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viernes, 10 de agosto de 2012

Capítulo 1 de "Noche de Brujas"


“NOCHE DE BRUJAS”
CRÓNICAS DE SANGRE Y SOMBRAS
MARIELA VILLEGAS R.

Prefacio:

Dicen que todos los cuentos deberían comenzar con la frase: “Érase una vez…”. Yo no la comenzaré así. Esta no es una historia común, mucho menos un cuento de hadas. Es, más bien, el relato de un submundo que existe, muy a pesar de los seres humanos, en los rincones más obscuros de nuestras mentes. Es el lugar dónde todo puede ser posible, desde el más hermoso sueño hasta la peor de las pesadillas. El mundo secreto de las brujas.





"Con la luna alumbrando mis brazos de porcelana blanca. Puedo ser la plaga, la muerte, la peor de las trastadas. Mis ojos brillan como dos luceros al sol, pero a la obscuridad de la noche son feroces cuan inmortal fuera de control. Mi temperamento puede ser gélido mas nunca lo será mi piel. Soy humana después de todo, una vengadora fiel. Mi destino está marcado por la sangre en mis venas y mi clan me ha acompañado en todas mis noches en pena. Soy bandida, no traidora, soy realista y matadora... soy la magia en pleno celo y con mis labios doy consuelo. El destino me arrastra como el viento a una burbuja. Ya lo sabes, no te olvides, soy Madison, una bruja".
Mariela Villegas R.



 Capítulo 1: “Madison”

No puedo recordar con claridad lo que sucedió aquella noche. Logro ver la carretera obscura y húmeda. Llovía profusamente. Mi padre iba manejando y yo iba junto a él, en el asiento del copiloto de nuestro Ford Ikon blanco. Recuerdo que manejaba rápido, como huyendo de algo. Yo tenía diez años entonces. Mi madre había fallecido un mes después de que naciera. Nos dirigíamos a Nueva Orleáns, Luisiana. Papá era maestro de literatura y le habían ofrecido un puesto en la Universidad de aquél sitio.
Viviríamos con la tía Isaely, hermana de mi madre. Yo no la conocía, sin embargo, me sentía sumamente emocionada con la idea de vivir con alguien que estuviera relacionada con ella de alguna manera. Probablemente Issy, como la llamaba papá, fuera capaz de relatarme algunas anécdotas de la vida de mi madre.

Papá miraba la luna. Parecía estar pensativo. Después de solo unos minutos, me miró. Esa sería la última imagen que me quedaría de él. Sus ojos clavados en mi rostro, con un dejo de preocupación. Como si supiera que algo iba a ocurrir. Como si supiera que esa noche, iba a dejar este mundo.

Todo lo demás viene a mi cerebro borrosamente. Una sombra atravesándose en el camino; el rugido de las llantas al pisar el freno de golpe; las volteretas del auto… después de eso, perdí toda conciencia de lo que sucedía.
Al día siguiente desperté en un hospital. Sola. Un doctor dijo que papá había muerto en el accidente. Yo estaba malherida, pero eran solamente golpes y moretones. Nada importante. Aunque la noticia fracturaría mi alma por muchos años.
Dijeron que era un milagro que me hubiera salvado, porque el coche quedó destrozado; igual que mi corazón, al saber perdida a la última persona que me amaba en el mundo.

Un día más tuvo que pasar para que, por fin, llegara tía Issy a buscarme. Era hermosa. De estatura alta, piel clara, cabello castaño, hasta los hombros y ojos color miel. Tenía puesta una ropa muy fina en color negro. Parecía un traje sastre de esos que usan las mujeres de alta sociedad. Me abrazó de inmediato me vio. Decía que me parecía muchísimo a mi madre y que no podía esperar a conocerme. Yo tenía el cabello largo, lacio y negro, y los ojos color azul turquesa. Mi piel era translúcida. Parecía que se pudiera ver a través de mí. No de forma literal, por supuesto.
El camino del hospital hasta casa de tía Issy se me hizo eterno. No hablé mucho. La congoja de haber perdido todo lo que me quedaba en el mundo, era terrible. Ella lo comprendió y no dijo nada. Solamente me miraba con ojos tiernos, de vez en cuando.

