
mantenimiento de los botes.
Le eché una mirada sagaz.
─Antes de terminar con las vidas de
las tórtolas digo una oración, suplicándole perdón a mi Dios por tener que
llevarme a sus criaturas para que las mías puedan obtener algo de vitalidad. ¿Y
sabes qué me responde?
─Dios no contesta jamás las plegarias
de los que no importamos ─desdeñé.
─Ah, claro que lo hace, pequeña.
Siempre me responde con una brisa cálida y una sonrisa dibujada en las nubes.
Si hasta el león devora antílopes para sobrevivir, ¿por qué un ser humano, hijo
suyo, no podría apropiarse de un poco de la maravilla que él regala? No le hago
daño a nadie en realidad. Solamente pretendo comer y darles a mis hijos mejores
posibilidades para que no sean lo que a mí me ha tocado ser, y es así como han
podido regresar a la escuela. Tal vez sus días no tengan que verse tan
complicados como los míos.
Me quedé con la boca abierta y el
corazón hecho una migaja. Después de un segundo de analizar sus palabras, le
devolví la bolsa. Él asintió y me dio las gracias. Jamás volví a verlo. Lo
curioso es que aquél hombre cuyo nombre jamás sabré, me regaló la lección más
valiosa de todas: todo es posible, hasta para los que no tenemos posibilidades…
Pese a lo aprendido, me costaba
trabajo confiar o tener fe en algo que no se pudiera palpar. Su Dios obviamente
no me amparaba como lo había hecho con él. Una ironía llegó a mi mente y me
invadió como una ola de agua fría. En aquél entonces quise impedir que un
hombre se llevara un saco lleno de tórtolas muertas porque estaba “mal”. No lo
consideraba correcto, al menos no antes de saber para qué le servirían. Hoy en
día, le otorgaba a un vampiro sanguinario el beneficio de asesinar a gente
inocente sin ponerle peros por una infatuación inútil. Solía decir que Dominic
era un crucigrama indescifrable, pero últimamente iba cayendo en la cuenta de
que, más bien, yo lo era. El sufrimiento nublaba mi visión. Estaba cansada de
tanto dolor y ya no tenía una idea clara de lo correcto y lo incorrecto, o
simplemente no me interesaba tener una idea clara. Se hacen todo tipo de locuras
por amor, pensé. Ahora únicamente me quedaba un cariño para defender: el
fraternal. Aquél que sentía por Chrystal y que me había mantenido viva y
relativamente cuerda durante cuatro años. Y a pesar de todo, a pesar de la
sorda agonía que me recorría las entrañas, seguía martirizándome con el
precioso rostro marmóreo de Dominic y su cuerpo que plagaba mi piel, aun a
distancia. Suspiré y me resigné a existir el resto de mis días bajo el yugo de
mi amor torturado e imposible. Olvidarle algún día sería tan improbable como
pedirle a la noche que saliera junto con el sol. Pero mi lacerante orgullo
latía debajo de todo y la lucha interna de mis emociones estallaba dentro de
mí, convirtiendo mi pasión en veneno. Dominic,
me repetía. Mi hermoso, fiero y malvado
Dominic. ¡Ojalá jamás hubieras asomado tu exquisita faz en mi pútrida
existencia!
Guardé en un profundo cajón mis
sentimientos hacia el inmortal y me concentré en lo que había venido a hacer a
Orlando. No estaba muy segura de lo que haría cuando viera a Chrystal. No sabía
si debía confrontarla directamente con sus mentiras y rechazar su oferta de
ascender a la magia o sopesar mis opciones y de todos modos confrontarla
(porque no se salvaría de una buena dosis de Felinnah). Mi destino era
incierto. L’essence no parecía ser el camino adecuado para alguien como yo.
Dudaba mucho poder renunciar a mis debilidades como Chrys lo había pedido en su
carta.
“Tienes la valía para soportar L’essence, sólo necesitas la guía. Aunque
debo advertirte que deberás deshacerte de todo impulso nocivo. Eso solamente
tornaría las cosas en tu contra”.
¿Deshacerme de todo impulso nocivo?
