“NOCHE DE BRUJAS”
CRÓNICAS DE SANGRE
Y SOMBRAS
MARIELA VILLEGAS R.
Prefacio:
Dicen que todos los cuentos deberían comenzar con la
frase: “Érase una vez…”. Yo no la comenzaré así. Esta no es una historia común,
mucho menos un cuento de hadas. Es, más bien, el relato de un submundo que
existe, muy a pesar de los seres humanos, en los rincones más obscuros de
nuestras mentes. Es el lugar dónde todo puede ser posible, desde el más hermoso
sueño hasta la peor de las pesadillas. El mundo secreto de las brujas.
"Con la luna alumbrando mis brazos de porcelana blanca. Puedo ser
la plaga, la muerte, la peor de las trastadas. Mis ojos brillan como dos
luceros al sol, pero a la obscuridad de la noche son feroces cuan inmortal
fuera de control. Mi temperamento puede ser gélido
mas nunca lo será mi piel. Soy humana después de todo, una vengadora fiel. Mi
destino está marcado por la sangre en mis venas y mi clan me ha acompañado en
todas mis noches en pena. Soy bandida, no traidora, soy realista y matadora...
soy la magia en pleno celo y con mis labios doy consuelo. El destino me
arrastra como el viento a una burbuja. Ya lo sabes, no te olvides, soy Madison,
una bruja".
Mariela Villegas R.
Capítulo 1: “Madison”
No puedo recordar con claridad lo que sucedió aquella
noche. Logro ver la carretera obscura y húmeda. Llovía profusamente. Mi padre
iba manejando y yo iba junto a él, en el asiento del copiloto de nuestro Ford
Ikon blanco. Recuerdo que manejaba rápido, como huyendo de algo. Yo tenía diez
años entonces. Mi madre había fallecido un mes después de que naciera. Nos
dirigíamos a Nueva Orleáns, Luisiana. Papá era maestro de literatura y le
habían ofrecido un puesto en la Universidad de aquél sitio.
Viviríamos con la tía Isaely, hermana de mi madre. Yo
no la conocía, sin embargo, me sentía sumamente emocionada con la idea de vivir
con alguien que estuviera relacionada con ella de alguna manera. Probablemente
Issy, como la llamaba papá, fuera capaz de relatarme algunas anécdotas de la
vida de mi madre.
Papá miraba la luna. Parecía estar pensativo. Después de
solo unos minutos, me miró. Esa sería la última imagen que me quedaría de él.
Sus ojos clavados en mi rostro, con un dejo de preocupación. Como si supiera
que algo iba a ocurrir. Como si supiera que esa noche, iba a dejar este mundo.
Todo lo demás viene a mi cerebro borrosamente. Una
sombra atravesándose en el camino; el rugido de las llantas al pisar el freno
de golpe; las volteretas del auto… después de eso, perdí toda conciencia de lo
que sucedía.
Al día siguiente desperté en un hospital. Sola. Un
doctor dijo que papá había muerto en el accidente. Yo estaba malherida, pero
eran solamente golpes y moretones. Nada importante. Aunque la noticia
fracturaría mi alma por muchos años.
Dijeron que era un milagro que me hubiera salvado,
porque el coche quedó destrozado; igual que mi corazón, al saber perdida a la
última persona que me amaba en el mundo.
Un día más tuvo que pasar para que, por fin, llegara
tía Issy a buscarme. Era hermosa. De estatura alta, piel clara, cabello
castaño, hasta los hombros y ojos color miel. Tenía puesta una ropa muy fina en
color negro. Parecía un traje sastre de esos que usan las mujeres de alta
sociedad. Me abrazó de inmediato me vio. Decía que me parecía muchísimo a mi
madre y que no podía esperar a conocerme. Yo tenía el cabello largo, lacio y
negro, y los ojos color azul turquesa. Mi piel era translúcida. Parecía que se
pudiera ver a través de mí. No de forma literal, por supuesto.
El camino del hospital hasta casa de tía Issy se me
hizo eterno. No hablé mucho. La congoja de haber perdido todo lo que me quedaba
en el mundo, era terrible. Ella lo comprendió y no dijo nada. Solamente me
miraba con ojos tiernos, de vez en cuando.
