"Crónicas Inmortales"
Noche de Brujas IV
Prefacio:
No puedo evitar comenzar a
narrar esta historia con cierta reticencia. Mi vida ha dado tantos vuelcos como
posiblemente se pudiera imaginar. Yo solía ser una joven que veía la vida pasar
sin mayores complicaciones. Cuando la magia no me había tocado, no existía una
sola situación que me perturbara más que la pérdida de mis padres. Muchas cosas
han ocurrido desde entonces. Ascendí a la hechicería como la bruja que une el
todo con el todo. Me enamoré de un vampiro, némesis de los míos, uniéndome a él
por todas las leyes, y ahora mis poderes se consumen conforme avanza su camino
hacia la completa aceptación de su inmortalidad. Una maldición se lo llevó de
mi lado y le forzó a acabar con mi vida. ¿Cómo puedo contarles esta historia si
ya no formo parte del mundo de los vivos? Eso lo sabrán muy pronto. El último
desafío está tocando la puerta y lo que le espera detrás será la verdadera
naturaleza de los brujos. Separen lo real de lo imaginario… el cielo está
dispuesto a convertirse en uno con el infierno para poder destruirle.
Capítulo 1: “Recobrando
Sentidos”
Abrí los ojos y me
encontraba en mi habitación. Recordaba muy poco de lo que me había ocurrido.
Todo resultaba tan extraño. ¿Dónde había estado? ¿Por qué me dolía
absolutamente todo el cuerpo, más el centro del estómago? Parpadeé un par de
veces, dejando penetrar en las retinas la luz tenue de mi lámpara favorita,
posada en la mesita a un costado de mi cama. No podía moverme. Dolía demasiado.
¡Aghh! Demonios. ¿Acaso me atropelló
un tren? Era bastante improbable. Con muchísimo trabajo, levanté un poco la
cabeza para visualizar mi entorno, pero el resto de mi cuerpo permaneció
quieto. Las voces de los ancestros se encontraban en silencio total, lo cual me
pareció en extremo bizarro. Llamaba a mi madre con la mente y no obtenía
respuesta alguna. De hecho, no podía abrir la boca. ¿Qué carajos me sucedía?
No había algo en mi cuarto
que pareciera inusual. Todo estaba justo donde lo dejé una noche atrás, cuando
me animé a ir al partido de futbol americano con Brett, Cat e Ethan. No fue una
velada particularmente buena, al menos no para mí. Me la pasé recordando la
última noche que había vivido con Antoine. Esa memorable noche en que estuvimos
juntos e hicimos el amor una vez más, la
vez. Su piel, su aroma, sus ojos azules y pacíficos, mi Antoine justo como
adoraba, como memoraba en mis ensueños… y minutos después, la dolorosa y
definitiva despedida.
¡Auch! El estómago en verdad me ardía. Parecía que alguien me hubiera golpeado
con extrema fuerza, pero ¿quién se atrevería a hacerlo? Y, ¿por qué estaba
petrificada, con mil demonios? Comenzaba a preocuparme. La guarida generalmente
se encontraba envuelta en un barullo impresionante de voces y ruidos que se
estrellaban contra las paredes. A eso había que sumarle los ecos incesantes de
los ancestros que habitaban en mi cabeza y no se movían ni a sol ni a sombra
(aunque eran ecos que podía acallar a voluntad puesto que había aprendido a controlarlos
y no lo estaba haciendo en esos momentos). El silencio que se elevaba alrededor
de mí era francamente ensordecedor. Mi madre siempre respondía cuando le
hablaba. Incluso hablaba aunque no le respondiera. Tenía una opinión certera
para todo y lo apreciaba, y como únicamente ocurría estando a solas, no me
molestaba, puesto que Angelique era mi ángel guardián. Ni qué decir de mi padre,
protector y amoroso.
—Mamá, papá… —llamé sin abrir los labios. Diablos.
¿Qué era este dolor tan arraigado en mi estómago? No se localizaba en el
vientre bajo —analicé—. Estaba justamente en la boca del estómago, en medio
de las costillas, que por cierto no sentía. Un
segundo. No sentía las costillas. No estaba respirando.
Intenté relajarme unos
instantes. Algo aquí no era correcto. Levanté de nuevo la cabeza y volví a
echarle un vistazo a mi habitación, imposibilitada para estirar un sólo dedo.
Reconocía el entorno. En verdad aparentaba estar como la había dejado… a
excepción de algunos detalles. Aquella noche de mi encuentro con Antoine, entré
a mi habitación, cerré la perilla con seguro y me quité el vestido que llevaba,
tirándolo encima del tocador. Tomé los pañuelos para secar el mar de llanto que
me embargaba y me tumbé en la cama para ver a Scarlett O’Hara en “Lo que el
viento se llevó”, una película bastante apropiada para mis emociones
encontradas. Aquí, en este momento, no había rastro de papeles ni del vestido,
ni nada por el estilo. Todo estaba tremendamente impecable. Era bastante
aterrador. Intenté visualizar con la mente mi pecho, un tanto desesperada, para
sentir mi corazón. Cerré los ojos. Inhalé aire y… nada. Ni oxígeno ni latidos. ¡Dios! ¡Oh, Dios mío! ¿Qué me estaba
pasando? Mi cuerpo tembló y aun así no percibía actividad alguna. Esto se
encontraba en mi imaginación. Mi
imaginación, eso debía ser. Estaba soñando. Seguramente era un sueño muy
vívido. Al despertar, todo estaría bien. Tendría que recordar lo último que
hiciera antes de caer dormida… Brett se había convertido en un gran amigo y nos
había invitado a su casa (a Catalina, Ethan y a mí) para cenar, exactamente un
día después del partido de los Saints de Nueva Orleáns. ¿Fui a esa cena? ¿Cómo
regresé a casa? La memoria se me nublaba con cada pregunta formulada. ¿Dónde
estaban Ethan y Cat? ¿A qué hora despertaría?
—Ya está bien de tretas —reclamé al Poder Divino—. Entiendo el punto. Lo que sea
que quieras enseñarme ahora, por favor, muéstramelo para comprenderlo y déjame
abrir los ojos.
Ninguna respuesta. Silencio
absoluto de su parte. De pronto, el sonido de algo cayendo de mi supuesto tocador
me sobresaltó. Miré hacia un lado, luego al otro. ¿Cómo actúas cuando sabes que
estás sumergido en quimeras extrañas y espeluznantes? No podía perder la calma.
Justo mientras pensaba
esto, Luciana apareció a mi costado derecho. Me sobresalté tremendamente. No debía
presentarse de nuevo ante mí. Se suponía que nunca más podría verla, que jamás
cruzaría otra vez la línea entre la vida y la muerte. Pero nada de esto debería
estar ocurriendo. Nada. Mi antigua mejor “enemiga” parecía incluso más, ¿cómo
decirlo delicadamente? No había manera. Parecía más muerta que la última
ocasión en que la contemplé. A través de su piel grisácea, resaltaban las venas
verdosas repletas de sangre podrida. Emanaba un aroma sumamente desagradable,
como comida descompuesta. Llevaba puestas unas ropas negras que resaltaban sus
pómulos cadavéricos y sus ojeras en extremo grises. Su boca esbozó una sonrisa
altiva y socarrona. Al abrir la boca, cientos de gusanos salieron de ella,
cayendo sobre mi cuerpo. Me provocó arcadas e intenté llevarme la mano a los
labios sin conseguirlo. ¿Era algún hechizo que estaba conjurando desde el más
allá? Imposible. Ningún brujo tenía fuerza fuera de su plano y Luciana había
muerto hacía bastante tiempo. Nada de lo que hiciera podría dañarme en serio.
No de nuevo.
—Sáquenme de aquí —pedí rigurosamente—. Sea quien
sea, despiértenme, por favor.
—Solamente unos cuantos han
despertado de la muerte y tú no estarás entre ellos —rió roncamente. ¿A qué se
refería? Yo estaba viva.
—¡Despiértenme ya! —Exclamé con más furor.