¡Toda yo era un impulso nocivo! ¿Cómo carajos podría enseñarme a contener la
ira si alguien quería dañarme? O peor, dañarla a ella. Según dijo Dominic, las
brujas eran una especie de extensión de la naturaleza. Cuidaban a los humanos y
les protegían de los inmortales desalmados. Yo era la menos indicada para esa
labor puesto que amaba a uno de esos inmortales desalmados. Se había robado mi
alma y, aunque le tenía resentimiento por su abandono y desaire, no me atrevía
a pensar en enfrentarme a él. No podía ser tan malo si había logrado quererme,
aunque hubiese sido por un instante.
Si es que alguna vez te quiso en verdad, estúpida. Nadie que te ame se
atrevería a abandonarte. Y recuerda bien esto: todos, absolutamente todos te
han abandonado. Incluso Chrystal…
Susurró mi subconsciente con
vileza. Agaché el rostro y detuve las lágrimas que quisieron acumularse en mis
pupilas. De nuevo, esa sensación de no haber sido creada para este mundo, me
conmocionó. No merecía el aliento
que mis pulmones les robaban a otras personas con más ánimo y corazón.
Conmiseración… ¡maldita perra ejecutora!
Caminé y caminé por la gigantesca
ciudad sin llegar a ninguna parte. La desilusión me abatía, haciéndome perder
el control (todavía más). La tarde comenzaba a desvanecerse entre centelleos
rojos, anaranjados, violetas y azules. El cielo se notaba un tanto distinto al
de Miami, a pesar de tratarse del mismo que nos cobijaba a todos. Entré a una
de las zonas residenciales y me senté en una banca de una calleja repleta de
árboles y diversa vegetación. Podía ver la hilera sin fin de casas que se
extendía ante mi absorto rostro. Era un sitio muy hermoso. Cerré los ojos para
relajarme un momento, concentrándome en los sonidos del derredor. Algunos
pajarillos trinando para darle la bienvenida a la pronta noche, albergándose en
el vasto follaje de los árboles; mujeres bastante mayores que caminaban para
ejercitarse y charlaban sobre diversos acontecimientos cotidianos; niños jugando
plácidamente en el parque hecho completamente de madera que se hallaba a mi
costado, y madres gritando para prevenir que se cayeran o se lastimaran. Sus
vocecillas cálidas y despreocupadas me confortaban, así que decidí pararme y
acercarme a contemplarles. Una pequeñita de unos siete años me miró y me regaló
una enorme sonrisa. No pude responderle el gesto, y eso no pareció ofenderle o
importarle. La pequeña me recordaba a mí, hacia muchos ayeres. Tenía el mismo
cabello rubio y ensortijado, las mejillas sonrosadas y los ojos sumamente
verdes. Todavía poseía la pureza propia de una criatura feliz. Creía que alguna
vez yo también la había tenido. Creía.
Miré hacia el cielo y, por primera
vez en muchísimos años, rogué a alguien que me diera una respuesta. Supliqué
por guía, ya que mis ánimos no daban para mucho más, aun sabiendo que
probablemente le hablaba al aire. Un nudo ató mi garganta y una solitaria
lágrima rodó por mi mejilla. Me la limpié de inmediato, reprimiendo cruelmente
todo rastro de piedad hacia mí misma.
Eres una maldita cobarde. ─Reclamaron mis adentros─. Si de todas maneras vas a morir, déjate de
estupideces y sigue buscando hasta que no puedas caminar. Nadie escuchará tus
plegarias. Estás completamente sola.
Unos instantes después de mi
extremo monólogo interno, la chiquilla rubia se aproximó, y con total
confianza, me tomó de la mano, dejándome sorprendida.
─Thornton Park ─murmuró. Al no
comprender lo que quería decirme, solté su pequeña palma y la miré con
extrañeza.
─¿Qué has dicho, pequeña? ─Cuestioné.
─El sitio que buscas es Thornton
Park. Ella se encuentra ahí ─sus labios enrojecidos se fruncieron en un gesto
que me pareció bastante adulto.