Después de una o dos horas, llegamos a aquel barrio que
sería mi hogar a partir de ese momento. No lo podía creer. La vivienda era
gigantesca. Ahí fue cuando pude articular mis primeras palabras…
-¡Guau! –Exclamé con las pupilas bien abiertas.
Issy susurró a mi oído: “Esta será tu casa ahora, mi
niña. Me aseguraré de hacer tu estancia lo más cómoda y divertida posible”. Me
guiñó el ojo. En ese momento supe, que a pesar de las circunstancias y el
dolor, todo estaría bien.
De ahí en adelante, viví en Nueva Orleáns, donde mi
padre había planeado que estuviera. Le extrañaba tanto. Todos los días pensaba
en él. Solía sentarme en el gran ventanal de la casona estilo francés, las
noches de luna llena, a llorar su pérdida. No obstante, había algo en esa
mansión y en la mirada de mi tía, que me reconfortaban.
Tal y como imaginé, me contó sobre mi madre. Dijo que
me amaba con toda el alma y que dio su vida por mí. Me mostró su foto. Era una
mujer sumamente hermosa. Labios carnosos y rosados. Piel clara, cabello lacio y
obscuro. Tenía un lunar arriba de la ceja derecha que la hacía parecer un
ángel. Me sentí muy orgullosa de ser su hija. Aunque insistía, no me sentía
para nada similar a esa divina criatura. ¿Cómo podría, siquiera, compararme con
esa diosa de aquella fotografía? Era imposible. Papá nunca me había mostrado
imágenes de mamá. Era muy doloroso para él, por tanto, mirarla por primera vez
fue asombroso. Su nombre era Angelique Alexander y murió a la edad de
veintitrés años.
La mansión de
Issy era deslumbrante; estilo Luis XV, con pinturas de la época y seis
habitaciones, sin contar el ático y el sótano, de las cuales solamente se
usaban tres. De color verde pálido por fuera y beige con dorado por dentro. Era
un sitio muy iluminado por las mañanas, ya que tenía grandes ventanales en cada
cuarto y dos especialmente vistosos en la sala. Aunque por las noches, se
tornaba obscura y un tanto lúgubre. Se cerraban las cortinas y se alumbraba la
sala de estar con un gran candelabro de luz amarilla y una chimenea. Todo lo
demás era obscuridad total. De manera que, para andar por ahí, debías cargar
con una lámpara de gas. Todo tipo de adornos de porcelana la decoraban. La
mayoría se veían carísimos, por tanto no me atrevía a tocarlos. Los muebles,
con estampados de flores en colores muy tenues y secos. La vajilla bien
acomodada en un estante de madera de cedro que combinaba perfectamente con el
estilo de los muebles en general, y el comedor como para diez personas, de
madera muy fina y pulida.
Las habitaciones estaban distribuidas en el segundo
piso, excepto por una, que era para las personas de servicio. La señorita Abby Sumer y el señor Tesla, su guardián.
No había televisores ni cosas modernas. Únicamente una
vieja consola de discos de vinil que Issy solía escuchar junto conmigo,
sentadas al fuego de la chimenea en época de frío.
Existía una sola excepción a todo lo antiguo en la
mansión: mi habitación. Estaba equipada con todo en tecnología moderna. Un
equipo Blue-ray con teatro en casa; una enorme pantalla led y un estéreo de los
más nuevos, que por cierto no sabía manejar. El closet era inmenso, lleno hasta
el tope de todo tipo de ropa habida y por haber. El estilo minimalista se
dejaba notar; colores rojo, blanco y negro, y muebles de piel. Una cama con
sábanas de algodón adornaba la parte central. Al costado derecho, una salita
tipo launge y un escritorio. No sabía por qué se molestaba tanto Issy en darme
ese tipo de cosas. Nunca estuve acostumbrada a los lujos, aunque siempre decía
que todo valía el placer de mi compañía. Ella igual se encontraba muy sola, así
que el que yo ocupara un lugar en su hogar le resultaba maravilloso.
Mi sitio favorito pasar el tiempo, además de mi
habitación, era la enorme biblioteca. Ahí podías encontrar todo tipo de libros.