Después de una o dos horas, llegamos a aquel barrio que sería mi hogar a partir de ese momento. No lo podía creer. La vivienda era gigantesca. Ahí fue cuando pude articular mis primeras palabras…

-¡Guau! –Exclamé con las pupilas bien abiertas.

Issy susurró a mi oído: “Esta será tu casa ahora, mi niña. Me aseguraré de hacer tu estancia lo más cómoda y divertida posible”. Me guiñó el ojo. En ese momento supe, que a pesar de las circunstancias y el dolor, todo estaría bien.

De ahí en adelante, viví en Nueva Orleáns, donde mi padre había planeado que estuviera. Le extrañaba tanto. Todos los días pensaba en él. Solía sentarme en el gran ventanal de la casona estilo francés, las noches de luna llena, a llorar su pérdida. No obstante, había algo en esa mansión y en la mirada de mi tía, que me reconfortaban.

Tal y como imaginé, me contó sobre mi madre. Dijo que me amaba con toda el alma y que dio su vida por mí. Me mostró su foto. Era una mujer sumamente hermosa. Labios carnosos y rosados. Piel clara, cabello lacio y obscuro. Tenía un lunar arriba de la ceja derecha que la hacía parecer un ángel. Me sentí muy orgullosa de ser su hija. Aunque insistía, no me sentía para nada similar a esa divina criatura. ¿Cómo podría, siquiera, compararme con esa diosa de aquella fotografía? Era imposible. Papá nunca me había mostrado imágenes de mamá. Era muy doloroso para él, por tanto, mirarla por primera vez fue asombroso. Su nombre era Angelique Alexander y murió a la edad de veintitrés años.

 La mansión de Issy era deslumbrante; estilo Luis XV, con pinturas de la época y seis habitaciones, sin contar el ático y el sótano, de las cuales solamente se usaban tres. De color verde pálido por fuera y beige con dorado por dentro. Era un sitio muy iluminado por las mañanas, ya que tenía grandes ventanales en cada cuarto y dos especialmente vistosos en la sala. Aunque por las noches, se tornaba obscura y un tanto lúgubre. Se cerraban las cortinas y se alumbraba la sala de estar con un gran candelabro de luz amarilla y una chimenea. Todo lo demás era obscuridad total. De manera que, para andar por ahí, debías cargar con una lámpara de gas. Todo tipo de adornos de porcelana la decoraban. La mayoría se veían carísimos, por tanto no me atrevía a tocarlos. Los muebles, con estampados de flores en colores muy tenues y secos. La vajilla bien acomodada en un estante de madera de cedro que combinaba perfectamente con el estilo de los muebles en general, y el comedor como para diez personas, de madera muy fina y pulida.
Las habitaciones estaban distribuidas en el segundo piso, excepto por una, que era para las personas de servicio. La señorita  Abby Sumer y el señor Tesla, su guardián.
No había televisores ni cosas modernas. Únicamente una vieja consola de discos de vinil que Issy solía escuchar junto conmigo, sentadas al fuego de la chimenea en época de frío.
Existía una sola excepción a todo lo antiguo en la mansión: mi habitación. Estaba equipada con todo en tecnología moderna. Un equipo Blue-ray con teatro en casa; una enorme pantalla led y un estéreo de los más nuevos, que por cierto no sabía manejar. El closet era inmenso, lleno hasta el tope de todo tipo de ropa habida y por haber. El estilo minimalista se dejaba notar; colores rojo, blanco y negro, y muebles de piel. Una cama con sábanas de algodón adornaba la parte central. Al costado derecho, una salita tipo launge y un escritorio. No sabía por qué se molestaba tanto Issy en darme ese tipo de cosas. Nunca estuve acostumbrada a los lujos, aunque siempre decía que todo valía el placer de mi compañía. Ella igual se encontraba muy sola, así que el que yo ocupara un lugar en su hogar le resultaba maravilloso.