Mi respiración se detuvo unos
instantes. Sus pupilas verdes esmeraldas se posaban en las mías con firmeza. No
parecía ser ella quien me hablaba directamente. Alguien o algo decía las
palabras por ella. Sonaban a un eco combinado de voces en la lejanía. La tomé
de los hombros y me agaché para estar a su altura.
─¿Cómo sabes lo que busco? ─Inquirí.
─¡Miley! ─Llamó su madre. La mujer
se notaba molesta porque la niña hablaba conmigo sin ningún tipo de
precaución─. ¿Qué le pasa? ─Me espetó─. ¿Está quedando loca?
Y sin dejarme responder, se la
llevó presurosamente. No obtuve respuesta a mi último cuestionamiento, pero
algo muy profundo en mi mente me decía que en realidad debía ir a Thornton
Park. ¿Qué había ocurrido con aquella pequeña? Sólo el destino ingrato lo
sabía. Para este momento pocas cosas podían realmente impresionarme.
Salí hacia la calle y tomé el
primer taxi que pasó. Mientras recorría el sendero, aprecié la magnificencia
del sitio. Las palmeras se elevaban gigantescas y frondosas por toda la avenida
principal. Además, había arbustos con bayas y flores adornando grácilmente los
jardines de las pintorescas viviendas de madera y hierro, y el enorme lago
Lawsona se podía divisar al final de la larguísima calle, con su famosa fuente
en medio cuyo brillo me hipnotizó. La noche nos había alcanzado y la ciudad se
encendió, estrellando sus centellas contra el vidrio de la ventana del taxi. Me
dejé llevar por una voz que susurraba en mi cabeza la dirección. Esto era de lo
más raro e incluso perturbador. Sin embargo, lo intentaría todo con tal de
volver a ver a Chrystal.
Fui guiada hacia una calle en
especial. E South Street.
“Detente” ─comandó la voz. Ordené
al conductor que se parara frente a una casita de madera pintada de verde y
blanco. Los susurros cesaron inmediatamente y comprendí que había llegado.
La residencia se veía un tanto
lúgubre, a pesar de estar rodeada de vegetación. No era particularmente enorme,
aunque se notaba que quien viviera ahí, poseía una buena fortuna. Era de una
planta, pero se extendía a lo largo y ancho. Tenía una cochera en el lado
izquierdo y no parecía haber ningún auto. El techo caía en dos aguas y dos grandes
ventanales se emplazaban a los costados de una puerta relativamente pequeña y
blanca. Todo estaba resguardado por una cerca de madera en tono natural de no
más de un metro de altura. Solamente unas cuantas luces se encontraban
encendidas, contando la del pórtico que provenía de una lamparilla muy tenue,
lo cual le daba un aire tenebroso al entorno, más aún con el chirrido del gran
columpio labrado que colgaba de dos cadenas bien sujetas al techo y se movía
contra el viento. Sin duda un hogar de
brujas…
Mis pies se movieron por sí solos y
me percaté de que me llevaban hacia la entrada de la cerca. La abrí y seguí el
caminito de concreto rodeado de piedras y flores pequeñas que llegaba al
soportal. Tragué saliva y levanté la mano para llamar a la puerta, pero antes
de que pudiera hacerlo, Chrystal abrió y su sonrisa iluminó todo. Estaba
vestida muy recatadamente, con unos jeans de mezclilla y una blusa color verde
que le tapaba el pecho. Se veía sumamente bella. Su cabello estaba suelto y los
rizos le caían sutilmente sobre su cuello y espalda de porcelana (y eran rizos
que no tenía antes, puesto que su pelo siempre había sido tan lacio que era
difícil de sujetar sin utilizar algún tipo de gel o spray). Probablemente el
viaje y el cansancio me provocaban alucinaciones, porque juraría que se había
transformado en una mujer completa. Tenía las caderas más anchas, el busto más
erguido y voluminoso, y las piernas, considerablemente frondosas, se pegaban a
sus jeans con sensualidad. ¿Cómo era esto posible? Aparentaba ser otra persona
totalmente distinta. De no haber sido por la ternura despuntada en sus pupilas
azules, hubiese jurado que me había confundido de casa y accidentalmente pisaba
territorios de una modelo de revista.