Podía pensar en cualquier autor del mundo, buscarlo y ahí estaría. Se sentía
como el paraíso. El aroma de los libros viejos me resultaba exquisito.
Crecer ahí era un sueño. La gente mayor admiraba a tía,
pero los niños le temían. Decían que era una bruja. Yo reía cuando escuchaba
esas historias, y al contrario de molestarme, me agradaba mucho la idea de
tener una tía con poderes sobrenaturales, aunque no fuese verdad, creería yo.
Issy tenía mucho dinero. Nunca me faltó nada. La
familia de mi madre siempre había sido acomoda, según me contaba papá. Esa fue
la razón por la cual mi abuela nunca quiso a mi padre. Él era un simple maestro
de literatura inglesa. Mamá era heredera de una gran fortuna. Sin embargo, nada
de eso les importó cuando se casaron. Vivieron muy felices mientras duró.
Años pasaron para que yo pudiera recuperarme, al menos
en la superficie, de aquella trágica noche en que perdí al hombre de mi vida,
mi padre. Tía Issy hizo todo bastante fácil para mí. Todas las noches me leía
historias un poco extrañas sobre brujas, vampiros, hombres lobo y cosas así.
Eso alimentaba mi imaginación y la hacía volar. Amaba ese sentimiento de libertad
y de poder que me brindaban esos relatos. Después de todo, ¿quién estaba
totalmente satisfecho con su realidad? Escapar por un rato de mis miserias me
parecía una idea de lo más atractiva.
Para mi cumpleaños número doce, ya me sabía las historias
de memoria. Me la pasaba escribiendo y dibujando sobre ellas, aunque lo más
divertido era representarlas.
Mi infancia nunca fue solitaria, porque tía tenía
muchos amigos. Cada viernes se reunían en la casa. Eran fiestas exclusivas de
los adultos. Sin embargo, estos tenían hijos. A la primera que conocí fue a
Luciana Fields. Sus padres, Adrianne y Richard Fields, eran los mejores amigos
de Issy. Luciana tenía trece años en ese entonces.
Nos encontramos una noche en la que bajé por las
escaleras hasta el sótano y espié por el ovillo de la puerta para ver qué
hacían los adultos. Era una chica muy divertida y risueña que no le temía a
nada. Todo lo contrario a mí. Hermosa, muy hermosa y despreocupada, aunque a
veces daba la impresión de no aceptarme en su totalidad.
El segundo de mis mejores amigos y mi eterno enamorado,
era Ethan Metcalfe. A él le conocí espiando por el ovillo de la puerta, pero de
mi habitación. Fue algo bastante cómico. Sus pupilas destellaron como llamas
vivas al contemplar mi rostro. Viéndose descubierto, no le quedó más que
extender la mano para saludarme. Estaba sonrojado. Le sonreí y sacudí su palma.
De ahí en adelante tuve la protección del que sería el segundo hombre en mi
vida.
Ethan vivía solo con su madre, Marie Metcalfe. Su
padre, Jonathan, había fallecido en un extraño incidente años atrás, cuando él
era pequeño. Alguien le asesinó cuando iba de camino al Café Du Monde,
aparentemente por ninguna razón. Eth, como me gustaba llamarle, nunca hablaba
de él. Le causaba mucha tristeza. Era mi hombro para llorar. Mi confidente. Muy
atractivo y fuerte desde ese entonces. Cabello corto y lacio, color café claro
y ojos verdes. Tez blanca.
Recordaba el día en que me pidió ser su novia. Éramos
unos niños todavía. Solo teníamos dieciséis años, aunque consideraba que no
había alguien mejor para acompañarme en el recorrido por la vida. Me regaló una
rosa en la puerta del colegio y preguntó si deseaba estar con él como pareja
exclusiva (recalcó la palabra “exclusiva”, ya que había otros chicos que
querían estar conmigo de esa forma. Pero yo, tímida como era, jamás pensé en
esa posibilidad). Dije que sí de inmediato y entonces recibí mi primer beso. El
más dulce y suave beso, con sabor a certidumbre y tranquilidad. Eso era lo que
Eth significaba en mi vida; paz, calma y confort. Sus familias, la de Lucy y la
de Eth, me querían como a una hija y yo les correspondía el afecto. Éramos
inseparables.