—Puedes
hablar, idiota —desdeñó. Su tono de voz me sonaba al siseo de una serpiente. Detrás de
ella, comenzaron a elevarse alaridos huecos de almas vacías. Gritos que se
hacían más y más audibles, llenando mis tímpanos.
—¡Madison!
—¡Madison! Es ella…
—La bruja, ¡es ella!
—Maaadison…
Comencé a hiperventilar y
cerré los ojos de nuevo, con la esperanza de que al abrirlos, ya estuviera
despierta. Pero en vez de eso, algo más terrible sucedió. El peso de un cuerpo,
junto con su escabrosa y desoladora heladez, se dejó sentir subiendo encima de
mí. No le veía, pero vaya que le percibía moviéndose sigilosamente entre mis
piernas. Me aplastaba por completo.
—No, por favor —rogué. Luciana había tenido razón, podía hablar—. Esto es un sueño. Debo
salir de aquí.
Logré sentarme en el lecho
y varias manos me sujetaron, volviéndome a acostar, sosteniéndome el cráneo,
los brazos, las piernas. Eran palmas invisibles, pero poderosas.
—¿Qué se siente estar tan
tiesa como nosotros, mi querida Maddie? —Susurró la voz de quien se
cernía sobre mí. La reconocía. ¡Por todos los infiernos! Reconocía esa voz
varonil y estridente.
—William Mircoff —murmuré entre dientes, abriendo los ojos.
—El mismo que viste y calza.
O vestía y calzaba —carcajeó dejándose ver, apareciendo de la nada con
el rostro muy pegado al mío. Podía absorber su pútrido aliento—. Y no te olvides de mi amigo Clarence.
William estaba sentado a
horcajadas sobre mí y Clarence, completamente desfigurado como cuando pereció,
estaba acostado a mi lado. Las cuencas vacías de sus ojos me paralizaron más
que el peso de William.
—No, no, no. Esto no está
pasando —tragué saliva—. No.
—Esto, preciosa, es tu
infierno personal —sonrió William, acercando la mano para tocarme la
frente con su punzante dedo índice—. ¿Sientes esto, verdad?
Lamento ser yo quien te traiga la verdad, como siempre. Creí que habías
aprendido algo sobre tu queridísimo esposo desde que te dije que mató a tu
padre. La realidad es que te encuentras entre nosotros —las voces carcajearon
enérgicamente. En el fondo de mi cuarto, varias centenas de luces rojas se
encendieron. Auras malignas que querían llevarme consigo. De haber estado
dormida, ya me hubiese despertado para este instante. El terror me invadió
completamente. Nunca me había pasado algo como esto. Tenía pesadillas, cientos
de ellas, pero la mayoría tenían que ver con mi gente padeciendo. Nunca con
estos monstruos. Luciana se sentó del otro lado de la cama y me lanzó una
sonora bofetada.
—Esto es por haberme mandado
a la nada —siseó—. Ahora que estás aquí, ya
nunca te dejaremos salir. Mereces un destino peor el de cualquiera de nosotros,
asesina, maldita.
Las luces rojas se iban
tornando cegadoras. William se acercó para besarme y le pude sentir claramente
en mis labios, entremetiendo su puntiaguda lengua hasta mi garganta. Me ahogaba
y sabía a veneno puro. Quemaba. No pude evitar jadear. En cuanto pude zafarme,
grité. Grité y grité, pero Clarence levantó mis manos por sobre la cabeza y me
mordió la muñeca.
—¡Déjenme! ¡Dios! ¡Ethan,
Catalina, Issy! —Aullé—. ¡Alguien, ayúdeme!
Las heridas que dejaron los
colmillos de Clarence manaban sangre a litros. Los murmullos y carcajadas se
hacían más sonoros. Todas las víctimas que habían perecido a causa de los
brujos, absolutamente todas, llenaron el cuarto hasta sofocarme. La peste era
terrible.
—¡No! ¡No! —Grité hasta que no pude escucharme más.
—Eres nuestra —William mostró sus colmillos con ira y fiereza. Luciana me miró con
desprecio y sus pupilas se tornaron rojas, igual a la vez anterior—. Hora de descubrir qué te ocurrió, preciosa —William levantó una palma
delante de él y la introdujo en la parte del estómago que me escocía. Cuando
miré lo que hacía, me percaté de la existencia de un gran hueco ensangrentado
que se abría en mí. Mis órganos y entrañas estaban hechos añicos. Quise
maldecir, retorcerme, hacer algo, pero el dolor era tremendo y me lo impedía, y
entonces, unos diminutos hoyuelos comenzaron a arder en mi cuello. Los toqué
para estudiarles a toda prisa. Alguien había bebido de mí.
Luciana se acercó a mi oído
y susurró:
—He aquí la realidad, amiga
mía. Estás muerta… tan muerta como todos nosotros. Pasarás la eternidad siendo
carcomida por nuestro odio.
Los ojos se me desbordaron
en lágrimas y quedé inmóvil de nuevo.
—Pero eso no es todo —sonrió William—. Lo mejor es quién causó tu calvario. Quién te
asesinó.
Todos los que me miraban, clavando
mil cuchillos de ira en mi rostro. Rieron, sacando los incisivos, listos para
atacarme.
—¿Qu…? ¿Quién? —Cuestioné con un hilo de voz.
—Fue tu amado vampiro,
Antoine —susurró Luciana. En un coro diabólico, todos estallaron en gritos y
alaridos estremecedores. William apretó mi cráneo contra sus palmas y me hizo
ver la escena. No podía ser posible. Observé en silencio y recordé
absolutamente todo, como una ola de mar que pega fuertemente contra las rocas,
desbaratándolas a su paso. Antoine quería atacar a Brett y yo me metí entre
ellos. Su brazo se incrustó en mi cuerpo… me atravesó por completo hasta botar al
chico detrás de mí, clavando sus incisivos en mi cuello. Le miré por última vez
y perdí el conocimiento. Era cierto. Había muerto.
—¡Madison! ¡Maddie! —Clamó una voz a lo lejos. Cuando destapé las pupilas, todos se habían
ido excepto Luciana, William y Clarence. Se encontraban parados a la orilla de
mi cama. Al mismo tiempo, me tomaron de las piernas, los brazos y las caderas.
—¡Nadie te llevará! ¡Mereces
estar aquí! —Aulló Luciana, enfurecida.
—¡Madison, regresa! —Las voces que pedían mi
retorno, eran reconfortantes. Catalina, Ethan, Marie, Isaely… todos estaban
pidiendo por mí.
—¡Tendrán que pasar sobre
nuestros cadáveres! —Exclamó William clavándome las garras en las
piernas. El dolor se intensificó.
—¡Aquí estoy! —Chillé con lo último que me quedaba de fortaleza—. ¡Ayúdenme!
—La escucho —dijo la voz de Catalina—. Madison, aférrate a la
luz. No permitas que su penumbra te aleje.
“Rentre a la vie, a la vitae”. “Rentre a la vie, a la vitae”. “Rentre,
rentre, rentre, rentre…”
Repetían los ecos que
subían poco a poco de volumen.
En un santiamén, Ethan
apareció parado frente a la puerta del cuarto, pero no podía hacer nada contra
quienes me sostenían. Yo estaba en el más allá, donde nadie más que yo tenía el
poder. Y al parecer, por algún motivo, no podía utilizarlo ahora. En cuanto
Luciana vio a Ethan, dio un respingo. Titubeó, aunque Clarence le gritó que no
me soltara.
—Lucy —susurró la figura de Ethan
que parecía estar rodeada de una luz borrosa—. Lucy, preciosa. Debes
soltarla —los ojos de mi amigo suplicaban que me dejara ir.
Yo sabía que en realidad la detestaba, que estaba fingiendo.
—Si te separas de ella, la perderemos.
¡No seas estúpida! —El alarido de William sacudió hasta los cimientos
de la aparente casa, porque en realidad era una versión de mi infierno, como
había dicho William.
—Ethan —sollozó Luciana—. Siempre te amé. Siempre. No puedo dejarla partir, se merece este
castigo —la bruja ladeó la cabeza. Su vestido negro y holgado de abajo, se movió
como si hubiese un viento apabullante pasando debajo de él, pero ningún tipo de
aire soplaba aquí.