Echó los brazos alrededor de mi cuello.
Sin decir palabra alguna, me miró, secándose las lágrimas que la abatían, y me
invitó a sentarme en el columpio que descansaba en la parte derecha del
pórtico. De cerca no lucía tan atemorizante. De hecho, era muy bello, con
figuras grabadas de flores entrelazadas.
─Imagino que tendrás muchas
preguntas ─murmuró mi amiga mordiéndose el labio inferior. Parecía nerviosa,
aunque emanaba una paz inusual.
─Imaginas bien ─respondí con un
atisbo de enojo.
─Lo lamento. No sabes cuánto siento
haber tenido que mentirte, pero L’essence prohíbe hablar sobre magia antes de
ser ascendida. Oh, es verdad. Primero debería explicarte sobre la ascensión.
Hay tanto qué aclarar y tan poco tiempo para hacerlo…
Negué con la cabeza.
─No necesitas explicarme nada.
Dominic me ha dicho lo que necesito saber ─esperé su reacción.
─¡¿Viste a Dominic de nuevo?!
─Gesticuló exageradamente. Exactamente como imaginé. Histeria total─. ¡Te ordené
que te alejaras de él! ¡Es un perverso, un vampiro! ¿No comprendes la magnitud
de tus actos? ¡Obras con las vísceras, por Dios Santo!
─Creo que no tienes derecho a
reclamarme nada, “Renatta” ─le clavé las pupilas con furor. Traidora─. A la única que le debo
explicaciones es a Chrystal, y no veo nada de ella en ti. Te desconozco. No
tengo idea de quién es esta chica que tengo frente a mí ─desprecié.
─Sigo siendo la misma ─repuso con
dulzura, tratando de tomar mi mano. No se lo permití.
─No lo eres. Te niego todo derecho
a recriminarme algo. La única razón por la que llegué hasta aquí fue para asegurarme
de que estuvieras bien. Ahora que veo que así es, me largo.
Intenté ponerme de pie, pero una
fuerza invisible me mantuvo atada a la silla. Pareciera que todo mi peso se
hubiera multiplicado un mil por ciento y me impidiera moverme. Forcejeé unos instantes,
hasta que me di cuenta de que ella era quien me jugaba una treta. Quería que me
quedara. Era dueña de sus poderes, una bruja completa, hija de la tierra.
─Es inútil pelear. Aunque te
encolerices más, no irás a ninguna parte ─sonrió.
─¡Suéltame! ¡Exijo que dejes de
hacer lo que sea que estés haciendo! ¡No tienes derecho!
─Tal vez no tenga derecho, en eso
tienes razón. Sin embargo, es mi
deber protegerte, no el tuyo. Nunca más ─irguió el cuello.
─No tomes atribuciones que no te
corresponden ─argüí.
─Me tomo las atribuciones que me
dan el amor y el respeto que te profeso. Mi nombre es Renatta, cierto, pero
siempre seré tu Chrystal ─sus pupilas se curvaron con tristeza.
─¿A esto llamas respeto? ─Abrí
mucho los ojos señalando las “esposas virtuales” que su hechicería había
colocado en todo mi cuerpo, exigiéndole que me soltara.
─Ups, perdón. Todavía no me
controlo muy bien ─abrió la palma y me vi liberada. No me lastimó ni nada por
el estilo. Solamente resultaba molesto, sumamente molesto, más por el hecho de
saber que tenía razón. ¿Cómo la cuidaría si ella era la fuerte aquí? Ya no me
necesitaba y eso encogió mi corazón. Felinnah:
la única humana inútil en este cuento
de dementes. Me negaba a ser una carga para cualquiera. Mi carácter distaba
mucho a parecerse al de una damisela en peligro que todo el tiempo precisara
ser salvada por el príncipe encantador. Yo era el dragón que con su fuego
consumía los escudos de sus contrincantes. Era la princesa que ataba las
sábanas y las sacaba por la ventana de la torre más alta para descender hacia
la libertad. Era la humana que enfrentaba sus temores, pese a que estos fueran
demasiado espeluznantes.