Los tres asistíamos a la misma escuela, “Saint Helen’s
Private School”. Un instituto católico. Debía admitir que nunca pasé los cursos
de educación en la fe. Siempre me iba a extraordinarios. La Biblia no era para
nada mi libro favorito. Prefería mil veces leer el libro que Isaely me había
regalado para mi cumpleaños ocho, “La Magie Blanche et le Occultisme” (La Magia
Blanca y el Ocultismo). Ese libro era mi biblia. Estaba escrito en francés.
Todos nosotros conocíamos el idioma, ya que no sobrevivías en Nueva Orleáns sin
saberlo. Vivía y moría bajo las enseñanzas de “La Magie”. Hablaba del mundo de
las brujas y sus enemigos, y tanto Luciana como Eth lo leían. Era parte de
nuestra crianza.
Pasé mi infancia jugando a que era una bruja con
poderes mágicos, luchando contra vampiros y hombres lobo. Nuestro juego
preferido. Solíamos corretear por la casa haciendo conjuros y pociones de todo
tipo. Alguna vez hicimos que Ethan se tomara una “poción” mágica que habíamos
preparado, que era en realidad agua con lodo, gusanos y pasta dentífrica. Él,
tan valiente como siempre, cumplió nuestras órdenes al pie de la letra. Se la
pasó enfermo en cama, con vómitos aproximadamente por dos semanas.
Tía Issy me enseñó a interpretar el libro. Adrianne,
Richard y Marie, junto con mi tía, se hacían llamar “El Clan Bardo”, un grupo
de pensadores que se reunían a compartir ideas y experiencias con lo oculto. Al
menos eso nos hacían creer. Eth, Lucy y yo éramos parte de él, pero no se nos
permitía estar presentes en las reuniones, así que nosotros armábamos nuestras
juntas privadas en mi habitación para pasar un buen rato. Issy dijo que algún
día seríamos parte oficial del clan, cuando cumpliéramos la mayoría de edad.
Nunca cuestionamos las razones por la cuales se nos negaba la entrada a sus
reuniones. Éramos felices en nuestro pequeño mundo.
Así transcurrió mi vida. Entre fantasmas, brujas,
vampiros y jugarretas. La parte de mí que lloraba por mis padres, poco a poco
se fue adormeciendo con el amor y el cariño de los que me rodeaban. No
obstante, siempre habría un vacío.
Issy nunca me quiso decir cómo había fallecido mamá.
Insinuaba que la hora llegaría de saber toda la verdad cuando fuera pertinente.
No dudé de su respuesta y confié ciegamente en que así sería.
Los años pasaron muy rápidamente. Pronto llegaría el
día en que cumpliría dieciocho años. Mi cumpleaños era el día dos de Noviembre.
Día de todos los santos, o noche de brujas. Ethan y yo habíamos entrado a la
Universidad de Nueva Orleáns en Septiembre. Luciana estaba ahí desde hacía un
año. Los tres vivíamos en Pontchartrain Hall, el nombre del campus. Cada quien
tenía una habitación privada. Solo que Ethan estaba en el edificio de varones y
nosotras en el de mujeres.
Habiendo cumplido la mayoría de edad desde la primavera
pasada, a Luciana se le permitía tomar parte en las reuniones del clan. Por
tanto, se había alejado bastante de nosotros. Actuaba muy extrañamente y nunca
comentaba las cosas que había visto. Tenía un novio de nombre Auri al que botó
un día después de su cumpleaños. Se notaba asustadiza y, llámenme loca, pero su
complexión parecía haberse tornado mucho más bella y fina. Ethan y yo estábamos
desconcertados, ya que Luz aparentaba adorar a Auri casi tanto como a nosotros.
No dio explicación alguna de sus acciones, simplemente dijo que jamás sería la
misma y que lo comprenderíamos llegado el momento apropiado. Respetamos su
decisión. Si había algo que “nuestra familia” siempre nos inculcó, era la
discreción. Es verdad que odiábamos que nos trataran como niños. Aunque
esperábamos con ansias a cumplir dieciocho para saber de qué se trataba tanto
misterio. Eth cumplía años el mismo día que yo. Nunca lo vi como más que una
coincidencia.