Mi sitio favorito pasar el tiempo, además de mi habitación, era la enorme biblioteca. Ahí podías encontrar todo tipo de libros. Podía pensar en cualquier autor del mundo, buscarlo y ahí estaría. Se sentía como el paraíso. El aroma de los libros viejos me resultaba exquisito.

Crecer ahí era un sueño. La gente mayor admiraba a tía, pero los niños le temían. Decían que era una bruja. Yo reía cuando escuchaba esas historias, y al contrario de molestarme, me agradaba mucho la idea de tener una tía con poderes sobrenaturales, aunque no fuese verdad, creería yo.

Issy tenía mucho dinero. Nunca me faltó nada. La familia de mi madre siempre había sido acomoda, según me contaba papá. Esa fue la razón por la cual mi abuela nunca quiso a mi padre. Él era un simple maestro de literatura inglesa. Mamá era heredera de una gran fortuna. Sin embargo, nada de eso les importó cuando se casaron. Vivieron muy felices mientras duró.

Años pasaron para que yo pudiera recuperarme, al menos en la superficie, de aquella trágica noche en que perdí al hombre de mi vida, mi padre. Tía Issy hizo todo bastante fácil para mí. Todas las noches me leía historias un poco extrañas sobre brujas, vampiros, hombres lobo y cosas así. Eso alimentaba mi imaginación y la hacía volar. Amaba ese sentimiento de libertad y de poder que me brindaban esos relatos. Después de todo, ¿quién estaba totalmente satisfecho con su realidad? Escapar por un rato de mis miserias me parecía una idea de lo más atractiva.

Para mi cumpleaños número doce, ya me sabía las historias de memoria. Me la pasaba escribiendo y dibujando sobre ellas, aunque lo más divertido era representarlas.
Mi infancia nunca fue solitaria, porque tía tenía muchos amigos. Cada viernes se reunían en la casa. Eran fiestas exclusivas de los adultos. Sin embargo, estos tenían hijos. A la primera que conocí fue a Luciana Fields. Sus padres, Adrianne y Richard Fields, eran los mejores amigos de Issy. Luciana tenía trece años en ese entonces.
Nos encontramos una noche en la que bajé por las escaleras hasta el sótano y espié por el ovillo de la puerta para ver qué hacían los adultos. Era una chica muy divertida y risueña que no le temía a nada. Todo lo contrario a mí. Hermosa, muy hermosa y despreocupada, aunque a veces daba la impresión de no aceptarme en su totalidad.
El segundo de mis mejores amigos y mi eterno enamorado, era Ethan Metcalfe. A él le conocí espiando por el ovillo de la puerta, pero de mi habitación. Fue algo bastante cómico. Sus pupilas destellaron como llamas vivas al contemplar mi rostro. Viéndose descubierto, no le quedó más que extender la mano para saludarme. Estaba sonrojado. Le sonreí y sacudí su palma. De ahí en adelante tuve la protección del que sería el segundo hombre en mi vida.
Ethan vivía solo con su madre, Marie Metcalfe. Su padre, Jonathan, había fallecido en un extraño incidente años atrás, cuando él era pequeño. Alguien le asesinó cuando iba de camino al Café Du Monde, aparentemente por ninguna razón. Eth, como me gustaba llamarle, nunca hablaba de él. Le causaba mucha tristeza. Era mi hombro para llorar. Mi confidente. Muy atractivo y fuerte desde ese entonces. Cabello corto y lacio, color café claro y ojos verdes. Tez blanca.
Recordaba el día en que me pidió ser su novia. Éramos unos niños todavía. Solo teníamos dieciséis años, aunque consideraba que no había alguien mejor para acompañarme en el recorrido por la vida. Me regaló una rosa en la puerta del colegio y preguntó si deseaba estar con él como pareja exclusiva (recalcó la palabra “exclusiva”, ya que había otros chicos que querían estar conmigo de esa forma. Pero yo, tímida como era, jamás pensé en esa posibilidad). Dije que sí de inmediato y entonces recibí mi primer beso. El más dulce y suave beso, con sabor a certidumbre y tranquilidad. Eso era lo que Eth significaba en mi vida; paz, calma y confort. Sus familias, la de Lucy y la de Eth, me querían como a una hija y yo les correspondía el afecto. Éramos inseparables.