─Gracias ─mascullé sujetándome las
muñecas, más por costumbre que por otra cosa.
─Gracias a ti por haber venido. Te
extrañé tanto. Me hacías mucha falta ─la chica acarició mi mejilla y me desarmó
con su cariño. Me rendí. A pesar de
que estaba tratando con una completa extraña, vislumbraba en su alma el atisbo
de mi Chrystal, esa sonrisa me decía que ella era mi amiga y que la seguiría
queriendo sin importar en lo que se hubiese convertido.
─De acuerdo, te escucharé. Más vale
que esta vez me digas toda la verdad. Después de que hables, te contaré mi
versión de las cosas; no obstante, tienes que confiar en mí. ¿Te parece? Creo
que es el trato más justo ─intenté conciliar.
─Perfecto. ¿Por dónde deseas que
empiece? ─Aceptó.
─Por el principio ─socarré.
─Nací aquí en Orlando y fui criada
por mis padres. Nosotros constituimos el clan Graciano, el segundo más
importante de Florida. Primero están los D’avanzzo. Solíamos ser cinco, pero el
hermano de mi madre con el que no tuve trato real, decidió irse antes de ser
ascendido para vivir una vida normal. Jamás volvimos a verle, por lo que
únicamente quedamos cuatro. Mi padre Dante, mi madre Roberta, mi hermano
Sebastian y yo, Renatta. Crecí sabiendo que sería una bruja de L’essence.
Imagino que si hablaste con el imbécil de Dominic, te habrá dicho qué es
L’essence…
─Me dijo todo lo que sabe ─escuchar
su nombre me producía un nudo en la garganta.
─Probablemente puras falacias
─lanzó con un bufido de impaciencia. Chrystal solía ser sumamente dulce. Ahora
comprendía lo que el vampiro trataba de decirme en cuanto a la rivalidad entre
los brujos y los inmortales. Cuando se trataba de ellos, no existía tregua.
─Después hablaremos de eso.
Continua ─la animé.
─Mi hermano y yo éramos muy unidos.
Nos amábamos y cuidábamos como a nadie más. Sebastian era atractivo, fuerte y valiente.
Tenía un gran futuro por delante ─sus pupilas se llenaron de pesar al
recordarle─. Ya te iré diciendo todo a detalle, pero por el momento seré breve
para cubrir los huecos que constituyen tus dudas.
Asentí.
─Cuando cumplí trece años y mi
hermano dieciocho, decidimos salir a celebrar su ascensión a un cinema que nos
encantaba. Nuestros padres estarían ocupados trabajando hasta tarde, así que
teníamos la noche para nosotros. Confiábamos en que el trato con los vampiros
nos mantendría a salvo. No teníamos idea de que un perverso nos seguiría hasta
las últimas consecuencias. De hecho, ya nos había estado siguiendo los pasos
desde hacía mucho tiempo. Damien Wallace, el líder del aquelarre Wallace,
quería los poderes de mi hermano para sí… y los obtuvo de la peor forma,
arrebatándoselos brutalmente. Sin embargo, esos poderes no duran mucho en un
vampiro. Son casi efímeros. La fuente directa que nos alimenta reside en
nuestros ancestros. Ellos son los que nos mantienen conectados con el Poder
Divino, que es la misma magia universal. Los vampiros no pueden tener acceso a
esa fuente, por lo que nuestras habilidades se esfuman entre sus manos con
rapidez. Cuando en un clan solamente queda un descendiente, cosa que ocurre muy
poco, se vuelve más poderoso que otros brujos, puesto que todos sus ancestros
le proporcionan vitalidad. Madison Alexander, la bruja más importante de mi mundo,
es la última hechicera del clan Alexander y además, es la guardiana del balance
de la magia. Algo así como la representante del Creador en la tierra. Es la
asesora del mundo de las brujas y su situación es distinta. Ya que ella tiene
un enlace directo con el Poder, si la atrapan, la fuerza queda a merced de
quien la tome. Precisábamos su permiso para poder ascenderte, porque nadie que
no haya sido criado en L’essence tiene muchas posibilidades de sobrevivir a su
merced.