Los días en Pontchartrain Hall transcurrían sin mayores
problemas. El lugar era bastante grande y cómodo. Había sido casi destruido por
el huracán Katrina, así como toda la ciudad, aunque después de mucho trabajo y
colaboración de toda la población, quedó como nuevo. Para esa época del año,
“Halloween”, se llenaba de dibujos de calabazas, monstruos, telarañas y luces
naranjas por todas partes. El pasillo era lo mejor. Lo decoraban como si fuera
una caverna tenebrosa, con tumbas y esqueletos que se movían, y de vez en
cuando, uno que otro estudiante caía en las tretas expuestas para salir
gritando y corriendo. Incluso se escuchaba música de película de terror y
gótica. Era genial.
Yo no era una persona muy sociable. Además de Eth y Luciana,
no tenía otros amigos. Únicamente compañeros de clase con los que hablaba de
vez en cuando. Uno de ellos, Peter, quien se sentaba a mi lado en las clases de
historia, era el dolor de cabeza de mi novio. Siempre tratando de conquistarme,
sin importarle que Eth estuviera sentado del otro lado. Me agradaban los celos
inocentes. Sin embargo, conforme fuimos madurando, me fui dando cuenta de que
los arranques celotípicos de Ethan se hacían más frecuentes y la
sobreprotección comenzaba a sofocarme. Amaba a mi pareja, no obstante, a veces
no le soportaba.
Nuestros compañeros nos consideraban un poco extraños. Siempre
juntos, siempre silenciosos ante los demás. Su opinión nunca me importó
realmente. Prefería ignorarles.
Solíamos dar largos paseos a las orillas de Misisipi,
estudiar en la biblioteca, y a veces, asistir a una que otra fiesta a la que
nos invitaban por Luciana, que era la única un poco popular de los tres. A los
hombres les encantaba Lucy. Su belleza les atraía muchísimo, pero la única
relación que alguna vez tuvo fue con Auri. Suponía que tal vez necesitaba su
libertad. Su carácter se había tornado más amargo desde sus dieciocho años y
peleaba con nosotros cada que algo no le parecía apropiado. Intentábamos ser
pacientes con ella y regalarle el beneficio de la duda, ya que no debía ser
sencillo asumir las responsabilidades de la vida del clan, sea cual fuese.
Ethan atraía a muchas mujeres con su rudo magnetismo,
aunque en vez de usarlo para su beneficio, lo utilizaba para ahuyentar a cuanta
chica se pusiera en su camino. Decía que su corazón me pertenecía y que no
necesitaba de alguien más. Yo opinaba que tenía miedo de salir lastimado; sin
embargo, no me cabía duda de su adoración por mí.
Mi naturaleza jamás me permitió ser recelosa, así que
no tomaba en cuenta a las tipas que trataban de apartarle de mi lado. Era una
mujer muy diferente a las otras. Me aburría lo cotidiano y formal. Mis
expectativas de vida excedían el simple matrimonio y los hijos. Quería algo
extraordinario. Siempre desee lo inalcanzable. Por esa razón mis novelas
favoritas eran las de ciencia ficción, con historias de amores imposibles,
tragedias y mundos divergentes cuya existencia siempre se ponía en tela de
juicio.
Mi relación con Ethan iba totalmente en contra de mis
convicciones. Su idea de vida feliz era opuesta a la mía. No obstante, le amaba
y le prodigaba mis afectos a mi peculiar manera.
-¡Hey Maddie! –Dijo Eth, aproximándose y dándome un suave
beso en los labios-. ¿Qué haces aquí junto al lago? Creí que tenías clase con
la señorita Erickson a esta hora –los tres estudiábamos Licenciatura en
Literatura y Artes, porque amábamos leer.
-Sí, aunque la verdad es que no me siento con ánimos
para tomar clases ahora. No he dormido bien. Toda la noche me la pasé soñando
cosas de lo más extrañas.