—Lucy, por favor. No depende
de ti juzgarlo —la luz de Eth la envolvió con su calidez. No era
ningún tipo de fuerza sobrenatural, era solamente el recuerdo que alguna vez
tuvo de ella. Luciana respiró su aura y sin poder evitarlo, me soltó.
—¡No! —Gritó William halándome
hacia él, pero Ethan me tomó de la mano y exigió que usara toda la fuerza que
me quedara para salir de la muerte.
—¡Sólo tú puedes conseguirlo,
Madison! ¡Vamos! ¡Hazlo! ¡Ven conmigo! —Supe por su desesperación
que si no lo lograba, él se quedaría irremediablemente conmigo. Tal vez no su
cuerpo, pero sí su mente. Catalina me suplicó que hiciera lo que fuera con tal
de llevarle de vuelta a Eth. Luciana escuchó esto e intentó colgarse del cuerpo
de mi amigo, pero no bastó para que me moviera completamente. Arranqué las
garras de William de mis piernas, lanzándole al aire, e incrusté ambos dedos en
las cuencas vacías de Clarence. Él aulló y me vi libertada.
—¡Maldita seas, Madison
Alexander! —Exclamó William aproximándose de nuevo.
—¡Cállate y púdrete en el
averno, bastardo! —Le pateé la cara con todas mis fuerzas hasta
hacerle desaparecer entre un humo negro. Ethan me jaló y pude ver claramente
cómo traspasábamos la barrera hacia el universo vivo. Fue como pasar por un
tubo lleno de un mar de olores, sonidos y sabores absolutamente distintos a los
que experimenté minutos antes. Mis sentidos se prendieron en llamas. El hoyo
encendido en tonalidades púrpuras, azules y plateadas, por el que atravesábamos,
estaba rodeado de rayos y centelleos. La fuerza extrema de mi poder nos dirigió
hacia la luz del final. Ethan, quien pegó un sonoro alarido.
— “Has pagado tu precio,
Ethan Metcalfe” —tronó una voz. El Poder Divino le había perdonado
su complicidad con Antoine en la muerte de la chica por su valía.
Un viento huracanado nos
dio varias vueltas, perdiéndonos uno en el otro. Ethan tuvo el coraje suficiente
para enfrentarse a lo desconocido y poder salvarme. Ahora yo precisaba
rescatarle a él.
— “No estabas destinada a
morir todavía. Debías creerlo para salir” —el retumbar de la voz del
Poder Divino, me ensordeció.
Nos estrellamos contra una barrera
de energía invisible que me obligó a soltar a Ethan. La calma me invadió. No
era una calma tétrica como la anterior, esta era una verdadera paz. Abrí los
ojos de golpe y tomé un profundo respiro. El tórax se me abrió instintivamente
para dejar pasar el aire y solté un grito de dolor.
—Bienvenida… al mundo de…
los vivos —susurró Ethan que yacía a mi costado, tomándome de
la mano. Enfoqué la mirada y me percaté de que estábamos en la estancia de casa
de Brett. Me explicaron que era preciso canalizar la energía del lugar donde
perdí la vida para ayudarme a regresar, por esa razón no nos habíamos ido.
Brett no me quitaba la mirada de encima. Se notaba sumamente alegre, lleno de
regocijo. Aparentemente estaba bien, sano, aunque no quería ver lo que había
debajo de la camisa un tanto rota que vestía (probablemente el golpe que me
atravesó le había tocado fuertemente). Había otra persona en el sitio, alguien
a quien desconocía. Una mujer afroamericana a la que Justine se dirigió para
agradecerle después de mi recuperación. Me echó un vistazo, sonrió y dijo—:
—Un
placer, Madison Alexander…
Nos dejó. Parecía otra
bruja, pero no de L’essence. Luego me tendrían que explicar su presencia en el
sitio. Catalina, Isaely, Marie, Justine y Patrick, se unieron al abrazo de
Ethan y mío, aunque me estaban lastimando muchísimo.
—Lo siento —los coros de voces que habían estado llorando mi muerte, se escucharon
repletos de entusiasmo.
—Debemos ir a la guarida de
inmediato —ordenó Patrick—. Muchas gracias por todo,
Brett —le extendió la mano pero el humano no la tomó.
—Iré con ustedes —resolvió.
—No… no seas tonto —susurré sin fuerza—. Andar con brujos no te trae… traerá nada bueno.
—No me importa. Iré. Puedo
ser más necio de lo que te imaginas. Y dudo mucho que puedas tener opinión al
respecto dado que me mentiste sobre tu naturaleza, así que voy y punto —irguió la cabeza y noté que nadie le convencería de lo contrario.
Conocía a los de su tipo…
—¿Sabes que podríamos
hacerte olvidar todo, chico? —Inquirió Patrick.
—Nadie me hará olvidar los
destrozos de mi casa —bufó.
—Lo lamentamos muchísimo —dijo Catalina.
—No
te preocupes. Siempre deseé un hoyo del tamaño de cuatro personas en medio de
mi sala. Facilitará la entrada de aire…
Cat sonrió y con un movimiento de sus manos
arregló en silencio todo lo que había sido roto. Las escalinatas del pórtico se
reconstruyeron junto con las partes del camino de concreto que daba a la puerta
en el patio delantero, donde Ethan y el vampiro habían peleado.
—¡Guau! —Exclamó Brett genuinamente azorado—. Cat, creo que iré a
buscarte cuando necesite arreglar mi habitación —rió—. Hablo en serio. No es
algún tipo de amenaza humana sin sentido.
—Por
ti haríamos lo que fuera —asintió Ethan, dándole la mano, sumamente agradecido.
—Y
pensar que creía que eras un tipo de actor de cine frustrado que vagaba por los
pasillos de Pontchartrain luciendo “cool”
solamente para joder a los simples mortales…
—Brett,
eso suena en extremo homosexual. No es que no esté acostumbrado a ese tipo de
halagos, pero es raro que venga del jugador más valioso de la Liga juvenil de
Luisiana.
—¿Eso
es lo raro? —Preguntó Patrick en son de broma.
—Deberías
estar “orgullosa” —mofé casi sin aliento—. “Novia del quarterback de la
escuela…” Podría… podríamos llamarte Ethina…
Me sentía increíblemente
agotada, no sólo físicamente, sino mentalmente. Todo me escocía. Varios huesos
de mi cuerpo continuaban rotos. Me preocupaba en demasía que no tenía los días
que requería para recuperarme totalmente. Debía estar al pie del cañón, siendo
el cañonero del hombre al que amaba, porque todavía le amaba. Estúpido como
sonara, le adoraba. ¿Podrías caer más bajo,
Maddie? ¿Seguir apegada a quien te asesinó?
¿En serio?
—Sí
—me respondí sin duda alguna. Una angustia inevitable se apoderó de mi alma. Entré en pánico. Me
llenaba un vacío interminable (por contradictorio que esto sonara), una
penumbra eterna. La sensación de caer y caer sin encontrar salvación. Vivía,
pero ¿a qué costo? Ahora sabía exactamente lo que había ocurrido y nada era más
doloroso que eso. Antoine no actuó para liquidarme, aunque tampoco se detuvo,
lo que significaba una sola cosa: ya estaba perdido. Le había perdido
completamente. Debía haber estado preparada para este momento, aunque no lo
estaba. Como colegiala desengañada, comencé a llorar sin parar. No importaba
que mis gemidos me hirieran todavía más. Los huesos de mis costillas a duras penas
se regeneraban, al igual que mis tejidos. No obstante, estaba viva. Mi estómago
era un nudo completamente retorcido. Cada que me movía, el dolor me atenazaba. Dios, por Dios. Pesar tan grande como
este, era inhumano. Y de nuevo, me sentía agradecida por estar relativamente a
salvo. Agradecía que Ethan hubiese arriesgado la vida para rescatarme de las
tinieblas y que su fortaleza de espíritu fortaleciera la mía. Pero nada,
absolutamente nada de eso, se llevaba el tremendo martirio de haber perdido
para siempre a mi inmortal. Ya no había algo qué hacer por él, lo sabía.