─Eso es alentador ─suspiré con desesperación.
─Mis padres ya le han explicado nuestra
situación. Maddie accedió, después de mucho intentar, a que formes parte del
clan Graciano. Solamente necesito entrenarte.
─Lo veremos luego ─dije titubeando
notablemente. Cada vez que la idea de la ascensión me era planteada, mi
garganta comenzaba a arder. Mi cuerpo enviaba señales a mi mente porque,
aparentemente, no la noción de la conversión a L’essence le era poco
placentera. Pero ¿qué otra opción tenía si deseaba ayudar a Chrystal? Ninguna.
Tenía que ser realista, ser la mortal en la historia no solamente me restaba
importancia… me dejaba completamente impotente. No estaba dispuesta a ser una
carga. Ahora ¿estaría dispuesta a enfrentarme a Dominic? ¡Mierda! Oh, mierda.
Eso ni siquiera me parecía lógico.
─¿Qué sucedió la noche en que
mataron a tu hermano? ─Pregunté abiertamente.
─Damien nos tomó por sorpresa y no
pudimos hacer nada. Salimos del cine y nos fuimos a un restaurante. Cuando
íbamos a regresar a casa, el vampiro nos atacó. Sebastian intentó defenderme,
aunque no había practicado sus poderes y no supo controlarlos. Se le fueron de
las manos y se volcaron en su contra. Fue terrible. Veía destellos de luces
brillando a mi alrededor y no pude auxiliarle. Damien nos cruzó junto con otro
vampiro al que no reconocí ni reconozco. Se guardó muy bien. Golpeó a Sebastian
de la nada, torciéndole el cuello y bebiendo de su sangre antes de que su
corazón se paralizara. El inmortal consumió su fortaleza, haciéndola parte de
la suya, pensando que le duraría por una eternidad. No fue así y al darse
cuenta, su furia aumentó. Ya que disminuía cada vez que la usaba, su fuerza
subsistió cuando mucho un año. Creíamos que los inmortales podían poseer la
potencia de L’essence hasta agotarla. Madison nos sacó de este error cuando
ella misma se dio cuenta al extinguir a dos aquelarres enteros.
─Esa bruja parece ser algo
sumamente importante ─volteé los ojos un tanto celosa.
─Lo es. Es nuestra protectora en
todos los aspectos y solamente tiene mi edad, pero ha vivido cosas terribles.
Persecuciones, desengaños horrendos y mucho más.
─Tantos como lo que hemos vivido,
lo dudo ─resoplé.
─Ella también perdió a sus padres a
muy temprana edad ─explicó mi amiga.
─Prefiero creer que nunca los tuve.
─Está bien, no se trata de una
competencia ─la chica puso los ojos en blanco.
─Ciertamente no una que ella pueda
ganar ─bufé con una clara altanería.
─¡Felinnah! ¿Me escucharás o no?
─He dicho que sí ─hice un mohín.
─Las cosas no son sencillas ahora.
Existía un supuesto pacto entre los vampiros de Florida y los clanes de brujos,
como te he dicho y como seguramente Dominic reveló. Ninguno debía agredir al
otro, bajo ninguna circunstancia. Damien rompió ese pacto al asesinar a mi
hermano, intentar matarme y engañar a los demás aquelarres, haciéndoles creer
que había sido su hermana Tabatha la que "nos acabó", porque los
vampiros Floridanos creen que yo también perecí. Una vez que esto ocurrió, y no
cuestiones los medios por los que me enteré, la situación para los Graciano se
volvió más adversa. Ya no hay escapatoria porque Damien vendrá por mí ya que
tiene la certeza de que he ascendido. No sería tan estúpida como para no
hacerlo y nunca enfrentarle. Él es consciente de esto. Cuenta con dos nuevos
miembros en su aquelarre, dos inmortales despiadadas que mi misma familia le
proporcionó, y no se detendrá hasta extinguirnos. Sony Ricci, el vampiro líder
de los Ricci, no se anda con juegos respecto a estas cosas. Saber que fue
burlado por uno de los suyos se castigará con la pena máxima. La única razón
por la cual Damien debe necesitar los poderes de un brujo, es para derrocar a
Sony por ser el más importante líder vampiro de Florida. Después, tal vez,
planee ir por Devorah y por Madison. Seguramente los Lestrath también están
involucrados.
