La guerra de guerras está comenzando y Antoine está en el bando contrario. Conoce el rostro de su oscuridad.
Capítulo
3: “Lidiando con el presente”
(Narrado
por Antoine)
Estaba
de lo más aburrido esperando a que Devorah diera sus nuevas órdenes. Hacía
varios días que me había escapado de Dominic y el aquelarre Lestrath. No quería
saber nada de ellos ni darle explicaciones a nadie porque simplemente no las
tenía. Eran una maldita agrupación de traidores que deseaban enseñarme los
“modos” del vampirismo cuando ya era un inmortal completo desde antes de
conocerles. Dominic era más pusilánime que la misma Felinnah, la sempiterna
detrás de la cual escondía su espalda. Renatta y Bruno no tenían cabida en esta
historia. La misma Devorah me lo había explicado todo y por supuesto que le
creía. Yo, en cambio, era el protagonista y el antagonista de mi novela. Sabía
que había estado con ellos por unos días, aunque las imágenes de lo que
habíamos hecho o dicho, se habían borrado de mi cerebro. Ayudaban a los brujos,
de eso sí tenía la certeza, y me parecía absurdo. Si en estos instantes me
preguntaban ¿qué sentía por los hechiceros de L’essence o cuál era mi posición
ante ellos? Debía responder… ninguna. Cuando algo te causa odio, quiere decir
que es relevante para ti. Yo escuchaba y escuchaba, aquelarre tras aquelarre,
despotricar contra la “fiera” Madison, la gran hechicera, y me reía. Devorah no
lo encontraba nada divertido, por lo que me obligaba a callar. Nada me interesaba
más que sobrevivir. Las circunstancias externas me resultaban una paradoja
divertida y extraordinaria.
Dentro
del aquelarre Vilerious, llamado el aquelarre real, se me pedía matar a ciertas
víctimas o victimarios. Por ejemplo, si un hechicero de L’essence tenía familia
mortal, ellos eran mi objetivo principal. Acallaba sus voces sin pensar en
ninguna consecuencia, puesto que ¿cuál sería la peor consecuencia de seguir a
mi raza en plenitud? ¿Morir? Eso era improbable porque la princesa de los
vampiros me protegía. Era alguien importante para ella, si es que a ella podía
importarle algo en realidad. Fuimos amantes hacía muchos años, aunque ahora no
me tocaba ni yo a ella. La deseaba, pero parecía mantenerse lo más lejos de mí
que podía. Me parecía extraño. No obstante, discutir con ella solamente me
llevaría a la perdición. En cuanto a alimentación, no tenía queja alguna. Mis
festines podían tener lugar donde yo quisiera, siempre y cuando los D’Lion
estuvieran conmigo, o alguno de los secuaces de la princesa. Me parecía
innecesaria tanta estúpida protección. No la necesitaba, aunque sus órdenes
eran inapelables. Decía que me había perdido de mucho y que ahora los vampiros
precisábamos de mucho sigilo y cuidado, sobre todo yo que me encontraba un
tanto confundido. “Nueva Orleáns ha dejado de ser un sitio hospitalario con los
de nuestra raza”, se me decía. No lo dudaba. Con tanta maldita bruja vudú y de
L’essence, no se me hacía nada raro.
Había
huecos en mi mente que no podía llenar con nada. Recuerdos que se fueron y no
regresarían. Lo último que llegaba a mi cerebro era que por alguna razón viví
con Dominic y los Lestrath, y tuve que huir, aunque desconocía la longitud del
tiempo que estuve ahí. Aquí todos decían que me había infiltrado entre ellos
para conocer los pasos de Madison por órdenes de Dev, y que ella había borrado
piezas de la memoria de mi estadía en el lugar para protegerme. Aun así, algo
no terminaba de cuadrar. Devorah no me permitía cuestionar más de lo necesario,
por tanto, me limitaba a pensar que lo olvidado no era preciso ser recordado,
porque por algo se olvidó en primera instancia. Dejaría lo que me estorbara y
continuaría mi lucha contra los hechiceros, la verdadera amenaza, según la
misma princesa. Mientras tuviera un aquelarre que cuidara mi espalda, nada más
importaba.