Visiones de Antoine abrazando y besando a Devorah, me destrozaban el corazón, y
mis lágrimas se convirtieron en completo desconsuelo. No bastó su engaño, no
bastaron sus matanzas, también tenía que atacarme para completar su maldición,
y lo hizo exitosamente. Ella lo había conseguido y eso era lo que más
detestaba, saber a Devorah victoriosa sobre mí. Al ver que no paraba de llorar
y que me hacía daño, tía Isaely me tomó en sus brazos y me acarició el cabello.
—No importa que ocurra de
ahora en adelante. Todo estará bien.
Fue lo último que escuché
antes de que me obligara con un conjuro a cerrar los ojos y acallar la mente.
—Maddie… —el murmullo de mi padre me llamó. Me vi a mí misma
cuando tenía unos cuatro años, jugando en la nieve. Papá se escondía detrás de
los árboles y solamente asomaba la cabeza de vez en cuando. Una vez que le
divisaba, corría tras él y salía para tomarme en sus brazos y darme vueltas.
Los copos rozaban mi rostro blanco y se derretían en mi calidez—. Te amo, mi niña. Permanece
valiente… ya nada puede herirte.
En cuanto me volvía a ver,
ya era la Madison de dieciocho años una vez más. Mi madre, Angelique, se unía a
mi padre y me besaba la frente.
—Tiempo de despertar, mi adorada pequeña —comandó.
Descubrí las pupilas poco a
poco. Estaba en mi habitación. La sensación de temor me cubrió y me levanté de
la cama céleremente, pero Isaely me tomó de la mano.
—Estás bien, Maddie. Estás a
salvo —tragué saliva y vi que ya había pasado todo. Mi instinto hizo que me
colgara del cuello de mi tía y sollozara.
—Gracias por rescatarme,
Issy. Gracias a todos, en especial a mi Ethan —murmuré.
—Hubieras hecho lo mismo por
nosotros, princesa —me separó de ella suavemente y miró mi estómago—. Te has regenerado totalmente, aunque sigues débil. Patrick dice que tu
aura se ha tornado muy borrosa.
—Sí, puedo sentirlo. Supongo
que consiguió lo que quería, ¿no?
Isaely me miró tristemente.
—¿Te refieres a… al vampiro?
—Ya no quería mencionar su nombre.
—Devorah —respiré percatándome de que ya no dolía tanto—. ¿Cómo hicieron para
salvar mi cuerpo? Estaba demasiado malherida.
—Alguna vez te dije que,
cuando de ti se trataba, todos los brujos se unirían, y así fue exactamente.
Cada clan en el mundo conjuró al Poder Divino para curarte. No fue nada
sencillo porque tú debías actuar desde el más allá y sabíamos que habían
fuerzas malignas atrapándote. Debimos recurrir a otros poderes también.
Catalina y Justine utilizaron toda su sabiduría para reconstruir las partes
desmembradas, con la ayuda de las brujas del vudú.
Di un respingo. Todavía me
costaba asumir lo sucedido. No me percaté completamente de lo que había dicho.
Sólo pensaba en Antoine.
—Creo que esta vez sí le he
perdido —esbocé un conato de sonrisa que no podía explicar. Tal vez reía porque
estaba cansada de tanto lamento… o tal vez me había vuelto loca.
Mi tía hizo que me
recostara en su regazo y me acarició los brazos y el cabello, regalándome un
beso en la frente.
—Creo que sí —era imposible que Isaely pudiera ocultarme algo totalmente. El que me
hubiese lastimado no era todo lo que Antoine había hecho en los últimos días.
Lo leía en sus gestos sumamente entristecidos. Debía saberlo. Era preciso
aguantar otro golpe más de los muchos que le sucederían.
—¿Qué ha hecho? Dímelo —exigí.
—No vale la pena hablar de
eso. No ahora, Maddie —respondió intentando hacer que me volviera a recostar.
—No —me senté por completo en la
cama—. ¿Qué ha hecho? Tarde o temprano lo sabré. Es mejor que tú seas quien
me lo diga.
Issy respiró profundamente
y titubeó. Tenía marcas de insomnio grises debajo de los ojos, como si el sueño
se hubiese escapado de ella desde la última vez que la tuve ante mí. Vaya que
le costaba demasiado hablar de ello. ¿Tan malo era? Después de haberme matado, lo demás sería cosa de nada.
—Él se ha entregado a la
inmortalidad por completo. Ya no es quien conocimos.
—De eso me pude percatar —dije llevando la mano al centro de mi estómago.
—Es peor que eso, Maddie —Issy contuvo el sollozo, deseando no tener que hablar. Pero la forcé.
—Dime ya. Es lo más justo
para mí.
Respiró profundamente y
asintió.
—Antoine está ahora con
Devorah. Es parte del aquelarre Vilerious —contuvo las pupilas debajo
de sus párpados por unos instantes para descubrirlas de nuevo un rato después.
Había estado llorando—. Mad, lo lamento. No hubo nada que pudiéramos hacer
para salvarles.
Abrí los ojos como platos.
—¿A quiénes? —Inquirí.
—¡Dios! —Se cubrió la boca. La tomé de los hombros y la obligué a mirarme.
—¿A quiénes, Isaely? —Mis dedos pulgares presionaron sus cienes. De no decirme, lo sabría
adentrándome a su mente.
—Ma… Marie y Justine. Ellas…
ellas son parte del círculo eterno, así como todo el clan Graciano. Han
destruido todos los libros de la historia de los brujos.
—¿Qué?
—Pregunté sin comprender todavía.
—Marie, Justine y Patrick
salieron a patrullar en lo que estuviste inconsciente —Isaely lloraba,
inconsolable—. Buscaban una solución
permanente a la maldición de Antoine. Devorah les encontró en la calle Bourbon cuando
contactaban a Yadirka, una de las hechiceras de vudú, la mujer a la que viste
junto con nosotros cuando reviviste.
Fue ahí cuando caí en la
cuenta de lo que mencionó minutos antes… vudú, magia clandestina y censurada.
—¡Pensé que ellas no podían
tener contacto con nosotros! ¡Está prohibido! ¡Sus poderes no son naturales! —Exclamé histérica.
—Es cierto, pero tratándose
de ti, debíamos intentarlo todo. ¡Creímos que te habíamos perdido, Maddie! Toda
la magia era requerida para rescatarte de la obscuridad, incluyendo la suya.
Ellas toman sus poderes de un sitio arraigado en la mente humana al que no cualquiera
tiene acceso y gracias a eso Ethan pudo transportar su mente al más allá,
además de ser auxiliado por un “mediante”, un ser de tierra y agua que pudiese
mantener su cuerpo aquí. Los conjuros de
Yadirka, junto con los de L’essence, te salvaguardaron.
—¡No! ¡No! ¡No debemos
acercarnos a los mortales con esos propósitos, mucho menos a las hechiceras de
vudú! ¡¿Por qué fueron?! ¡¿Por qué?! —Grité—. Vendrá con un precio.
Isaely llevó ambas palmas a
mis hombros e hizo que la mirara fijamente.
—El
precio, desde el inicio, fue tu vida. Ya ha sido pagado. El Poder Divino lo ordenó.
La hora había llegado de reunir la magia mortal con la misma esencia. Para
esto, se debía canalizar la fuerza de un mortal que te quisiera, el “mediante”,
y eso solamente una hechicera vudú lo lograría.
—¿Quién fue? ¿Qué humano?
—Brett, mi niña. No se ha
separado de ti ni un sólo instante. Ha estado aquí día y noche desde el incidente.
Se lo agradecí sin
mencionar algo al respecto…
—¿Cuántos días he estado
inconsciente? —Cuestioné atormentada.