─¿Cómo puedes saber lo que
pretenden los Lestrath? ─Recriminé.
─Apuesto a que les conozco mucho
más de lo que tú les conoces. ¿Cuánto más sabrías de su mundo si has estado en
él por meses o semanas? ¿Acaso eras consciente de que Dominic tiene tres
hermanos inmortales y que una de ellos es su pareja ocasional?
Mi quijada cayó descoyuntada y el
ardor en mi pecho se intensificó. La desesperación acumulada hizo mella en mi
cerebro, sacudiéndolo.
─Es el creador de una vampira
─prosiguió─. Él convirtió a Morgana para que le acompañara en la eternidad,
aunque no resultó ser quien esperaba y la utiliza cuando lo desea. Es un
maldito infeliz que se dedica a someter a quienes le rodean. Sólo Dios sabe
cuánto tiempo has tratado con él, aunque te juro que te ha engañado con cuanto
cuerpo se cruzaba en su camino.
─¡No es verdad! Él me ama… o me
amaba… ─al recordar lo duro que había sido separarme de él, los ojos se me
llenaron de lágrimas. Las palabras de Chrystal me dolían y me negaba a
creerlas. De hacerlo, la devastación seria total, completa. Ningún dejo de duda
cabría en mi falso desinterés.
─¡Alguien como él no puede amar a
nadie! ¡Es un asesino! El más brutal de Miami. Lee los periódicos… Más de
cuatrocientas muertes en un año por “ataques de animales”.
─No solamente él caza en Miami ─disculpé
estúpidamente sin tener idea de lo que decía.
─Solamente el aquelarre Lestrath
tiene permitido cazar en Miami. ¿Cuantos nómadas crees que pasarían por allá
para acabar con más de cuatrocientas personas? ¡Es estúpido! Dominic y su
aquelarre son tan mortíferos como la muerte misma… lo habrás sabido. Habrás
notado ese destello psicópata en su mirada.
─Ellos son cuatro, es más que
suficiente para completar el número, además de los nómadas. Tú lo has dicho
─respondí enardecida.
─Ah, las estadísticas no mienten,
Felinnah. El estilo sádico y diabólico de Dominic es especialmente pavoroso.
Asesina a mujeres jóvenes, su presa predilecta, después de haberlas violado y
torturado hasta el punto de la locura ─me miró sabiendo perfectamente cómo me
sentiría después de lo que me había dicho. ¿Violación? Eso era tan inconcebible
como la misma idea de estar sin él.
─Sí, Fels, las vejaba antes de
dejar tirados sus cuerpos vacíos en la nada. Fue el culpable del incendio en la
universidad hace un tiempo. Le he estudiado. Su patrón de aniquilación no
cambia. Es un monstruo imparable, peor que cualquier vampiro al que haya
conocido.
Mis pupilas se dilataron y la
sangre se me escapó de las manos. Jamás había querido confrontarme con la
realidad de la vida pasada de Dom. Saber que ultrajaba a sus víctimas antes de exterminarlas,
era simplemente más de lo que podía digerir. Yo misma había sufrido eso y no
podía tolerar imaginarle haciendo a esas chicas lo que Ayrton hacía conmigo. ¡Esto
era tremendo! Demasiado horrible... No.
No. No. Dominic, no. Me llevé las manos a la cabeza e intenté desechar las
visiones que tenía del infierno de aquellas jovencitas. No… ¡No! ¡No!
─Sé lo que estás sintiendo
─Chrystal me envolvió entre sus brazos─. Jamás te mentiría en algo que te
afectara tanto como eso. Tal vez te haya hecho creer que te amaba, pero
probablemente era una treta muy elaborada para perseguirme. No puede amarte. No
puede amar a nadie, mucho menos a una humana a la que considere de su propiedad.