Extrañamente,
me llevaba muy bien con Etienne del aquelarre D’Lion. Era uno de los amantes de
Balthasar, por lo que a él no le causaba satisfacción alguna que estuviera
conmigo, pero me importaba un carajo. Etienne, de alguna manera, era distinto a
los demás. Se le consideraba cobarde, aunque yo sabía que cada paso que daba le
llevaba al lugar que deseaba. Manipulaba a Balthasar y a Daphnée a su antojo,
provocando que ambos se pelearan por él. Me parecía un inmortal entretenido,
desairado y un tanto confiable. Lo que no podía decir del resto. Ashanti
Drammeh y Niara, su hermana, me producían escalofríos. Observaban cada paso que
daba y no me dejaban a sol o a sombra. Devorah había reclutado a más vampiros
alrededor del mundo, pero no vivían con nosotros. Ella les mantenía bajo su
influencia, hechizados con la magia del Hewa Mbaya que Ashanti alimentaba. Era
la única forma de tenerles bajo control fuera de su alcance, porque sola no
podía. Precisaba de la magia negra de la vampira para el “influjo a distancia”.
No comprendía porqué los vampiros tenían que practicar magia. Se me hacía
ridículo y a Etienne también, por lo que nos mofábamos de ese hecho cada que
nadie podía escucharnos. Aquí todos debíamos cuidar las palabras que salían de
nuestra boca, porque si molestabas a Devorah, eras carne muerta. Eso sí, ella
no ejercía ninguno de sus poderes sobre mí porque no era preciso. Yo estaba con
ella voluntariamente. Cuando regresé a sus brazos, me recibió con un beso
apasionado y exquisito. Era lo más cerca que había estado de ella desde que la
creí muerta. No rememoraba ninguna circunstancia por la cual no pudiera ser
suyo, aunque respetaba su lejanía. Mi vida se desplazaba en la obscuridad y en
la penumbra. Por algún estupendo motivo, sentía que me deslizaba como lagarto
en el pantano. Ondeando la cola sin poder ver nada frente mis narices hasta
llegar a los lugares más escondidos, siendo el depredador que siempre quise
ser.
El
día en que arribé a la guarida de los inmortales, en serio me sentía bien,
libre. La miré y eso bastó para que me tuviera en su palma. El dolor de su
supuesto fallecimiento, era lo único que podía recordar con claridad. La vi
perecer unos años atrás a manos de los Nixon, en Nueva York. Dev me explicó que todo fue un truco
elaborado para acabar con el aquelarre Mircoff que la perseguía. No precisaba
saber nada más. La vampira pasó sus frágiles y esplendorosos brazos sobre mi
cuello. Tocó mi cabello como si no pudiera creer que me encontraba a su lado,
pero quien no lo creía era yo. Me contó todo lo que tenía que saber sobre los
brujos de L’essence y sus maldiciones, e hizo hincapié en la que todos llamaban
“la hechicera de hechiceras”, la famosa Madison Alexander. Mi mente se
bloqueaba instantáneamente cuando alguien mencionaba su nombre y no tenía idea
de por qué, solamente sentía un profundo aborrecimiento por la bruja que estaba
haciendo caer a todos los aquelarres. Tenía el deber de estar con los míos y
pelear por nuestra existencia. Ese era mi propósito, además de alimentarme y
pasarla sumamente bien cuando pudiera. El placer y el hedonismo eran mis nuevas
doctrinas.
—¿Por
qué tan meditabundo? —Etienne se aproximó para platicar conmigo en las
catacumbas, pero escuché a Ashanti en la lejanía, espiando.
—Pienso
en cuál sería la mejor forma de acabar con esos malditos brujos que no me
permiten ver el sol —sonreí. Tenía una pierna posada en las paredes de piedra
empolvadas y la otra apoyada en el piso, con los brazos cruzados, mientras
miraba al techo lúgubre y borrascoso, repleto de telarañas que fulguraban como
hilos plateados de formas magníficas ante mi vista vampírica—. Ya no aguanto el
encierro. No soy una criatura de tumbas —reí—. A mí me gusta la vida eterna en
las afueras. Creo que jamás terminaré de comprender por qué debemos permanecer
escondidos. Lo bueno es que Devorah está luchando para que esto cambie.
—Sí
—murmuró Etienne sin mucha convicción. Le miré suspicazmente y él se percató de
ello.
—Quiero
decir, tienes toda la razón. No me he alimentado y eso me tiene vuelto loco. Me
hace falta una buena víctima.
Esbocé
una sonrisa completa y sugerí:
—¿Qué
tan malo sería ir por un bocadillo o dos antes de que Devorah retorne?
Etienne
miró sobre mi hombro y Ashanti ya estaba parada a mi lado.