-¿Cómo qué? Si se puede saber. No habrás soñado conmigo
otra vez, ¿o sí? –Cuestionó sonriendo. Mientras más años pasaban, más hermoso
se veía. Su deslumbrante sonrisa era contagiosa.
-No, Eth –le tomé de la barbilla y le acaricié-. Pero
sí te considero algo extraño –mofé-. Fueron sueños un tanto aterradores.
Pesadillas con monstruos de ojos azules y brillantes. Parecían vampiros, por
aquello de los colmillos. Como hemos leído en varios libros. Además, no dejo de
pensar en mi cumpleaños. Me siento de lo más rara. Es como si mi cuerpo
estuviera cambiando. Me percibo más fuerte, físicamente hablando. Me duele
todo. No sé. Empiezo a imaginarme cosas. Estoy adquiriendo un complejo de
persecución bastante incómodo. ¿No te has sentido algo fuera de lo común?
-La verdad sí. Igual me siento más fuerte. El otro día
casi doblo en dos la reja del pasillo, porque como de costumbre, iba a llegar
tarde a clase de Historia del arte y por la prisa la empujé con todas mis
fuerzas. Cuando me di cuenta, se había doblado. Me espanté, aunque no hice más
que escapar de ahí para que no me reprendieran. En cuanto a los sueños, bueno,
he soñado, básicamente… contigo.
-¿En serio? ¿Y qué tal me he portado en tus sueños?
–Cuestioné juguetonamente.
-Linda, como siempre. En mis ensoñaciones parece que te
estoy cuidando. Pero no sé de qué. La verdad es que todo lo veo muy borroso.
Deben ser los nervios por todo aquello de unirnos al clan.
-O podrían ser tus celos que cada vez se ponen más
bravos –dije en tono sarcástico.
-¡Mad! Sabes que mi único deseo es protegerte. No
soporto cuando estúpidos como Peter se te acercan demasiado y comienzan a
hablarte. Me revuelve el estómago.
-Mejor no hablemos de eso. Con respecto a lo de la
fuerza, a mí me pasó algo similar con la puerta de la habitación. Le hice un
hueco al apoyarme en ella. Gracias a Dios que el decano no se ha asomado por
ahí. No sé si con mis mesadas podría pagarla.
-Yo la arreglo. No te preocupes, Maddie.
-¿Qué será todo esto? Comienza a consternarme. Hablé
con Issy y lo único que dijo fue: “Lo entenderás en unos días”. ¿No te parece
en extremo vago?
-¡Sí! ¡Marie dijo lo mismo!
-¡Chicos! –Gritó Luciana a lo lejos-. ¿No deberían estar
en clase?
-¡Lucy! Qué gusto verte –saludé-. No hemos sabido nada
de ti desde la última reunión en casa de Issy –reproché.
-Calma tortolitos, todo a su tiempo.
-No, ¡tú también te vas a poner poética! –Espetó
Ethan-. ¿Por qué mejor no nos dices qué demonios nos está pasando a Maddie y a
mí?
-Los sueños, ¿he? –Preguntó Luciana con una sonrisa
burlona-. No se preocupen, es solamente la primera etapa de la ascensión.
-¿Qué? Lucy, ¿de qué estás hablando? ¿Qué es eso de la
ascensión? Ya me cansé de siempre escuchar:
“Todo a su tiempo, lo sabrás cuando crezcas”. Ya no soy un bebé al que tengan
que cuidar.
-Eth, les protegemos porque es necesario. Mañana es su
cumpleaños. Deben ser un poco más pacientes. En unas horas sabrán toda la
verdad, y les aseguro que será impresionante. Jamás lo creerían si se los
dijera. Es algo que deben vivir. No obstante, resulta aterrador.
-Yo opino que te vayas al demonio y que nos lo digas.
¿Qué te parece eso?
-¡Ethan! –regañé-. No le hables así a Luz –toda la vida
discutían como niños pequeños. Aunque Luciana le tenía demasiada paciencia a
Ethan. Parecía quererle mucho más de lo que él la quería.
-Está bien, comprendo. El bebito está enojado porque
nadie le explica las cosas –mofó, tomándole del mentón.
-¡Ya basta! Luz. Creo que será mejor que entremos a
clase –sugirió mi novio-. Esperaremos a ver qué pasa mañana.