—Dos semanas… has estado
fuera de todo por dos semanas. Es el primer día del mes de julio, mes del amor
entre los brujos de L’essence, y es precisamente ese amor el que te ha sacado
de la penumbra. El amor de Ethan, de los nuevos Killian, de todos los clanes en
el mundo. Los Aragón, los Yet-se, los Krammer, los Ramstorm, entre muchísimos
otros. Además del trabajo incansable de las brujas de vudú. Yadirka ha venido a
curarte y a cuidarte, aunque no deseaba verte al despertar por temor a que
reaccionaras exactamente como lo estás haciendo. No importa, en realidad. Los
hechiceros, al saberte perdida, se han unido con inefable potencia y ahora pelean
mimetizados. Aunque tu figura, aquello que representas, va más ahí de la
hechicería. Ha reunido a la mortalidad, la inmortalidad y a la misma magia.
Hemos perdido, pero también hemos ganado mucho, Maddie.
—¡Justine y Marie murieron
por mi culpa! —Exclamé cuando sus voces suspiraron oraciones en mi
mente. Eran seres ancestrales ya… parte del círculo eterno como Issy había
dicho—. ¿Cómo voy a darle la cara a Ethan y a Catalina? ¡¿Cómo?! —Me cubrí el rostro, absolutamente contrariada—. Marie también era una
madre para mí.
—Lo sé, mi niña. Lo sé.
Incluso Ethan lo sabe. Antes de salir, Justine nos advirtió. Todo esto fue
revelado y hubo tiempo para despedirse.
—¿Y aun así se atrevieron a
dejar la guarida? ¿Por qué? ¡¿Es que todos han perdido el raciocinio?! —Me levanté de la cama y
tambaleé casi hasta caerme. Llevaba una bata. Mi cara se topó con el espejo y
mi reflejo no fue nada compasivo conmigo. Estaba horrible. Demacrada, pálida,
demasiado delgada. No quise ver más y me quité la bata para ponerme unos jeans
y una blusa negra, pero en cuanto solté la bata, mis ojos no pudieron evitar
volar a la tremenda cicatriz que tenía justo entre las costillas. Era una masa
de piel rosácea constreñida en una línea. Mis dedos se acercaron al espejo para
tocar la parte que mis ojos veían, sin desear en absoluto pasarlos por ella
vívidamente. Apreté los labios y una cuestión macabra pasó por mi mente.
—¿Antoine asesinó a Justine
y a Marie? —Inquirí, pero mi alma se negaba a oír la respuesta.
—No —Isaely negó con la cabeza.
Me sentí estúpidamente aliviada y acongojada al mismo tiempo—. La lideresa del aquelarre Drammeh mató a Marie y la misma Devorah
aniquiló a Justine. Antoine solamente miró sin mirar, como quien observa a un
escarabajo ser aplastado. Sin mover un dedo, sin emitir un sonido. Sin
respingos ni guiños. Se ha ido por completo. Devorah le debe estar guardando
para ti nada más. Sabrá que no te dejaríamos morir así de fácil. Patrick
intentó intervenir junto con Ethan y Catalina, aunque nada pudo contra el decreto.
Ellas iban con Yadirka para agradecerle lo hecho y desligarla de toda
responsabilidad, ocultar su intervención con un conjuro. No lo consiguieron
porque ella no lo quiso, se veía en la necesidad de seguir interviniendo. Los
Vilerious les siguieron hasta ahí y…
Isaely se cubrió la boca
para no desequilibrarse.
—Tengo que verles. Debo ver
a Cat y a Ethan. Tengo que hacerles saber que yo… que yo… —solté la blusa que iba a
ponerme y me doblé, estrellando los puños contra el tocador. ¿Qué haría para
cambiar las cosas? ¿Cómo podía modificar lo impuesto por el poder que movía
todo? Si me dejaba consumir por la ira, por la agonía, todos pereceríamos.
Alguna fortaleza en mí debía salir al quite. No, esta vez no caería. No
importaba si mis poderes estaban debilitados. Iba a enfrentarme a quien tuviera
qué hacerlo, incluyendo al mismo Antoine. Le amaba, pero era un amor que
reservaba hacia alguien que ya no existía, y precisaba aceptarlo a como diera
lugar. Si ya se había ido con ella, ¿cómo podría convencerle de que regresara?
Le dejaría ir como tantas veces lo había hecho, dejándolo las cosas en manos de
la fuerza suprema. Era más difícil de lo que imaginaba. Ceder el falso control
que tenía sobre esta situación, callar y esperar un milagro. Madison no podía
permitirse ser una cobarde cuando todos, absolutamente todos, habían confiado
en ella y dado su vida por una causa.
Ethan entró al cuarto junto
con Catalina. Ambos vestían de negro de pies a cabeza. Mi amigo se me acercó al
verme encorvada y me levantó. No importó que no llevara blusa. Me cubrió con
una toalla, diciendo:
—¿Sabes cuáles fueron las
últimas palabras de mi madre? —Sus pupilas se tornaron
rojas.
No dije nada, esperé a que
él lo revelara.
—Dijo: Madison es la
salvación, nunca la derrota. Me reuniré con tu padre y jamás había sido tan
feliz. Mi hora llegó, hijo mío. Es momento de seguir con quienes se quedan. No
llores por los que se han ido. Haz que tu luz brille con la vitalidad que te ha
sido concedida. Siempre te cuidaré y, aunque no me mirarás, me sentirás en el
alma, justo como has sentido a tu padre por tantos años.
Mi boca no pudo abrirse.
Catalina parecía bastante calmada, a pesar del calvario que opacaba sus
pupilas.
—Maddie
—siguió—, nuestras madres murieron en paz. Tuvimos tiempo suficiente para decir
adiós —una solitaria lágrima se derramó por su mejilla—. Justine me confesó que su
propósito en la vida se había cumplido, y ése era que yo tomara su lugar en el
mundo espiritual. Dijo que estaba completamente preparada para todo lo que
venía, al igual que tú. Por alguna razón que desconozco, aseguró que tus
poderes no serían los mismos después del ataque de Antoine y su traición,
aunque también dijo que este era el principio del final. Todo está listo para
que los brujos seamos uno y nunca más tengamos que huir. Tú eres la fuerza que
nos une y que da vida a la vida, por eso lucharon. Simplemente no podías irte.
Lo demás es lo de menos. Están ahora en el círculo eterno… y ya no es necesario
guardar luto. Con tu muerte, has cambiado las reglas. No sé de qué forma, no
por completo. Eso solamente tú lo podrás decirlo a su debido tiempo.
—No comprendo. No comprendo —repetí.
—Lo harás. Miles de brujos
han perecido, también miles de mortales, y eso no es culpa de nadie, menos
tuya. Teníamos un propósito mucho más grande que solamente rescatarte o
mantenerte viva. Eres el símbolo de la esencia misma. Quienes fallecen lo hacen
por mandato divino. Nada de lo que quisieras hacer lo cambiaría. Debes ser
fuerte, muy fuerte —completó Catalina—. El balance universal
tiene que permanecer a toda costa… Madison Alexander es ese balance. Así que
deja de torturarte y lucha por quienes estamos en tus manos. Los que han
partido, descansan en paz.
Me incorporé y erguí por
completo. Con el puño, sequé el resto de lágrimas que me quedaban y asentí.
—Nunca más me verán caída.
Lo juro. Por las vidas que se han perdido, juro que seré quien deba ser para
todos ustedes.
Ethan y Catalina me
abrazaron. Patrick entró junto con Dominic, Felinnah, Bruno, Renatta y Brett.
Notaba que el aura de Bruno había cambiado, ya era un brujo de L’essence. Había
sido ascendido.
—Bienvenido a la familia —dije intentando sonreír. En realidad me daba gusto que le ascendieran.
—No fue gracias a ti —rió Felinnah, aunque claramente estaba bromeando—. En realidad me da gusto
que estés bien. Es cierto —se acercó y extendió la palma para que la tomara.
No dudé en hacerlo. Era la primera vez que la sentía parte de nosotros, a todos
ellos en realidad, incluyendo a Brett, a quien conocía hacía tan poco tiempo.
Él estuvo ahí durante todo el ritual y sabía ahora formaría parte del clan.