Seguramente sufriste desdenes de su parte por ser mortal, con toda certeza.
Las memorias de sus palabras
quebraron más mi corazón desolado:
"Ningún vampiro respetable
saldría con una humana".
─Lo siento, Fels ─Chrys me estrechó
lo más que pudo entre sus brazos hasta que sentí que el aliento se me escapaba.
Comencé a hiperventilar. Las lágrimas recorrían mi rostro con avidez. Dolía enormemente
reconocer que probablemente tenía razón. No me lo decía solamente para que me
alejara de él, lo hacía porque debía alejarme de él. ¿Qué demonios esperaba de
un vampiro? ¿Que se arrepintiera de lo que había hecho toda la vida y que
cambiara sus modos cuando yo misma le había dicho que no lo hiciera? ¡Estúpida! Obviamente eso jamás
sucedería. Probablemente el ritual de sangre ni siquiera tenía validez para él.
Por eso se marchó, porque simplemente no le importaba. La desconfianza estaba
clavada en mi cerebro y era lo único que necesitaba para tomar el lugar del
amor, y eventualmente todo aquello se transformaría en odio. Me usó porque se
lo permití y nunca más volvería a hacerlo. Nunca más volvería a hacerlo. ¡Hijo de puta, manipulador! Si antes deseaba
morir por la pesadez de mi corazón destrozado, ahora viviría para evitar que
seres como él destruyeran a más chicas como yo. No estaba hecha para ser bruja,
no lo sentía en las venas, pero lo sería de todas maneras para hacerle ver a
criaturas con él que la suerte no estaría siempre de su lado. ¿Violar? ¿Violar?
¡No! La naturaleza de L’essence me ayudaría de alguna manera a salir adelante.
Tenía que hacerlo, porque un crimen de tal grado estaba obligado a pagarse, aun
acosta de mi propio sufrimiento.
“El Ángel de Fuego”.
Trilogía Espectral Vol. 2 Romance Paranormal.
Primera Edición, 30/julio/2014
Derechos Reservados ®
Mariela Villegas Rivero.
Prohibida su copia, venta y reproducción parcial o total sin el permiso
explícito de la autora.
PRIMER LIBRO DE LA TRILOGÍA:
"El Ángel de las Sombras"
Prefacio:
Mi nombre es Dominic Lestrath. Hace
casi ochenta y siete años que me convirtieron en hijo de la obscuridad. Soy un
vampiro. Desde que fui transformado, la eternidad ha sido una inapetente rutina
a la que me he acostumbrado. Alimentarme de extraños por las noches, refugiarme
de la luz del sol por las mañanas para no mostrar mi verdadera naturaleza a los
mortales, y proteger a mi aquelarre de cualquier posible ataque. Nunca he
amado. Mi espíritu es tan frío como mi corazón y mi cuerpo. Siendo humano, fui
despreciado y maltratado hasta el punto de la agonía a manos de mi propia
familia. Como inmortal, lo único que realmente amo, es el poder prescindir de
sentimientos terrenales y dejarme llevar por mis instintos. No tengo ningún
tipo de remordimiento por las víctimas que mis manos han tocado. Carezco de
cualidades que me rediman. Soy la muerte en persona y me gusta serlo. Sin
embargo, el día menos pensado, las cosas cambiarían para estrellarme en el
rostro la humanidad perdida. La sed de sangre se tornaría en mi contra y la
pasión se convertiría en mi alimento. Sería el día en que, por fin, mi corazón
en penumbra conociera la luz.
Les invito a que me dejen sus comentarios sobre la Trilogía Espectral aquí y en su página de Facebook: TRILOGÍA ESPECTRAL EN FACEBOOK donde ahora se está llevando a cabo un SORTEO por los dos primeros libros: Todavía hay oportunidad de entrar. Se llevará a cabo hasta el Viernes 8 de Agosto. Mil besos, mis almas inmortales.
Mariela Villegas R.
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