Los tres asistíamos a la misma escuela, “Saint Helen’s Private School”. Un instituto católico. Debía admitir que nunca pasé los cursos de educación en la fe. Siempre me iba a extraordinarios. La Biblia no era para nada mi libro favorito. Prefería mil veces leer el libro que Isaely me había regalado para mi cumpleaños ocho, “La Magie Blanche et le Occultisme” (La Magia Blanca y el Ocultismo). Ese libro era mi biblia. Estaba escrito en francés. Todos nosotros conocíamos el idioma, ya que no sobrevivías en Nueva Orleáns sin saberlo. Vivía y moría bajo las enseñanzas de “La Magie”. Hablaba del mundo de las brujas y sus enemigos, y tanto Luciana como Eth lo leían. Era parte de nuestra crianza.
Pasé mi infancia jugando a que era una bruja con poderes mágicos, luchando contra vampiros y hombres lobo. Nuestro juego preferido. Solíamos corretear por la casa haciendo conjuros y pociones de todo tipo. Alguna vez hicimos que Ethan se tomara una “poción” mágica que habíamos preparado, que era en realidad agua con lodo, gusanos y pasta dentífrica. Él, tan valiente como siempre, cumplió nuestras órdenes al pie de la letra. Se la pasó enfermo en cama, con vómitos aproximadamente por dos semanas.

Tía Issy me enseñó a interpretar el libro. Adrianne, Richard y Marie, junto con mi tía, se hacían llamar “El Clan Bardo”, un grupo de pensadores que se reunían a compartir ideas y experiencias con lo oculto. Al menos eso nos hacían creer. Eth, Lucy y yo éramos parte de él, pero no se nos permitía estar presentes en las reuniones, así que nosotros armábamos nuestras juntas privadas en mi habitación para pasar un buen rato. Issy dijo que algún día seríamos parte oficial del clan, cuando cumpliéramos la mayoría de edad. Nunca cuestionamos las razones por la cuales se nos negaba la entrada a sus reuniones. Éramos felices en nuestro pequeño mundo.

Así transcurrió mi vida. Entre fantasmas, brujas, vampiros y jugarretas. La parte de mí que lloraba por mis padres, poco a poco se fue adormeciendo con el amor y el cariño de los que me rodeaban. No obstante, siempre habría un vacío.

Issy nunca me quiso decir cómo había fallecido mamá. Insinuaba que la hora llegaría de saber toda la verdad cuando fuera pertinente. No dudé de su respuesta y confié ciegamente en que así sería.

Los años pasaron muy rápidamente. Pronto llegaría el día en que cumpliría dieciocho años. Mi cumpleaños era el día dos de Noviembre. Día de todos los santos, o noche de brujas. Ethan y yo habíamos entrado a la Universidad de Nueva Orleáns en Septiembre. Luciana estaba ahí desde hacía un año. Los tres vivíamos en Pontchartrain Hall, el nombre del campus. Cada quien tenía una habitación privada. Solo que Ethan estaba en el edificio de varones y nosotras en el de mujeres.
Habiendo cumplido la mayoría de edad desde la primavera pasada, a Luciana se le permitía tomar parte en las reuniones del clan. Por tanto, se había alejado bastante de nosotros. Actuaba muy extrañamente y nunca comentaba las cosas que había visto. Tenía un novio de nombre Auri al que botó un día después de su cumpleaños. Se notaba asustadiza y, llámenme loca, pero su complexión parecía haberse tornado mucho más bella y fina. Ethan y yo estábamos desconcertados, ya que Luz aparentaba adorar a Auri casi tanto como a nosotros. No dio explicación alguna de sus acciones, simplemente dijo que jamás sería la misma y que lo comprenderíamos llegado el momento apropiado. Respetamos su decisión. Si había algo que “nuestra familia” siempre nos inculcó, era la discreción. Es verdad que odiábamos que nos trataran como niños. Aunque esperábamos con ansias a cumplir dieciocho para saber de qué se trataba tanto misterio. Eth cumplía años el mismo día que yo. Nunca lo vi como más que una coincidencia.