Prometió no decirle a nadie de nuestra existencia y confiamos plenamente en él,
porque los ancestros dictaban que sería una parte importante en nuestra lucha
sin tener que ser inmortal o brujo. Él representaba a la parte humana del
universo y le cuidaríamos como oro en polvo. La verdadera batalla entre razas
estaba por comenzar. La lideraríamos Felinnah y yo, con todo el amor en
nuestros flancos. Los enemigos tendrían su merecido. Así como muchos habían
sacrificado una parte de sí para tenerme de regreso, yo sacrificaría lo que más
adoraba para que vivieran y fueran felices… a Antoine, mi vampiro. El clan de
los Bardos sería uno y uno solo, con todos sus nuevos integrantes.
Capítulo 2: “Uniendo
fuerzas”
(Narrado por Felinnah)
Dominic, Bruno, Renatta y
yo, nos vimos forzados a dejar la casa que tanto adorábamos a las afueras de
Nueva Orleáns para estar junto a los miembros del clan de los Bardos en la
guarida. No era momento de hacer lo que quisiéramos, era momento de hacer lo
debido, y lo debido era apoyarles. Acompañamos a Madison a las tumbas de
Adrianne, Richard, Marie y Justine, en el cementerio La Fayette. Todo era
silencio. Ni un sólo sollozo salía de su boca y su rostro se notaba
inescrutable, perdido el otro mundo que no era el nuestro. Estaba cansada,
agobiada y turbada, pero su temple parecía inamovible, lo que me hizo
respetarla más que nunca. Solamente había tenido que pasar por la muerte a
manos de quien amaba para comprender quién era —ironicé—. La realidad de nosotros, los
Lestrath, era un tanto distinta a la de ellos, los Bardos. Nosotros fuimos
quienes contemplamos al único inmortal de alma noble tornarse en un monstruo
maldito. Un ser demoníaco sin escrúpulos que ahora vivía bajo el techo de
nuestro peor enemigo. De hecho, Dominic y yo tuvimos mucho que ver en esa
transformación radical y sinuosa. Y sin embargo, nadie aquí nos lo reprochaba.
Se nos daba la bienvenida como a hijos. Isaely dijo una frase que se me quedó
grabada en el alma:
— “Todos somos parte del
universo. Estamos entretejidos en sus hilos multicolores. Cuando uno de esos
hilos se rompe, debe ser reemplazado por otro para que la estructura
permanezca. Ustedes son los hilos nuevos en nuestra estructura y les amaremos
como parte de nuestra piel”.
Nadie, ni siquiera Ethan,
nos menospreciaban. Renatta se sentía como en casa. Debía ser sumamente
reconfortante para ella estar con los de su clase. Se había convertido en la
pupila de Catalina, en su mano derecha. Ahora que ella había tomado el lugar de
su madre dentro de la espiritualidad de L’essence, me parecía más que apropiado
que mi amiga le ayudara y acompañara. En cuanto a Madison, cada día que
transcurría iba comprendiéndola más. Llámenme loca, pero le comenzaba a tomar
cierto afecto. No cariño… afecto. Una noche, después de la cena —obviamente de ellos, porque nuestros platillos favoritos distaban mucho
de ser los que ellos describirían como delicias al paladar—, me quedé a solas con ella
para platicar. Debía admitir que fue muy incómodo al principio, puesto que
sabía que no le caía bien, y ella a mí, menos. No obstante, nos echamos en la
alfombra que estaba junto a la chimenea y decidimos charlar, intentando crear
un motivo razonable para ello.
—Debo saber, Felinnah —dijo con voz firme, pero suave—. ¿Qué fue lo que viste en
Antoine antes que se fuera?
Tardé un poco en responder
porque no deseaba herirla. No ahora que estaba tan vulnerable, aunque no
quisiera parecerlo. Me tragué mi orgullo y todos los sentimientos que guardaba
en su contra y simplemente respondí:
—Te amaba, no me cabe duda.
Madison me miró con esos
ojos azules profundos y penetrantes. No eran como los de un vampiro, líquidos y
brillantes como esquirlas de diamante. Los de ella eran puramente azules,
llenos de vitalidad y fuerza intrínseca. No me provocaban atacarla porque mis
urgencias de sed habían disminuido desde que comenzamos a vivir con ellos en la
guarida. Incluso Dominic aceptó que los poderes de los brujos eran sumamente potentes
cuando estaban unidos. Lo que no le había ayudado a Antoine, era que para ese
entonces, ya todo marchaba hacia su propio destino, el que estaba trazado por
el Poder Divino, y a eso debíamos añadirle que él había sido el instrumento
utilizado para terminar de enlazar los eslabones que se encontraban débiles y
debilitar los que se encontraban más fuertes —estaba tan segura de ello
como de que no necesitaba el oxígeno en mis pulmones para sobrevivir—. Con esto me refería a que su “error” no había sido producto de la
casualidad. Todo era encausado hacia la salvación de nuestras almas y de las
almas humanas. No le quitaba responsabilidad, eso nunca, pero tampoco podía culparle
por cosas que no le pertenecían. Ahora vivía libre y sin recuerdos… Solamente
me preguntaba, ¿por cuánto tiempo podría Devorah esconder el tremendo amor que
el vampiro sentía por la bruja? ¿Por cuánto tiempo los hilos permanecerían
separados? ¿Qué haría cuando llegara el momento de que él supiera quién fue y
lo que le movía en esta tierra? Esto no se había terminado. Era imposible. Me
quedaba claro que todavía había una resolución a tomar por parte del inmortal.
—¿Alguna vez te lo dijo? —Cuestionó Madison tranquila. Comprendía el porqué de sus preguntas.
Hubiese deseado que alguien pudiera responder a las mías mientras me encontraba
encerrada en la casa de Damien bajo su pésima influencia. Por tanto, no le
negaría las respuestas.
—Nunca lo admitiría, al menos
no delate de mí. No era su persona favorita en el mundo. Nos veía como una
contestación a sus plegarías. Una herramienta para aprender sobre sí mismo, si
así lo prefieres —levanté los hombros tratando de restarle
importancia a todo aquello—. Nunca hubo una amistad sincera de su parte hacia
mí, aunque no puedo decir que sucedió lo mismo con Dom y Bruno. Dominic fue su
tabla de salvación. Le enseñó lo que era ser un vampiro real. Lamento que haya
sido para perjudicarte. O debería decir, lamento que haya sido para asesinarte —sonreí socarronamente.
—No lo lamentas —Mad negó con la cabeza y esbozó una media sonrisa.
—Odio admitirlo —volteé los ojos—, pero sí lo lamento. Nunca les he deseado mal. La
razón por la que estamos aquí y no en Miami, además de porque nos matarían en
un santiamén allá, es porque nos ayudaste. Dominic siempre lo decía. Siempre
afirmó que la lealtad se paga con lealtad. Detesto la idea de que hubiese
aprendido todo eso después de haberme traicionado —reí. Madison rió junto
conmigo. Sí, yo también sabía lo que era perder a quien se amaba. La única
diferencia era que, en mi caso, la que había causado las cicatrices en el
cuerpo y mente de mi amado, había sido yo. Quien se perdió en la obscuridad de
su malicia, fui yo. A quien tuvieron que rescatar, fue a mí. Lo más
sorprendente de todo era que Dominic nunca, jamás, se dio por vencido conmigo.
Claro, yo no me encontraba envuelta en un hechizo de nigromancia que me impedía
pensar con claridad. Yo solamente anhelaba la sangre y estaba atada a mi padre
por razones de creación. Nada más. No obstante, él siempre supo que recobraría
la razón. Tuvo fe ciega en mí. No comprendía por qué ellos no podían tenerla
con el vampiro —bueno, tal vez la idea de que hubiese atacado a su
verdadero amor, les daba un poco de certeza en lo malo. Se perdían en ideas
que, en lo particular, me parecían absurdas. No obstante, Antoine ya estaba con
la enemiga más temible de Madison y ese era un punto crucial en su contra. No quedaba
rastro de humanidad en él. Y todavía así, existía la esperanza que Madison
parecía haber olvidado.