—Los
comandos de Devorah no pueden violarse. Cualquiera que lo haga, morirá. No
importa si eres tú, Caleb —su voz parecía más masculina que la mía. Era muy
ronca y amedrentadora. Niara aparentaba ser su sombra. Siempre estaba detrás de
ella sin pronunciar palabra alguna. Las dos vestían con ropas como retazos de
tela negra que dejaban expuesta su piel cubierta de cicatrices de batalla. Era
raro que un inmortal tuviera cicatrices, pero las que se quedaban plasmadas en
la piel, eran sinónimo de haber sido causadas por alguien a quien amaron,
siendo traicionadas. Con razón eran tan taciturnas y amargadas —reí a mis
adentros—. Cosa semejante como el amor era inconcebible. Nos hacía débiles, nos
derrotaba antes de comenzar una batalla. Yo era fiel a Devorah, una situación
muy distinta al amor. Ella me mantenía con vida y le correspondía con lealtad.
La mayor debilidad de los brujos era que vivían de sentimientos absurdos como
ése, por tanto, la victoria sería nuestra.
Levanté
las manos hacia adelante en son de paz y sonreí.
—Era
una broma. Jamás desobedecería a la princesa —miré a Etienne y le guiñé un ojo,
a lo que él respondió con una sonrisa.
—¡Etienne!
—Gritó Balthasar.
—Estoy
aquí en las catacumbas —respondió el vampiro volteando los ojos.
—No
le culpes. Está celoso de mí, pero ¿quién no lo estaría? Podría tener a quien
deseara con un solo guiño —torcí la boca. Jamás cometería la estupidez de tener
sexo con un vampiro macho. La sola noción me producía arcadas, pero me gustaba
la idea de provocar a Balthasar.
—¡Te
he dicho mil veces que no puedes estar a solas con Antoine! —Exclamó enfurecido
el sempiterno, propinándole una bofetada exorbitantemente fuerte.
—¿Tienes
miedo de que se quede conmigo o que Daphnée siga sus pasos? —Me relamí la boca y
enarqué una ceja.
—Tiene
respeto hacia mí, cosa que deberías aprender —dijo Devorah entrando a las
catacumbas y ocasionando que cerrara la boca inmediatamente como trampa de
ratón que había caído, atrapando a su presa. Llevaba puesto un vestido color
rosa sumamente pegado a sus exquisitos muslos. ¿Cómo no admirar su encanto? Era
dolorosamente deliciosa.
—Era
una broma —volví a pegar el pie contra la pared y erguí la cabeza. A mí no
podría tratarme como a una de sus marionetas. Si me quedaba algo de memoria en
los “huecos” mentales, se trataba de la manipulación. La respetaba y mucho,
pero de alguna manera, no podía rendirme totalmente a ella. Era cuestión de
principios. Ningún vampiro respetable se dejaba manejar sin ton ni son por una
mujer. Llamémoslo machismo, de alguna
forma tonta.
Me
miró atentamente, estudiando mis acciones. Al parecer, no pudo encontrar en
ellas lo que buscaba, así que se limitó a decir:
—Nunca
me contradigas delante de los miembros de nuestro aquelarre. La única que manda
aquí soy yo, ¿entendido? —Me tomó de la barbilla, apretándola con extrema
fuerza hasta que me zafó la mandíbula. Me doblé en dos del dolor y caí hincado
al sucio piso de piedra, cubriendo de polvo mis rodillas. Ashanti y Niara se
carcajearon junto con Balthasar, pero Etienne no emitió sonido alguno. Algo
escondía el chico que no se atrevía a decirme y yo a saber. Era mejor así. Me
llevé la palma al maxilar descoyuntado y le acomodé en su lugar. Una ira
desconocida me hirvió en la sangre. Mis pupilas se tornaron grises por
instinto, como si me encontrara delante de un enemigo. Clavé los ojos en
Devorah que no se movió ni un ápice. Su boca estaba apretada en una delgada
línea. Al percatarme de que era ella a quien amenazaba mi mirada, respiré
profundamente y cerré los ojos para que regresaran a su tonalidad cerúlea.
—Es
hora de salir. Nos falta matar a un clan antes de comenzar con los Bardos —comandó.
Sus amras debían ser cumplidos. No deseaba defraudarla y moría de sed—.
Antoine, nunca vuelvas a obligarme a lastimarte más de lo necesario —su rostro
se tornó inescrutable y a pesar de eso, podía percibir la clara y creciente ira
en sus pupilas. Nadie la conocía como yo.
Espero sus comentarios aquí o en la fanpage de la Saga, amores. Es un honor que estén compartiendo conmigo este momento. El final ya está aquí.
Mariela Villegas R.
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