Los días en Pontchartrain Hall transcurrían sin mayores problemas. El lugar era bastante grande y cómodo. Había sido casi destruido por el huracán Katrina, así como toda la ciudad, aunque después de mucho trabajo y colaboración de toda la población, quedó como nuevo. Para esa época del año, “Halloween”, se llenaba de dibujos de calabazas, monstruos, telarañas y luces naranjas por todas partes. El pasillo era lo mejor. Lo decoraban como si fuera una caverna tenebrosa, con tumbas y esqueletos que se movían, y de vez en cuando, uno que otro estudiante caía en las tretas expuestas para salir gritando y corriendo. Incluso se escuchaba música de película de terror y gótica. Era genial.

Yo no era una persona muy sociable. Además de Eth y Luciana, no tenía otros amigos. Únicamente compañeros de clase con los que hablaba de vez en cuando. Uno de ellos, Peter, quien se sentaba a mi lado en las clases de historia, era el dolor de cabeza de mi novio. Siempre tratando de conquistarme, sin importarle que Eth estuviera sentado del otro lado. Me agradaban los celos inocentes. Sin embargo, conforme fuimos madurando, me fui dando cuenta de que los arranques celotípicos de Ethan se hacían más frecuentes y la sobreprotección comenzaba a sofocarme. Amaba a mi pareja, no obstante, a veces no le soportaba.
Nuestros compañeros nos consideraban un poco extraños. Siempre juntos, siempre silenciosos ante los demás. Su opinión nunca me importó realmente. Prefería ignorarles.
Solíamos dar largos paseos a las orillas de Misisipi, estudiar en la biblioteca, y a veces, asistir a una que otra fiesta a la que nos invitaban por Luciana, que era la única un poco popular de los tres. A los hombres les encantaba Lucy. Su belleza les atraía muchísimo, pero la única relación que alguna vez tuvo fue con Auri. Suponía que tal vez necesitaba su libertad. Su carácter se había tornado más amargo desde sus dieciocho años y peleaba con nosotros cada que algo no le parecía apropiado. Intentábamos ser pacientes con ella y regalarle el beneficio de la duda, ya que no debía ser sencillo asumir las responsabilidades de la vida del clan, sea cual fuese.
Ethan atraía a muchas mujeres con su rudo magnetismo, aunque en vez de usarlo para su beneficio, lo utilizaba para ahuyentar a cuanta chica se pusiera en su camino. Decía que su corazón me pertenecía y que no necesitaba de alguien más. Yo opinaba que tenía miedo de salir lastimado; sin embargo, no me cabía duda de su adoración por mí.
Mi naturaleza jamás me permitió ser recelosa, así que no tomaba en cuenta a las tipas que trataban de apartarle de mi lado. Era una mujer muy diferente a las otras. Me aburría lo cotidiano y formal. Mis expectativas de vida excedían el simple matrimonio y los hijos. Quería algo extraordinario. Siempre desee lo inalcanzable. Por esa razón mis novelas favoritas eran las de ciencia ficción, con historias de amores imposibles, tragedias y mundos divergentes cuya existencia siempre se ponía en tela de juicio.
Mi relación con Ethan iba totalmente en contra de mis convicciones. Su idea de vida feliz era opuesta a la mía. No obstante, le amaba y le prodigaba mis afectos a mi peculiar manera.
-¡Hey Maddie! –Dijo Eth, aproximándose y dándome un suave beso en los labios-. ¿Qué haces aquí junto al lago? Creí que tenías clase con la señorita Erickson a esta hora –los tres estudiábamos Licenciatura en Literatura y Artes, porque amábamos leer.
-Sí, aunque la verdad es que no me siento con ánimos para tomar clases ahora. No he dormido bien. Toda la noche me la pasé soñando cosas de lo más extrañas.
-¿Cómo qué? Si se puede saber. No habrás soñado conmigo otra vez, ¿o sí? –Cuestionó sonriendo. Mientras más años pasaban, más hermoso se veía. Su deslumbrante sonrisa era contagiosa.