—Es verdad. Viviste cosas
terribles —asintió abrazándose las rodillas como si tuviese
frío.
— “Cosas terribles” no son
palabras que terminarían de describir mi vida, Madison —ladeé el rostro. Los demás
seguían en la cocina. Dom había salido a cazar y, contra mi voluntad, ordenó
que me quedara. Como siempre, Bruno fue con él, y para mi sorpresa, también
Ethan y Patrick. Decían que no estaban dispuestos a perder a un miembro más del
clan. Así era, formábamos parte de este clan tan temido por mi raza. Había
observado cómo Madison tomaba las llamadas de auxilio de los suyos, y aunque ya
no tuviera sus poderes al cien por ciento, no reparaba en animarles. Se
convirtió en una mujer digna de admiración en pocos días.
—Cuéntame, por favor —requirió. La miré con asombro. ¿En
serio me estaba pidiendo que le hablara sobre mi vida cuando la suya pendía de
un hilo?
—¿Quieres sentirte menos
miserable por tus circunstancias escuchando las mías? —Levanté una ceja con
desdén.
—No, solamente quiero
comprenderte —la amabilidad en su petición hizo que me aplacara y
que le respondiera.
—Nací, crecí, me
convirtieron en bruja, luego morí y resulté ser vampira nata —sonreí con ironía—. Hoy en día vivo con hechiceros que no son de mi
particular agrado y mi novio no me deja salir a cazar con él por algún motivo
incompresible para mí.
—En serio —me animó—. Quiero saber de ti por tu boca, no por lo que los
demás me han dicho.
—O por lo que los ancestros
te gritan, o lo que le Poder Divino te ha hecho saber —entrecerré los ojos. Ella
sonrió.
—Cierto —asintió con la cabeza solemnemente.
—Bien, Madison. Nací en una
familia de padres adictos a las drogas y promiscuos. Sin saberlo, mi madre se
acostó con un vampiro y yo fui concebida. Mi padre adoptivo me violó siendo una
pequeña de diez años y después, siendo adolescente, asesinó a punta de arma al
único hombre al que había amado y que me veía como persona. Una vez hecho esto,
fue llevado a la cárcel donde murió tiempo después y yo reconocí con regocijo
su cuerpo inerte. Mi madre se pudrió en un centro de rehabilitación donde jamás
pudo ser rehabilitada. Estuve sola por mucho tiempo y, como no tenía estudios,
nadie me daba trabajo, así que me moría de hambre en las calles. Flavio, un
bastardo aprovechado de mi dolor, me ofreció trabajo como bailarina en un club
donde solamente laborábamos chicas menores de edad. Mi salvación llegó cuando
Renatta apareció. En ése entonces la conocía como Chrystal. Tenía solamente
trece años —cerré los puños al rememorar aquellos tétricos días—. No te haré largo el cuento. Renatta y yo escapamos de ahí con un
dinero que le robé a Flavio y nos fuimos por nuestra cuenta a vivir a una
casita a la orilla de la playa.
—Eso suena bastante bien —dijo. Hice una mueca de extrañamiento. ¿De
todo lo que le contaba, sólo escuchó esa parte?—. ¿Te gustaba esa casa?
–Preguntó honestamente. Miraba al fuego que crepitaba ante nosotras. Tenía el
cabello suelto y sumamente largo cayéndole suavemente por la espalda.
Continuaba teniendo una presencia muy imponente y hermosa, a pesar de su delgadez
y obvia falta de vigor.
—La adoraba. En las noches,
cuando terminábamos de… “trabajar”, solía sentarme a la orilla de la ventana de
la pequeña habitación a escuchar el oleaje. Me producía mucha calma. Extraño el
mar. Es lo único que verdaderamente he amado antes de Dominic.
—Prometo que lo verás de
nuevo —me miró con un dejo de esperanza. No supe qué decir, así que proseguí.
—En una noche como
cualquiera en las calles, conocí a Dom. No puedo decir que nuestro primer
encuentro fue hermoso. De hecho, intentó matarme, pero al ver que no le temía y
que en realidad deseaba que acabara con la pesadumbre de mis días, no pudo
hacerlo. Dice que eso fue lo que más le sorprendió de mí. Yo digo que fue mi
lengua mordaz —carcajeé.
—Sin duda alguna eso fue lo
primero que le atrajo —Madison escuchaba atentamente. Creo que nadie,
además de Dom y Renatta, me había escuchado así en años. Me animó a continuar.
—Intentó
asesinarme otras veces más, hasta que se dio cuenta de que no podía vivir sin
mí —recordé la noche en el hotel Hilton cuando me descubrió con uno de mis
amantes y le sacó de ahí con una sola mirada. Luego bebió de mí casi hasta el
punto de la muerte, todo para salvarme minutos después y llevarme a casa—. Esa
noche platicamos por primera vez como pareja, aun sin saber que ya lo éramos.
La
bruja sonrió.
—Te
comprendo perfectamente, aunque Antoine no me quiso liquidar al principio, sólo
al final —las dos nos percatamos de cómo sonaron esas palabras y escupimos
sonoras y auténticas carcajadas—. Quiero decir que él era quien me salvaba. En
la primera plática real que tuvimos, me preguntó si como bruja usaba escoba
para volar.
No
respondí a eso y tosí para aguantar la risilla que intentaba escaparse de mis
labios.
—Seguramente
tú también lo hiciste alguna vez —aseveró sonriendo.
—Te
mentiría si te dijera que no. Pero, prosigue —la animé. Se notaba la necesidad imponente
de hablar… solamente hablar y que alguien oyera en serio, como ella lo hacía
conmigo.
—Esa
tarde fue nuestro primer beso en la casa de Pont. Él bautizó la casa de mis
padres con ese sobrenombre, ¿sabías?
Negué
con la cabeza.
—Fue
hermoso cuando la reconstruimos. Ahí se hizo amigo de Ethan, mi ex novio para
propósitos bizarros.
—Imagino
—exhalé en son de empatía. Conocía esa historia. Bruno me la había contado.
—Al
principio se detestaban, pero después no podían separarse. Sé que Eth le
extraña mucho y se siente terriblemente mal por lo que ocurrió —comenzó a
ponerse triste, así que la interrumpí y proseguí con mi historia.
—En
fin, lo demás ya sabes más o menos cómo surgió. La primera vez que hicimos el
amor, primera vez para ambos, me refiero a aquello de “hacer el amor” porque
por supuesto que no éramos vírgenes ni nada parecido, cometí la estupidez de
comentarle sobre mis sospechas sobre las brujas. Él supo de inmediato que me
refería a Renatta y se volvió loco. Me abandonó y jamás me sentí más sola. Esa
tarde me había enojado con Renatta por guardarme secretos, cuando yo jamás le
dije que mi “novio” era un vampiro. Ella se fue, dejándome una nota que
revelaba la verdad sobre su procedencia mágica y rogándome que no la fuera a
buscar. Por supuesto, hice lo opuesto.
—Por
supuesto —asintió Madison.
—Llegué
hasta Orlando y los ancestros me guiaron hacia ella. Fue entonces que conocí a
sus difuntos padres, Dante y Roberta Graciano, por quienes ascendí a la magia y
fui bruja. O por ti, para propósitos bizarros —repetí sus palabras—. Fue
hermoso sentirse parte de una familia por una vez… pero Damien, mi padre
biológico del que no tenía conocimiento en esos momentos, les asesinó. Dom
llegó a buscarme con Bruno, quien a pesar de todo, siempre creyó en nosotros.
Después de una batalla contra Damien, huimos a un motel y ahí estuvimos
enclaustrados por casi dos semanas o más, no recuerdo. Dom y yo descubrimos que
no podíamos existir el uno sin el otro, mientras Bruno, siendo vampiro, se
enamoraba más y más de mi pelirroja amiga. Todo iba bien hasta que me enteré de
otro de los secretos que Renatta me guardó, al menos desde que me convertí en
bruja de L’essence. Confesó todo cuando la acorralé: mi padre era un vampiro y
yo había nacido para ser inmortal. Si me preguntas ahora, no sabría responderte
a ciencia cierta lo que sentía al respecto. Una vez más de tantas, me vi
traicionada por quienes amaba. Yo sabía que Dom no tenía conocimiento de esto,
aunque lo que sí sabía era que si me convertía en vampiresa siendo bruja, la
magia que poseía probablemente me mataría. Fue un enredo tremendo. Me enfurecí y
hui, pero Damien me capturó. Él me transformó en sempiterna y se lo agradezco.