-Nos vemos chicos. Mañana les espera un día de locos, y
una nueva vida después de eso. Se los aseguro –comentó mi amiga despidiéndose
con un abrazo.
-No sé a qué se refiere, pero se me pone la piel de
gallina con solo pensarlo.
-Vamos “bebé” –le di una palmada en la espalda-, sea lo
que sea lo sabremos mañana. Ahora es momento de la tortura… clases –le tomé de
la mano y nos dirigimos a las aulas.
Terminando el día, Ethan y yo fuimos a cenar a un
restaurant italiano que era nuestro favorito. Comimos lo de siempre, Fetuccini
Alfredo con hierbas. Luego de unas horas de plática, me dejó en Pontchartrain
Hall para dormir. Casi nunca dormía en mi habitación. No habíamos hecho el
amor, porque decía que quería esperar a cumplir la mayoría de edad para eso.
Siempre me respetó muchísimo. Lo que sí habíamos tenido eran encuentros muy
apasionados en la pequeña cama de mi cuarto, semidesnudos y haciendo de todo,
sin terminar el acto. Así que estábamos nerviosos por dos cosas en nuestro
cumpleaños. El hecho de que algo muy extraño sucedería con nuestros cuerpos y
mentes, y la faena que se daría a
posteriori de aquellos cambios. La pérdida de nuestra virginidad.
Me acosté un tanto aturdida. Sucedió lo mismo que las
noches anteriores. Soñé de nuevo con criaturas de pupilas azul profundo. En mi
pesadilla, me encontraba caminando por el barrio francés, cerca de casa de
Issy. Era una noche sombría. Había algo muy peculiar sobre el barrio francés.
Sus casas eran coloridas. Pero de noche, se tornaban tan solitarias y macabras
como el cementerio La Fayette. Era atemorizante. La luna estaba llena, como la
noche en que murió papá. De pronto, escuchaba pasos detrás de mí. Me metía a un
callejón que daba hasta la avenida diecisiete. A lo lejos, divisaba las luces
de los autos. No podía esperar a llegar hasta ahí y pedir la ayuda de alguien.
Los pasos se iban haciendo más y más fuertes a mis espaldas. Yo me detenía en
seco. Si moriría, no moriría sin pelear. Una inyección de adrenalina me
disparaba los sentidos. Con mucho cuidado, volteaba el rostro para darle la
cara a mi agresor. Cuando por fin quedábamos frente a frente, lo que veía me
dejaba atónita. Eran seis criaturas. Estaban llenas de sangre en la boca y no
venían en tono amistoso, tal y como esperaba. Me miraban fijamente, y mientras
más se acercaban, más notaba que sus ojos se iban poniendo grises, un tono gris
muy claro, tirando a blanco. Gruñían; todos excepto uno, que solamente
observaba con cara de pocos amigos. Lo extraño era que esa mirada desafiante no
estaba dirigida a mí, sino a los suyos…
En fracción de segundos, los cinco vampiros de ojos
grises llegaban hasta donde me encontraba, tomándome del cuello y de los brazos,
mientras el otro, más divino que los demás, clamaba que me soltarán. Quería
gritar, pero no podía. Tenía un nudo en la garganta. Y entonces, los cuatro que
me sostenían, me clavaban los colmillos en la garganta…
Desperté sudando profusamente y me sentí aterrorizada.
Sonó el teléfono. Todavía eran las once veinticinco de la noche.
-Sí, diga.
-Madison, soy Issy. Necesito que vengas a casa de
inmediato.
-¿Sucede algo, tía? –Me exalté un poco.
-No. Únicamente necesito que estés aquí. Ven lo más
rápido que puedas –y colgó el teléfono dejándome atolondrada.
Me vestí de inmediato y salí disparada del cuarto. ¿Qué
pasaba? Estaba realmente preocupada. ¿Ethan? ¿Acaso debía pasar por él? No,
ahora no era momento. Al día siguiente le contaría lo que sea que Issy quería.
No deseaba preocuparle. Tomé un taxi para llegar a casa de mi tía en cuestión
de minutos. Jamás imaginaría lo que el destino me depararía aquella noche.
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