-No, Eth –le tomé de la barbilla y le acaricié-. Pero sí te considero algo extraño –mofé-. Fueron sueños un tanto aterradores. Pesadillas con monstruos de ojos azules y brillantes. Parecían vampiros, por aquello de los colmillos. Como hemos leído en varios libros. Además, no dejo de pensar en mi cumpleaños. Me siento de lo más rara. Es como si mi cuerpo estuviera cambiando. Me percibo más fuerte, físicamente hablando. Me duele todo. No sé. Empiezo a imaginarme cosas. Estoy adquiriendo un complejo de persecución bastante incómodo. ¿No te has sentido algo fuera de lo común?
-La verdad sí. Igual me siento más fuerte. El otro día casi doblo en dos la reja del pasillo, porque como de costumbre, iba a llegar tarde a clase de Historia del arte y por la prisa la empujé con todas mis fuerzas. Cuando me di cuenta, se había doblado. Me espanté, aunque no hice más que escapar de ahí para que no me reprendieran. En cuanto a los sueños, bueno, he soñado, básicamente… contigo.
-¿En serio? ¿Y qué tal me he portado en tus sueños? –Cuestioné juguetonamente.
-Linda, como siempre. En mis ensoñaciones parece que te estoy cuidando. Pero no sé de qué. La verdad es que todo lo veo muy borroso. Deben ser los nervios por todo aquello de unirnos al clan. 
-O podrían ser tus celos que cada vez se ponen más bravos –dije en tono sarcástico.
-¡Mad! Sabes que mi único deseo es protegerte. No soporto cuando estúpidos como Peter se te acercan demasiado y comienzan a hablarte. Me revuelve el estómago.
-Mejor no hablemos de eso. Con respecto a lo de la fuerza, a mí me pasó algo similar con la puerta de la habitación. Le hice un hueco al apoyarme en ella. Gracias a Dios que el decano no se ha asomado por ahí. No sé si con mis mesadas podría pagarla.
-Yo la arreglo. No te preocupes, Maddie.
-¿Qué será todo esto? Comienza a consternarme. Hablé con Issy y lo único que dijo fue: “Lo entenderás en unos días”. ¿No te parece en extremo vago?
-¡Sí! ¡Marie dijo lo mismo!
-¡Chicos! –Gritó Luciana a lo lejos-. ¿No deberían estar en clase?
-¡Lucy! Qué gusto verte –saludé-. No hemos sabido nada de ti desde la última reunión en casa de Issy –reproché.
-Calma tortolitos, todo a su tiempo.
-No, ¡tú también te vas a poner poética! –Espetó Ethan-. ¿Por qué mejor no nos dices qué demonios nos está pasando a Maddie y a mí?
-Los sueños, ¿he? –Preguntó Luciana con una sonrisa burlona-. No se preocupen, es solamente la primera etapa de la ascensión.
-¿Qué? Lucy, ¿de qué estás hablando? ¿Qué es eso de la ascensión?  Ya me cansé de siempre escuchar: “Todo a su tiempo, lo sabrás cuando crezcas”. Ya no soy un bebé al que tengan que cuidar.
-Eth, les protegemos porque es necesario. Mañana es su cumpleaños. Deben ser un poco más pacientes. En unas horas sabrán toda la verdad, y les aseguro que será impresionante. Jamás lo creerían si se los dijera. Es algo que deben vivir. No obstante, resulta aterrador.
-Yo opino que te vayas al demonio y que nos lo digas. ¿Qué te parece eso?
-¡Ethan! –regañé-. No le hables así a Luz –toda la vida discutían como niños pequeños. Aunque Luciana le tenía demasiada paciencia a Ethan. Parecía quererle mucho más de lo que él la quería.
-Está bien, comprendo. El bebito está enojado porque nadie le explica las cosas –mofó, tomándole del mentón.
-¡Ya basta! Luz. Creo que será mejor que entremos a clase –sugirió mi novio-. Esperaremos a ver qué pasa mañana.
-Nos vemos chicos. Mañana les espera un día de locos, y una nueva vida después de eso. Se los aseguro –comentó mi amiga despidiéndose con un abrazo.
-No sé a qué se refiere, pero se me pone la piel de gallina con solo pensarlo.
-Vamos “bebé” –le di una palmada en la espalda-, sea lo que sea lo sabremos mañana. Ahora es momento de la tortura… clases –le tomé de la mano y nos dirigimos a las aulas.