Entre todas las cosas grotescas que hizo, esa es la única que siempre le
agradeceré. Me regaló mi verdadera identidad. Amo lo que soy y no lo cambiaría
por nada.
—¿Te
arrepientes de las víctimas que tomaste? —Preguntó la hechicera.
—¿Me
cuestionas esto para hacerme sentir mal? —Fruncí los labios suspicazmente.
—Para
nada. Solamente trato de comprender un poco más a… a Antoine —la miré con
genuino cariño y dije:
—Ah
—me mordí el labio. Ella era una auténtica buena persona y yo estaba portándome
increíblemente mezquina. No lo podía evitar. Seguía reacia a tenerla como amiga
o algo parecido. Sin embargo, respondí—: Sí me arrepiento. De haber sabido que
podía sobrevivir sin matar, lo hubiese hecho desde el inicio, pero no era lo
que Damien deseaba para mí. Mi padre quería que fuese despiadada y luchara a su
lado contra quienes amaba. Conocía mi fortaleza y la quería usar para combatir
a sus enemigos. La magia desapareció en el instante en que fui transformada en
vampiro. Nadie que haya nacido inmortal puede conservar las dos partes, lo que
es distinto para quienes son transformados y subsisten con ambas, la magia y la
inmortalidad, o al menos eso creemos. ¡Pero quién diablos iba a saberlo en ese
entonces! El resto de la historia la sabes por Dominic, quien pidió tu ayuda.
Bruno y Renatta fueron capturados cuando intentaron rescatarme y yo ataqué a
Dom, dejándole la cicatriz que tiene hasta ahora en el pecho.
Mad
tragó saliva ruidosamente.
—Hay
ciertas cicatrices que no se borran con el tiempo —susurró.
—Tampoco
el amor se borra con el tiempo —me atreví a asegurar—. Dominic arriesgó su vida
por salvarme aunque intenté matarle, porque sabía que mi intención jamás fue
esa. En todo mi dolor, en toda mi angustia, y en toda mi perdición, siempre le
adoré… su fe en mí fue lo que me rescató de las tinieblas.
—Esto
es distinto. Él está maldito, verdaderamente maldito —respondió la bruja
poniendo el cuerpo un tanto rígido.
—Lo
mismo dijo él —negué con la cabeza.
—¿En
serio? —Inquirió.
—No
tendría por qué mentirte. La noche que sucedió todo, hablamos a la orilla del
pantano. Le dije que la maldición podía con él porque él mismo le daba poder.
Es verdad que debía convertirse en un vampiro total, pero no hablábamos de
alguien despiadado como Devorah. Simplemente necesitaba comprender su
naturaleza vampírica. Intenté hacerle ver que, más que esperanza para ustedes
dos, había certeza del amor de uno por el otro. Agradecimiento por lo vivido,
amor verdadero. Sabía que la magia le estaba convirtiendo en un ser más
obscuro, taciturno y temible, lo percibía. Sin embargo, creía en su adoración
por ti. Aún creo en ella —confesé contra todos mis prejuicios.
—Pues
yo pienso que Antoine se fue por el otro lado. Dom dijo que al final sería su
elección, pero, ¿sabes? Ya no puedo esperar mientras mi pueblo cae a mis pies
porque no soy suficientemente fuerte. Le perdono todo, aunque muera de dolor —la
hechicera escondió la cabeza entre las rodillas. Quise acercarme para consolarla,
aunque temí ser inoportuna—. No importa lo que hizo conmigo, eso está condonado.
Sé que fue un accidente. No obstante, no me dejo de preguntar, de haber tenido
elección, ¿lo hubiese hecho de todas formas?
—Él
llegó a buscarte porque acababa de recordar que hacía casi un mes había
cumplido cien años. Pienso que deseaba, de alguna manera, celebrarlo contigo, pese
a que no pudiera tenerte. Temía hacerte daño y al final lo hizo. Pero, Madison,
somos vampiros. Actuamos de manera errática sin desearlo porque sentimos todo
al mil por ciento. No le justifico, repito. Pero de nuevo, me es imposible
culparle. Al dañarte, se cubrió con el manto del olvido por instinto de
sobrevivencia y por su misma maldición. Jamás viviría con el dolor de haberte
matado, porque lo hizo. Optó cobardemente por el camino más sencillo, el que
todos le decían que debía tomar, entregarse completamente a su naturaleza bajo
las condiciones erróneas. De muy pocas cosas estoy segura en la vida y ésta es
una de ellas: el amor que te tiene es el que le traerá de vuelta. Así como fue
capaz de encerrar sus emociones por dolor y por comandos externos, así las
abrirá por amor. No le juzgues por lo que haga ahora que está totalmente fuera
de sí. La maldición ya le ha tomado. Fue Devorah quien le hizo descartar todo
sentido de lo conocido. Solamente sus órdenes pudieron completar su amnesia y habrá
tenido la ayuda del inmortal en él. Pero no fue el humano quien se enamoró
perdidamente de ti… fue el mismo inmortal, y él será quien les salve, a ambos.
Sus sentimientos por ti nacieron de la verdadera vida eterna, y no podrán morir
mientras siga en pie.
Madison
me miró con los ojos lacrimosos. Permaneció quieta unos segundos y luego me
abrazó. No me esperaba esa reacción, así que por un instante me alejé. Sin
embargo, terminé por abrazarla también. ¡Vaya! Después de todo, éramos bastante
parecidas. ¡Maldito Poder sabelotodo!
Farfullé a mis adentros. Sabías que
seríamos amigas porque es imposible no quererla. Es una mujer maravillosa, sólo
necesita a alguien a su lado que le muestre cosas desde otro punto de vista, y
según lo comprendo, esa soy yo.
Dominic
cruzó la puerta de entrada junto con Bruno, Ethan y Patrick. Solté a Madison
para ir directamente hacia mi amado. Le besé con muchísima pasión y entrega,
alegrándome demasiado de que estuviera a mi lado y fuera quien fuera, con todo
y su personalidad errática y muchas veces irritante. Él se sorprendió, pero me
regresó el beso. Ethan carraspeó y se volteó.
—Tienes
a una gran chica entre tus brazos —dijo Mad poniéndose de pie y saludando a los
demás.
—Seguro
que sí —sonrió mi inmortal con esos labios perfectos—. Y también estoy seguro
de que tu gran chico regresará a su debido tiempo —miró a Madison con
comprensión. Él conocía muy bien el sentimiento—. Es momento de que tú, preciosa,
vayas a alimentarte ahora —me dijo—. No puedes estar débil.
—Yo
iré con ella —dijo Madison. No sabía si en realidad deseaba tenerla a mi lado
en momento de cacería, pero sus palabras me convencieron—. Quiero saber todo lo
que tenga que ver con su tipo de alimentación. De esta manera, si mi amado en
verdad regresa, nunca más le reprocharé su naturaleza…
Miré
a Dom y me regaló otro beso.
—Creo
que te has hecho de una amiga. Renatta se pondrá celosa —rió.
—Renatta
tiene suficiente con Catalina —sonreí y le besé de nuevo—. Guarda fuerzas,
guapo. Te veré en nuestra habitación una vez que termine el festín de sangre —le
guiñé un ojo—. Será mejor que vengas cuando él esté conmigo —dije refiriéndome
a Dominic—. Las cosas pueden ponerse extrañas y necesitarás a alguien que te
explique.
—¿Juras
que me llevarán luego?
—Lo
juro —respondí como quien le hace una promesa a alguien a quien ama. En verdad
era el comienzo de algo que jamás hubiese imaginado. Una amistad tan dispareja
como alguna vez lo fueron mis sentimientos por Dominic.
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