Terminando el día, Ethan y yo fuimos a cenar a un restaurant italiano que era nuestro favorito. Comimos lo de siempre, Fetuccini Alfredo con hierbas. Luego de unas horas de plática, me dejó en Pontchartrain Hall para dormir. Casi nunca dormía en mi habitación. No habíamos hecho el amor, porque decía que quería esperar a cumplir la mayoría de edad para eso. Siempre me respetó muchísimo. Lo que sí habíamos tenido eran encuentros muy apasionados en la pequeña cama de mi cuarto, semidesnudos y haciendo de todo, sin terminar el acto. Así que estábamos nerviosos por dos cosas en nuestro cumpleaños. El hecho de que algo muy extraño sucedería con nuestros cuerpos y mentes, y la faena que se daría a posteriori de aquellos cambios. La pérdida de nuestra virginidad.

Me acosté un tanto aturdida. Sucedió lo mismo que las noches anteriores. Soñé de nuevo con criaturas de pupilas azul profundo. En mi pesadilla, me encontraba caminando por el barrio francés, cerca de casa de Issy. Era una noche sombría. Había algo muy peculiar sobre el barrio francés. Sus casas eran coloridas. Pero de noche, se tornaban tan solitarias y macabras como el cementerio La Fayette. Era atemorizante. La luna estaba llena, como la noche en que murió papá. De pronto, escuchaba pasos detrás de mí. Me metía a un callejón que daba hasta la avenida diecisiete. A lo lejos, divisaba las luces de los autos. No podía esperar a llegar hasta ahí y pedir la ayuda de alguien. Los pasos se iban haciendo más y más fuertes a mis espaldas. Yo me detenía en seco. Si moriría, no moriría sin pelear. Una inyección de adrenalina me disparaba los sentidos. Con mucho cuidado, volteaba el rostro para darle la cara a mi agresor. Cuando por fin quedábamos frente a frente, lo que veía me dejaba atónita. Eran seis criaturas. Estaban llenas de sangre en la boca y no venían en tono amistoso, tal y como esperaba. Me miraban fijamente, y mientras más se acercaban, más notaba que sus ojos se iban poniendo grises, un tono gris muy claro, tirando a blanco. Gruñían; todos excepto uno, que solamente observaba con cara de pocos amigos. Lo extraño era que esa mirada desafiante no estaba dirigida a mí, sino a los suyos…
En fracción de segundos, los cinco vampiros de ojos grises llegaban hasta donde me encontraba, tomándome del cuello y de los brazos, mientras el otro, más divino que los demás, clamaba que me soltarán. Quería gritar, pero no podía. Tenía un nudo en la garganta. Y entonces, los cuatro que me sostenían, me clavaban los colmillos en la garganta…

Desperté sudando profusamente y me sentí aterrorizada. Sonó el teléfono. Todavía eran las once veinticinco de la noche.
-Sí, diga.
-Madison, soy Issy. Necesito que vengas a casa de inmediato.
-¿Sucede algo, tía? –Me exalté un poco.
-No. Únicamente necesito que estés aquí. Ven lo más rápido que puedas –y colgó el teléfono dejándome atolondrada.
Me vestí de inmediato y salí disparada del cuarto. ¿Qué pasaba? Estaba realmente preocupada. ¿Ethan? ¿Acaso debía pasar por él? No, ahora no era momento. Al día siguiente le contaría lo que sea que Issy quería. No deseaba preocuparle. Tomé un taxi para llegar a casa de mi tía en cuestión de minutos. Jamás imaginaría lo que el destino me depararía aquella noche.



















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